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La caza y captura del emprendedor español
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Marc Vidal

Salida de Emergencia

Por
Marc Vidal

La caza y captura del emprendedor español

Los emprendedores están siendo perseguidos por la administración. Lo creo firmemente. A nuestros dirigentes se les llena la boca de ayudas y mecanismos sofisticados de soporte

Los emprendedores están siendo perseguidos por la administración. Lo creo firmemente. A nuestros dirigentes se les llena la boca de ayudas y mecanismos sofisticados de soporte que son cartón piedra. La gente que se enfrenta al reto de arrancar un proyecto en este país está en franco peligro de extinción. A veces, cuando doy alguna conferencia sobre el concepto de emprendeduría y los modelos de uso para sobrevolar la crisis, descubro ante mí centenares de personas ataviadas con libretas esperando apuntar fórmulas mágicas que permitan a sus negocios crecer de inmediato. Saben que no pueden contar con la tecnocracia económica de este país. Aquí nadie les va a echar ningún cable, y si se lo echan será para estrangularlos. España está diseñada por tecnócratas ineficientes que deben proteger grandes estructuras laborales vinculadas a sindicatos y empresas protoinstitucionales.

La explicación es sencilla. Hay una voluntad ciega por crear un cuerpo social dependiente, supeditado a la dinámica administrativa y, fundamentalmente, poco crítico. Me desespera el escaso impulso de nuestra sociedad en términos de reacción ante lo injusto o lo impresentable. Parte de la fórmula estratégica elegida para lograr ese silencio humillante es el de impedir las capacitaciones de la gente para atender sus propios destinos. Emprender no es un gesto, es una esencial manera de afrontar la vida. Los intentos por paralizar esas iniciativas se esconden detrás de la propaganda vacía y falaz con la que nos bombardean a diario desde diversos departamentos de la administración. No les interesa que el calcetín se dé la vuelta.

Si nos alejamos de la voluntad retorcida de quienes mandan, podremos abordar lo verdaderamente importante: la capacitación de una sociedad decadente y en crisis cuya única salida pasa por su propio impulso. En un país donde entrar en mora por un crédito con el que afrontaste un proyecto se convierte en un lastre a perpetuidad, el valor que se le supone a quien se pone al frente de un negocio desde cero es muy alto. Hay que aprovechar ese elemento siniestro y olvidarse de oligarcas malintencionados, dirigentes ineficientes que apenas saben que es eso del sistema privado o de enchufados de partido que fuera de esos círculos no tendrían donde caerse muertos.

A los que se ponen al timón de sus propia vida, ya sea con su propio negocio o como emprendedores por cuenta ajena (aquellos que asumen como suyo el proyecto de otro) les esperan cuestas y curvas que muchas veces impulsarán con fuerza el deseo de renunciar. La verdad es que no hay elixir del éxito en esto de montar empresas. Lo único que hay son fases y situaciones que te pueden acercar o alejar de los objetivos. Todo empieza con un sueño que asume un visionario, continúa con un promotor que pone en marcha ese sueño y un gestor que lo rentabiliza. Habitualmente un proyecto que arranca lo hace de la mano de una sola persona y poco más. Es imposible que un individuo reúna esas tres virtudes. Emprender es saber pactar y asociarse, algo que nuestra cultura del subsidio nos impide de origen y que supone un cambio de paradigma muchas veces.

Otra de las características del emprendedor y sus posibilidades es que su apellido le condiciona mucho. En el caso de que fracases una primera vez en un proyecto de emprendeduría, si te llamas Gómez o García estás acabado para el resto de tus días. Si por el contrario te llamas Ford o Hamilton, se te incluye en un selecto grupo de los experimentados que se arruinaron una vez y, se presupone, ha adquirido conocimientos de los riesgos que tiene emprender.

Montar negocios en este país es tóxico para la clase dirigente. Les produce sarpullido. Prefieren las manadas sindicales bien estructuradas y controladas. Aquí todo el sistema gira alrededor de ajusticiar al emprendedor que fracasa y con ello se afianza el miedo al fracaso. Es el modo por el que se le quitan las ganas a los que pensaban ponerse al frente de algún proyecto. Para los que les haga zozobrar ese pánico, para los que el pavor a caer heridos en el intento de emprender les paralice, dejadme que os advierta que perderlo todo, una o dos veces es algo muy nutritivo.

