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Los errores de Piketty
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Antonio España

Monetae Mutatione

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Los errores de Piketty

Imagínense que se dedican ustedes a la jardinería. Si tuvieran que cuidar un seto y su objetivo fuera que su altura fuera uniforme, sólo podrían recurrir

Imagínense que se dedican ustedes a la jardinería. Si tuvieran que cuidar un seto y su objetivo fuera que su altura fuera uniforme, sólo podrían recurrir a la podadora para que no hubiera diferencias entre las diferentes ramas y tallos. De otro modo, por mucho que ustedes regasen todas las plantas con idéntica agua, utilizasen igual cantidad de abono y la tierra y la iluminación solar fueran las mismas, no conseguirían una altura homogénea, salvo improbable coincidencia. La única forma de obtener la deseada equidad sería aplicando la tijera para recortar las ramas que crezcan más que el resto. Pues bien, algo similar ocurre cuando se busca la igualdad en la economía, que sólo se consigue a la baja, cercenando el crecimiento de quienes despuntan.

Tal es el caso del economista francés, Thomas Piketty, que tanta popularidad está ganando entre los teóricos, gobernantes y periodistas a favor de la “jardinería” social y de que el Estado continúe podando sistemáticamente la libertad de los ciudadanos. Porque propuestas como las que se recogen en su comentada obra, El capital del siglo XXI, como el tributo global a las rentas altas –entre el 80% y el 50% en función de los ingresos– o la del impuesto progresivo sobre la riqueza -10% anual o un 20% una única vez a patrimonios altos-, no deja de ser como utilizar la motosierra con el pretendido objetivo de reducir la desigualdad cortando por arriba y modelar a un tiempo la sociedad según su característico ideal igualitario.

Mucho se ha hablado estos días sobre las aportaciones de Piketty al estudio de la desigualdad económica, tanto en prensa internacional como local. En El Confidencial, sin ir más lejos, hemos podido leer comentarios sobre El capital del siglo XXI a Kike Vázquez (Thomas Piketty: el gurú de la desigualdad, 28/4/2014), Carlos Sánchez (Los papeles del ‘comunista’ Piketty, 4/5/2014) y, ayer mismo, McCoy criticaba con bastante acierto a mi juicio lo poco novedoso de sus aportaciones y, más relevante aún, la miopía del economista francés, que se centra en atacar el síntoma y yerra completamente en el diagnóstico de las causas  (El gurú Piketty se viene arriba: Europa en su punto de mira, 6/5/2014).

Los defensores del trabajo de Piketty se refieren con admiración y entrega a la ingente cantidad de datos que aporta el autor para sostener su tesis central sobre la desigualdad propia del capitalismo. Como si, de alguna forma, el imponente volumen de estadísticas que ha elaborado le ganaran la indulgencia plenaria por la debilidad teórica de sus postulados. De hecho, hay que reconocerle al autor su capacidad para llenar más de 700 páginas para justificar apenas dos ideas: (1) que, tras un periodo en el siglo XX de mayor equidad, la desigualdad ha vuelto a una senda creciente –su famosa curva en forma de U- y (2) que esto es consecuencia de que el capital tiende a concentrarse cuando su tasa de retorno supera al crecimiento de los ingresos (r > g).

Con un modelo teórico erróneo de la economía basada en el capital y apoyándose en una recopilación de series históricas que, como mínimo, habría que poner en cuarentena, Piketty se lanza a extraer las conclusiones que le interesan desde el punto de vista de política económica

El edificio teórico que construye Piketty para soportar estas ideas se apoya en una 1ª Ley Fundamental del Capitalismo que, como el mismo reconoce, es una mera identidad contable. Pero es que la 2ª Ley Fundamental del Capitalismo, que también se arroga el mérito de descubrir, resulta que sólo se cumple cuando se dan ciertas hipótesis remotas. A saber, (i) que el porcentaje de los ingresos que un país ahorra y su tasa de crecimiento sean constantes hasta el fin de los tiempos, (ii) que el capital del país no incluya recursos naturales y (iii) que el precio de los activos evolucione de la misma forma que el índice de precios al consumo. O sea, tres hipótesis que jamás se cumplen.

Es decir, setecientas páginas y toneladas de datos para adornar la invención de una ley fundamental que nunca se cumple y de otra que es una simple tautología aritmética que, igual que aplica al capitalismo, podría haberse usado para formular la “1ª ley fundamental del gintonic” o la “1ª ley fundamental de las pulseritas de goma de los chinos”. Además, Piketty se pasa gran parte de esas 700 páginas justificando la falta de datos estadísticos y aclarando que la elección de las series históricas para inferir sus conclusiones se debe más a la disponibilidad de la información que a la relevancia estadística de los mismos. Y cuando no dispone de datos, recurre a obras de novelistas como Honoré de Balzac o Jane Austen e incluso a películas de Quentin Tarantino.

El principal problema del autor de El capital del siglo XXI y que invalida su análisis y sus conclusiones es que adolece de una teoría incorrecta del capital -si es que tiene una teoría en absoluto-. Tal y como se desprende de sus construcciones teóricas y sus cálculos empíricos, Piketty considera que el capital es una masa homogénea e informe de fondos, que están dados en una economía y de los que, por tanto, puede obtenerse mediante suma aritmética una cifra que mida su cantidad y su tasa de retorno. Pero el capital es un conjunto heterogéneo de activos cuyo valor depende de la apreciación subjetiva del empresario cuando lo considera en sus planes productivos.

Porque lo relevante no es tanto la suma del valor monetario de todos los bienes de capital existentes en un momento dado, sino la complejidad, la variedad y la calidad de su estructura. Tratar de medir la cantidad de capital de una economía es sumar peras y manzanas. Carece de sentido para el análisis económico mezclar, por ejemplo, en un mismo saco un campo petrolífero, diez hectáreas de campo de maíz, veinte mil arados, un centro de supercomputación, tres hospitales y dos mil millones en acciones cotizadas en bolsa y bonos del tesoro. Menos aún obtener una tasa de retorno promedio de todo ese capital tan variopinto y sujeto a la incertidumbre y error tanto en su valoración como en los beneficios que generan, si es que generan beneficios.

En resumen, con un modelo teórico erróneo de la economía basada en el capital y apoyándose en una recopilación de series históricas que, como mínimo, habría que poner en cuarentena –no se dejen impresionar por el elevado volumen de información-, Thomas Piketty se lanza a extraer las conclusiones que le interesan desde el punto de vista de política económica. Conclusiones que responden a un marco ideológico y moral muy concreto, que definen su “ideal” de sociedad y que, podadora en mano, desea imponer a los demás de manera coercitiva por la vía de la confiscación y el incremento de la burocracia. Haciéndonos a todos más iguales sí, pero a la baja. ¿Es eso lo que queremos?

Imagínense que se dedican ustedes a la jardinería. Si tuvieran que cuidar un seto y su objetivo fuera que su altura fuera uniforme, sólo podrían recurrir a la podadora para que no hubiera diferencias entre las diferentes ramas y tallos. De otro modo, por mucho que ustedes regasen todas las plantas con idéntica agua, utilizasen igual cantidad de abono y la tierra y la iluminación solar fueran las mismas, no conseguirían una altura homogénea, salvo improbable coincidencia. La única forma de obtener la deseada equidad sería aplicando la tijera para recortar las ramas que crezcan más que el resto. Pues bien, algo similar ocurre cuando se busca la igualdad en la economía, que sólo se consigue a la baja, cercenando el crecimiento de quienes despuntan.

Thomas Piketty Desigualdad