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Bitcoin, qué es y qué no es. Por qué no reemplazará al euro (II)
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Bitcoin, qué es y qué no es. Por qué no reemplazará al euro (II)

Bitcoin, ideado para huir de la manipulación política del dinero, puede terminar muriendo por una combinación de entusiasmo excesivo y limitaciones técnicas y económicas

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Seguramente conocen la historia de Ícaro. Según la mitología griega, era hijo de Dédalo, el constructor del laberinto del Minotauro en la isla de Creta. Por una traición que ahora no viene al caso, el rey Minos encerró a ambos. Dédalo fabricó con plumas y cera dos pares de alas, uno para él y otro para su hijo, con los que podrían escapar de la isla volando. Pero le advirtió a su hijo de que no subiera muy alto, pues al acercarse al sol, el calor derretiría la cera y se quedaría sin alas. Ícaro, sin embargo, hizo caso omiso a su padre y, entusiasmado por volar, ascendió demasiado, la cera se derritió, despegándose las plumas de las alas, y terminó ahogado en el mar. Pues bien, algo similar ocurre con Bitcoin, ideado para huir de la tiranía de los bancos centrales y la manipulación política del dinero, que puede terminar muriendo por una combinación de entusiasmo excesivo y limitaciones técnicas y económicas.

En el artículo anterior, compartí con ustedes una primera aproximación a la primera y más relevante de las criptomonedas hoy, y llegaba a la conclusión, por otra parte evidente, de que el Bitcoin no es dinero hoy, al no poderse afirmar que sea un medio de intercambio común y generalmente aceptado. En efecto, no existe una mayoría heterogénea de personas, sin importar su edad, formación, profesión o nivel socioeconómico que lo utilice y acepte en sus transacciones comerciales o financieras como forma de pago y cobro. Y que lo haga, además, en una amplísima variedad de transacciones y contextos —presencial u 'online'; micropagos o grandes desembolsos; laboral, comercial, financiero o fiscal, etc.—. Para que sea dinero no es suficiente, como algunos sostienen, que sea utilizado por un grupo relativamente pequeño y homogéneo en un conjunto de operaciones concreto y limitado. Ha de ser generalizado.

Bitcoin no será tampoco dinero en el futuro

Pero es que, además, es muy dudoso que el Bitcoin, tal y como está diseñado, pueda sustituir a las divisas actuales controladas por los poderes públicos y llegar a ser apto como medio de pago en la inmensa mayoría de las transacciones realizadas en nuestro día a día. Y recuerden, ese, y no otro, era el objetivo fundacional de la criptomoneda. Y es que las propias características que hacen de Bitcoin una moneda digital descentralizada viable para el intercambio ocasional, son las que impiden que sea factible su conversión en dinero de uso cotidiano. Para explicarles por qué, hemos de detenernos en el principal problema a resolver cuando cruzamos el umbral entre el mundo físico y el digital: evitar el doble gasto.

Foto: Miguel Pavón Besalú, en la imagen, posee varias empresas de inversión en bitcoins.

Como saben, al digitalizar un bien, sea una canción, un libro, una película o un billete, este se puede replicar y transmitir hasta el infinito con un coste marginal inapreciable. Pues bien, desde principios de los noventa —si no antes—, los intentos por crear una moneda electrónica que replicara las propiedades del efectivo físico tropezaban siempre con la tarea de impedir que se pudiera hacer corta-pega de la moneda digital y utilizarla un millón de veces sin llegar a gastarla nunca. Al igual que la falsificación de billetes en el ámbito físico, el doble gasto es problemático porque aumenta de forma fraudulenta la oferta monetaria, devalúa la moneda y compromete la confianza de los usuarios, poniendo en riesgo la circulación de la divisa y, en última instancia, destruyendo su valor como dinero.

