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Marc Vidal

Salida de Emergencia

Por
Marc Vidal

Apuestas al apocalipsis

La idea de que los homínidos usamos un porcentaje bajísimo de la capacidad de nuestro cerebro goza de un enorme consenso. Debe ser cierto, como también

La idea de que los homínidos usamos un porcentaje bajísimo de la capacidad de nuestro cerebro goza de un enorme consenso. Debe ser cierto, como también que la televisión nos tomatiza el cerebro, que cada vez se leen menos libros y que decimos las cosas como los demás desean que las digamos y no como queremos decirlas. A todos nos gusta decir que nuestro piso patético y sin paredes es un loft precioso, que nuestro apartamento es ideal para parejas cuando en realidad es un zulo irrespirable, que vivimos en una zona tranquila en vez de donde San Blas perdió la boina, que nosotros no gastamos en segunda vivienda, invertimos en tocho y que ni somos pobres, ni somos viejos, solo somos modestos y seniles.

Por eso hay quien llama invertir a cosas que bien podrían llamarse a comportamientos de cloaca. Hay modelos de inversión en este planeta que dan mucho que pensar. Los bonos de catástrofe, por ejemplo, usados por algunos inversores para hacer una apuesta contra los desastres naturales. En ese tipo de operativa están metidos algunos de mis conocidos. De ellos extraigo que están logrando hacerlo a muy bajo precio. Curiosamente, desde 2008 este tipo de garantías no estuvieron tan baratas. A parecer es por que los meteorólogos aseguran que la temporada de huracanes en el Atlántico va a ser más activa de lo previsto.

Hay índices que trabajan este entorno en exclusiva. El Índice Swiss Re Cat Bond Price Return especializado en este tipo de variables cayó 0,6% el 18 de junio pasado, el mayor descenso en casi dos años. Este tipo de indicador cotiza invariablemente cada viernes y hoy, con toda seguridad, volverá a caer por sexta semana consecutiva y eso que ya está en el mínimo desde finales del pasado septiembre.

En una charla que tuve ayer con uno de los inversores más atípicos que conozco, cuya actividad se centra en el Nasdaq y variantes de la nueva economía, éste me aseguró que había “espanto” por los pronósticos de huracanes, por lo que el refugio transposición se estaba enviando a este tipo de apuesta, la de las catástrofes. Es como si el Apocalipsis fuera un bien rentable que produjera un rédito no muy alto dado que ésta sería ciertamente previsible. De locos.

Hay una entidad, la Risk Management Solutions Inc., que es la mayor especialista en el diseño de modelos de cálculo del daño por tormentas tropicales. En esta entidad aseguran que “en estos momentos se atreven a determinar, que los inversores norteamericanos prefieren apostar a las catástrofes naturales previsibles que a las financieras probables en Europa”. Tampoco deja de ser curiosa la comparación, pero obviamente deberíamos de escudriñar las tasas y cifras de remuneración para saber si eso es o no una grata noticia para los que vivimos por estos territorios. Nuestras tormentas tropicales serán de otro tipo, claro está, y serán más otoñales que veraniegas. No obstante, si atendemos a la rentabilidad que tienen las apuestas bajistas o por la quiebra de Grecia y otros países europeos y la comparamos con la que ofrecen este tipo de bonos, descubrimos que es mayor la que ofrece la primera de las opciones.

Vivimos en un mundo en el que nadie llama a las cosas por su nombre. Decimos que el sabor de un mejunje de tres estrellas michelín tiene un sabor sorprendente, en lugar de decir que sabe mil demonios, llamamos a la eutanasia muerte digna, a los comunistas ecosocialistas, a tu pareja ahora se le llama acompañante, llamamos película familiar a aquella que es para idiotas e incluso hemos cambiado por paciente al enfermo de toda la vida. Nada tiene el nombre que le corresponde porque suena duro o no gusta. Sin embargo las cosas son lo que son y no dejarán de serlo porque les cambiemos el nominativo que las define.

En economía pasa parecido. Nos hemos pasado años llamando de mil maneras a la crisis, a la recesión, a este déficit ahora se le llama “mal necesario” por ejemplo. Nuestro mundo moderno y de diseño ha perdido la facultad de decir las cosas por su nombre. Me gustaría poder decir vagabundo en lugar de “sin techo”, decir no quiero verte en lugar de lo miro en mi agenda y te llamo, hablar de muertos y no de bajas, de empleado en lugar de colaborador, llamar putas a las mujeres que ahora son empleadas del sexo, etiquetar como pornografía el llamado material de adultos, volver a llamar preso al interno, al funcionario de prisiones carcelero, al crecimiento negativo, crisis, al conflicto bélico guerra, al ministerio de economía desastre y a los que apuestan su dinero a las catástrofes, llamarles de todo, menos inversores.

La idea de que los homínidos usamos un porcentaje bajísimo de la capacidad de nuestro cerebro goza de un enorme consenso. Debe ser cierto, como también que la televisión nos tomatiza el cerebro, que cada vez se leen menos libros y que decimos las cosas como los demás desean que las digamos y no como queremos decirlas. A todos nos gusta decir que nuestro piso patético y sin paredes es un loft precioso, que nuestro apartamento es ideal para parejas cuando en realidad es un zulo irrespirable, que vivimos en una zona tranquila en vez de donde San Blas perdió la boina, que nosotros no gastamos en segunda vivienda, invertimos en tocho y que ni somos pobres, ni somos viejos, solo somos modestos y seniles.