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Qué hemos aprendido en 10 años de crisis financiera
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Antonio España

Monetae Mutatione

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Qué hemos aprendido en 10 años de crisis financiera

La crisis actual es el resultado del ciclo expansivo previo, durante el cual, el “veneno” de la expansión artificial del crédito fue inoculado en la economía por los bancos centrales

Foto: Generalmente suele datarse el inicio de la actual crisis económica y financiera el día de la quiebra del banco Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008. (EFE)
Generalmente suele datarse el inicio de la actual crisis económica y financiera el día de la quiebra del banco Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008. (EFE)

Posiblemente han escuchado alguna vez cómo funciona el mecanismo de los raticidas más habitualmente utilizados en el control de plagas, como la warfarina o la bromadiolona. Derivados de un compuesto químico presente de forma natural en muchas plantas, como el trébol, este tipo de venenos operan inhibiendo la síntesis de vitamina K e impidiendo la coagulación de la sangre, provocando hemorragias internas letales al cabo de varios días. Al no ser inmediato su efecto, los roedores no asocian la muerte con la ingestión del cebo, logrando así envenenar al máximo número de ratas. Pues bien, de forma similar funciona la inflación crediticia, veneno letal para la economía, que debilita internamente su estructura productiva y desemboca en crisis sólo años después, dificultando la identificación del origen del “envenenamiento”.

En pocos días, el 6 de agosto, se cumplirán diez años del primer susto serio, aviso de la tormenta financiera que vendría luego con la quiebra de la compañía American Home Mortgage, dedicada a conceder préstamos hipotecarios para la compra de vivienda. Le seguiría unas jornadas después la suspensión de los reembolsos de tres fondos de inversión de BNP, afectados por la crisis subprime norteamericana. A la noticia le acompañaban rumores sobre que Goldman Sachs estaría planteándose hacer algo parecido con uno de sus fondos, los planes de rescate del Bundesbank a la entidad crediticia IKB o la primera acción concertada por los principales bancos centrales del mundo para inyectar liquidez -más veneno- ante el nerviosismo por un eventual colapso del sistema financiero mundial: 200.000 millones de euros en pocas horas.

Por eso, quizás sea más preciso establecer en esta fecha el estallido formal de la Gran Recesión, aunque generalmente suele datarse el inicio de la actual crisis económica y financiera el día de la quiebra del banco Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008. De igual forma, se estableció el origen cronológico de la Gran Depresión el famoso martes negro -29 de octubre de 1929- con el crack bursátil de Wall Street, que arrojó pérdidas del 40% en un solo día, aunque fuera precedido de un jueves negro con caídas del 20% y de un viernes y lunes entre medias que no fueron mejores. Aunque son fechas marcadas por eventos espectaculares, útiles para la necesaria simplificación de los titulares de prensa y los libros de historia, la realidad es que en ambos casos los síntomas de cambio de ciclo hacía tiempo que se hacían sentir.

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Así, la gigantesca inflación crediticia de los locos años 20 -Roaring Twenties- finalizó en realidad hacia finales de 1928, al alcanzar su zenit la oferta monetaria, que había crecido desbocada durante la década, al calor de las políticas de la Reserva Federal. Fue a partir de entonces cuando la economía quedó sentenciada, haciendo inevitable el ajuste en forma de depresión, como ocurrió meses después. Y es que siempre hay un lapso de tiempo entre la paralización -o ralentización- de la expansión del crédito y la manifestación de las malas inversiones generalizadas que ésta provoca. Errores que empezaron a ser visibles en julio de 1929, marcando el inicio real de la depresión económica, que luego sería certificada el 29 de octubre, a la sazón martes negro -permítanme sugerirles como lectura estival los relatos de Rothbard y Robbins(*).

De igual modo, la crisis actual es el resultado del ciclo expansivo previo, durante el cual, el “veneno” de la expansión artificial del crédito fue inoculado en la economía por los bancos centrales. Tras la crisis de 1992, la Reserva Federal se embarcó en una política monetaria expansiva sin precedentes desde los años previos al crack del 29, cuando hizo lo propio tras la recesión de 1920. Una expansión reforzada e intensificada en 2001 tras el 11/S. En consecuencia, durante el periodo 1993-2008, la oferta monetaria creció a ritmos superiores al 6% gracias a nuevos préstamos -sobre todo hipotecarios- a tipos excepcionalmente bajos e incluso negativos descontando la inflación, alimentando la burbuja inmobiliaria, pero también la inflación del precio de otros activos financieros y la proliferación de productos derivados complejos.