Bitcoin no es eficiente

Como vimos en el 'post' anterior, Satoshi Nakamoto creyó encontrar la solución al problema del doble gasto sin recurrir a un banco central, haciendo llevar a todos los participantes el registro de todas las transacciones realizadas en el mundo, tanto propias como ajenas. Así, cualquiera puede comprobar si un bitcoin ya ha sido gastado por un usuario, simplemente consultando el histórico y rechazando la operación si este ya no es poseedor del mismo. Un sistema eficaz pero poco eficiente. Según datos del Banco Central Europeo, los consumidores en la eurozona realizaron aproximadamente 163.000 millones de pagos en 2016 —el 79% en efectivo—. Compárenlo con los apenas 105 millones de transacciones realizadas en bitcoins en los últimos 12 meses en todo el mundo —no solo en la eurozona— y extrapolen el tamaño del registro de Bitcoin —actualmente unos 150 Gb— si la criptomoneda sustituyera al euro.

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Pero no basta con que cada usuario lleve la contabilidad de todos. Si asumiéramos que todos los participantes son honestos y añaden al registro solo operaciones lícitas, la cosa acabaría ahí. Como en el ejemplo del Monopoly del artículo anterior, bastaría con escoger aleatoriamente quién se encarga de alimentar el registro global cada vez. Pero esa es una asunción muy poco realista y supondría aceptar un riesgo no asumible cuando se trata de un sistema monetario. Para reducir ese riesgo, el sistema diseñado por Nakamoto no se basa en el azar sino en los incentivos económicos, y consiste básicamente en cribar a los mineros deshonestos para que no les salga rentable añadir operaciones ilícitas, robando bitcoins o gastando varias veces el mismo. Para ello, el sistema fuerza a que tengan que emplear tal cantidad de dinero en energía y ordenadores, que les sea imposible recuperar la inversión.

Sin entrar en detalles técnicos, esto se consigue haciendo que los mineros que aspiran a añadir el siguiente bloque de transacciones —y ser recompensados por ello— tengan que hacer millones de veces una misma operación matemática hasta que dé el resultado buscado. El problema está definido, además, para que no se pueda resolver analíticamente —despejando la incógnita— sino solo a base de prueba y error. Para ser el primero en encontrar la solución y llevarse el premio, deben usar ordenadores cada vez más potentes y trabajando a pleno rendimiento 24 horas al día, haciendo el máximo de operaciones en el menor tiempo posible. De ahí el coste energético desorbitado, estimado en 40 TWh o el 0,2% del consumo eléctrico mundial. Considerando que todas las transacciones en bitcoin en el mundo son solo el 0,06% de los pagos en la eurozona, si esta cifra se acercara al 100%, supondría triplicar el consumo global.

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Bitcoin no es rápido

Por otro lado, Bitcoin está diseñado para ir emitiendo cada vez menos monedas digitales nuevas, hasta alcanzar el límite de 21 millones, aproximadamente en el año 2140. De este modo, se consigue una oferta de dinero estable y predecible, más similar a la del oro que a la política monetaria errática y caprichosa a que nos tienen acostumbrados los bancos centrales. Para lograrlo, el sistema está programado para que la creación y puesta en circulación de nuevas unidades monetarias, que, recuerden, se da cada vez que un minero añade al registro un grupo de transacciones, ocurra cada 10 minutos de forma estadística. Así, si la innovación tecnológica aumenta la potencia de los ordenadores, o se unen más mineros, el 'software' incrementa automáticamente la dificultad de la operación matemática mencionada para que el tiempo de resolución se mantenga en esos 10 minutos de media.

Foto: Vista de varios bitcoins falsos (Efe)

Sin embargo, por deseable que sea —que lo es— una política monetaria independiente de un órgano central, el diseño de Nakamoto impone trabas adicionales al futuro de Bitcoin como dinero capaz de reemplazar al euro. Y es que la cadencia de 10 minutos para añadir grupos de transacciones al registro global se traduce, a efectos prácticos, en que a la hora de pagar con bitcoins, el comercio o negocio receptor de los mismos no pueda asegurarse que ustedes no han gastado ya esas monedas digitales en otro sitio, hasta pasado ese lapso de tiempo. Esto implica que la criptomoneda, tal y como está diseñada, no es viable para todos aquellos intercambios, presenciales o no, en los que el producto o servicio se entrega en pocos segundos. Esto deja fuera del alcance un buen número de transacciones económicas.