Aunque suene a locura, os aseguro que arruinarse es algo maravilloso. Enseña una barbaridad. Un emprendedor fracasado es un cadáver económico con un reto ante si de incalculable valor por estar obligado a poner en marcha toda la maquinaria de supervivencia, ese talento latente que no nos enseña nadie a activar. Yo he fracasado más de una vez y me he levantado. Conozco otros que así lo han hecho también. Sé que decir esto ahora es duro pues el escenario actual es un lodazal profundo que no para de aumentar su extensión. Eso es lo que tenemos, y las opciones son pocas: emigrar o emprender. La mejor combinación es emprender emigrando por cierto.

El horizonte es siniestro, pero hay que seguir viviendo y, en medio de la tormenta, hay vientos favorables, sólo hay que identificarlos. Me he dedicado muchos años a definirlos para viabilizar empresas y os aseguro que están ahí. No son los que nos cuentan o presentan en campañas del tipo “esto ya se acaba” o “brotes verdes por todas partes”, nada tiene que ver con el camelo de los ejemplos que daban los de “estoloarreglamosentretodos”. No, ahora es diferente. No son evidentes, no hay muchos, pero hay territorios por explorar que ofrecen respuestas a momentos de crisis profunda como esta. Lo peor está por venir, ese es un elemento a tener en cuenta precisamente para arrancar, no para detenerse.

Conozco muchos empresarios de éxito que fracasaron alguna vez. De hecho el 75% de los grandes emprendedores que han superado proyectos de éxito fracasaron alguna vez con anterioridad. Os pido que, cuando alguien os anuncie ilusionado que “va a montar una empresa” no le respondáis “¿estás seguro?, ¿Sabes lo complicado que está todo ahora mismo?”. Esto no lo vamos a arreglar entre todos por inseminación artificial, pero algo hay que hacer. Por mi parte propongo no tragar, denunciar, no aceptar esas campañas buenistas y ayudar a emprender a otros, poner en marcha proyectos y dejar de mirar al horizonte con miedo. Asociémonos con aquellos que tienen proyectos similares, superemos esa tradición individualista de quien emprende. Hablad con la competencia, solucionad en común, investigad juntos.

La clave es sumar. En estos tiempos complejos, lo sofisticado y la adición de voluntades proporciona energía. Recordad que la clase dirigente no quiere que nos reconozcamos entre nosotros. Si entre los emprendedores hubiera la opción de reconocernos, si entre los autónomos se generase un modelo organizativo eficiente, otro gallo cantaría.

En una ocasión un senador romano propuso que los esclavos llevaran brazaletes blancos, porque se habían hecho tan ubicuos que ya no había manera de distinguirlos de la ciudadanía. Su idea fue rechazada por el Senado, con la razón de que “si los esclavos supieran cuán elevado es su número podrían acabar con nosotros". Pues eso, pongámoslos un brazalete… lo van a flipar este pelotón de inservibles con salvoconductos de todo tipo.

Los emprendedores están siendo perseguidos por la administración. Lo creo firmemente. A nuestros dirigentes se les llena la boca de ayudas y mecanismos sofisticados de soporte que son cartón piedra. La gente que se enfrenta al reto de arrancar un proyecto en este país está en franco peligro de extinción. A veces, cuando doy alguna conferencia sobre el concepto de emprendeduría y los modelos de uso para sobrevolar la crisis, descubro ante mí centenares de personas ataviadas con libretas esperando apuntar fórmulas mágicas que permitan a sus negocios crecer de inmediato. Saben que no pueden contar con la tecnocracia económica de este país. Aquí nadie les va a echar ningún cable, y si se lo echan será para estrangularlos. España está diseñada por tecnócratas ineficientes que deben proteger grandes estructuras laborales vinculadas a sindicatos y empresas protoinstitucionales.