Transcurridos diez años, cabe preguntarse si hemos aprendido algo durante la prolongada travesía por el desierto, ahora que empezamos a ver síntomas de recuperación. Sobre todo, necesitamos saber si hemos llegado al final estamos ante un mero espejismo. Porque la realidad es que hemos aprendido poco o nada de la Gran Recesión, ya que se ha tratado de combatir el problema de la crisis financiera y económica con las mismas medidas que causaron la anterior burbuja inmobiliaria. Y es que las políticas monetarias ultra expansivas -tipos de interés negativos, inyecciones de liquidez, compras de activos por los bancos centrales- difícilmente pueden resolver una crisis que esas mismas políticas han contribuido a generar. Hemos utilizado como antídoto el mismo veneno pero en dosis incrementadas.

Antes bien, seguramente lo único que se haya logrado sea retrasar solución natural de los graves desequilibrios económicos generados por el exceso de endeudamiento previo, retrasando innecesariamente el ajuste requerido para liquidar las inversiones erróneas y reasignar los recursos productivos allí donde realmente se necesitan. Muy al contrario, estas políticas han generado una burbuja mucho mayor que la anterior en otra categoría de activos: los activos financieros, es decir, bonos y renta variable. Y todo ello con un nivel de endeudamiento muy superior al de partida, cuando arrancó la crisis en 2007, tras haberle añadido un 100% extra del PIB (gráfico vía ZeroHedge).

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Porque todo el dinero que los bancos centrales han “impreso” (en sentido figurado) en estos últimos diez años no ha ido a parar a la economía real, sino que se ha canalizado hacia los mercados financieros -bonos, acciones, derivados- sin generar ningún impacto tangible en la estructura productiva en términos de nuevas inversiones. En el ámbito privado, el nuevo dinero creado de la nada por los bancos centrales ha ido a parar en su mayoría a la refinanciación de deudas adquiridas en la fase de boom anterior, o bien a la recompra de acciones aprovechando los bajos tipos de interés. Es decir, muy poco de ese dinero se ha empleado en financiar nuevas inversiones que alimenten una recuperación sana de la productividad.

Por otro lado, en el ámbito público, la inyección monetaria de los bancos centrales se ha utilizado, indirectamente a través de los bancos, para financiar los importantes déficit fiscales de los países desarrollados, cuyos gobiernos han perdido todo incentivo para ajustar sus presupuestos a la disponibilidad real de recursos, haciendo las reformas necesarias. Por tanto, todo ese dinero no ha contribuido a aumentar inversiones productivas, ni siquiera en infraestructuras públicas, sino más bien a financiar gasto corriente casi exclusivamente. De ahí que el crecimiento estos años haya sido exiguo y, la productividad, como el mismo Banco de Pagos Internacionales (BIS) alertó hace un par de años ha venido decreciendo, al tiempo que ha aumentado la desigualdad.

Por todo ello, es más que probable que, sin ser conscientes de ello, por las arterias de la economía esté circulando ya el veneno de la próxima crisis. Por lo que no cabe sino recomendar prudencia, aun teniendo una sana esperanza en la recuperación económica.

(*) Murray N. Rothbard, America’s Great Depression y Lionel Robbins, The Great Depression, ambos descargables gratuitamente en el Mises Institute.

Posiblemente han escuchado alguna vez cómo funciona el mecanismo de los raticidas más habitualmente utilizados en el control de plagas, como la warfarina o la bromadiolona. Derivados de un compuesto químico presente de forma natural en muchas plantas, como el trébol, este tipo de venenos operan inhibiendo la síntesis de vitamina K e impidiendo la coagulación de la sangre, provocando hemorragias internas letales al cabo de varios días. Al no ser inmediato su efecto, los roedores no asocian la muerte con la ingestión del cebo, logrando así envenenar al máximo número de ratas. Pues bien, de forma similar funciona la inflación crediticia, veneno letal para la economía, que debilita internamente su estructura productiva y desemboca en crisis sólo años después, dificultando la identificación del origen del “envenenamiento”.

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