Bitcoin no es escalable

Además, existen restricciones técnicas en el diseño de Bitcoin que limitan el volumen de operaciones de pago que pueden realizarse por unidad de tiempo, ya que el número de transacciones que se pueden añadir al registro cada vez está acotado por el tamaño máximo de cada bloque. Así, suele tomarse como referencia la capacidad de siete transacciones por segundo —aunque en el último año el promedio ha sido más bien de tres—. Un dato que si, 'a priori', parece bajo para un medio de pago que pretende ser global y sustituir al dinero de curso legal actualmente vigente, palidece cuando lo comparamos con las 4.000 transacciones por segundo que se realizaron en efectivo físico solo en la eurozona, o las cerca de 4.500 procesadas por VISA en todo el mundo en 2016. Bitcoin tiene, pues, un serio problema de escalabilidad.

No es barato en cuanto a costes de transacción

Dado que la capacidad es muy limitada, según crece el uso de Bitcoin, se van acumulando operaciones pendientes de confirmación. Estas no se procesan por orden de llegada, sino que se priorizan según las comisiones que los usuarios están dispuestos a pagar para agilizar su trámite. Recuerden que los mineros tienen como fuente de ingresos estas primas por transacción, aparte del señoreaje por los nuevos bitcoins acuñados, por lo que tenderán a validar primero las más generosas. En un contexto de saturación, los costes de transacción tienden a dispararse y, al escribir estas líneas, había operaciones en espera para rellenar 120 bloques. No en vano, la comisión media ha pasado en un año de siete a más de 100 euros por transacción. Un importe muy superior al pago promedio en la eurozona, situado en torno a 12 euros para los desembolsos en efectivo, y cerca de los 40 euros para las compras con tarjeta.

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Así pues, la moneda digital diseñada por Satoshi Nakamoto, aparte de muy ineficiente y lenta, resulta prohibitiva para la inmensa mayoría de operaciones que hacemos en nuestro día a día, por lo que, difícilmente, podrá convertirse en un medio generalmente aceptado y reemplazar así al euro. A no ser que cambie radicalmente su diseño y, entonces, probablemente pierda su esencia como moneda segura, pseudo-anónima y descentralizada.

Por eso, como Ícaro, aunque el fin perseguido —escapar de la trampa de los bancos centrales— sea algo urgente y necesario, hemos de ser cautelosos ante el riesgo de que la ambición esté muy por encima de lo que está al alcance de la solución Bitcoin. En próximas entregas seguiremos hablando de la criptomoneda como inversión, de su valor no monetario, de las posibilidades de la tecnología subyacente —Blockchain—, así como de las alternativas que han ido surgiendo —ethereum, ripple, etcétera—.

*Nota: las menciones de Bitcoin en mayúsculas se refieren al concepto o al sistema en abstracto, mientras que en minúsculas se denotan los bitcoins como instancias concretas de unidades monetarias.

Seguramente conocen la historia de Ícaro. Según la mitología griega, era hijo de Dédalo, el constructor del laberinto del Minotauro en la isla de Creta. Por una traición que ahora no viene al caso, el rey Minos encerró a ambos. Dédalo fabricó con plumas y cera dos pares de alas, uno para él y otro para su hijo, con los que podrían escapar de la isla volando. Pero le advirtió a su hijo de que no subiera muy alto, pues al acercarse al sol, el calor derretiría la cera y se quedaría sin alas. Ícaro, sin embargo, hizo caso omiso a su padre y, entusiasmado por volar, ascendió demasiado, la cera se derritió, despegándose las plumas de las alas, y terminó ahogado en el mar. Pues bien, algo similar ocurre con Bitcoin, ideado para huir de la tiranía de los bancos centrales y la manipulación política del dinero, que puede terminar muriendo por una combinación de entusiasmo excesivo y limitaciones técnicas y económicas.