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Marc Vidal

Salida de Emergencia

Por
Marc Vidal

Están a años luz

Es espantoso descubrir como los “elegidos” que dirigen nuestro tránsito por este valle de lágrimas no se enteran de nada o de muy poco. Tanto políticos,

Es espantoso descubrir como los “elegidos” que dirigen nuestro tránsito por este valle de lágrimas no se enteran de nada o de muy poco. Tanto políticos, como algunos directivos de empresas, muchos viven a años luz de la realidad. Ayer descubríamos que Telefónica se lanzó al recorte sistemático del modelo de acceso a Internet para los pobres británicos. Tómenlo como un fétido globo sonda sobre lo que nos va a tocar vivir aquí en menos que canta un gallo. Si aun no se han atrevido a tomar una decisión parecida es porque la privilegiada posición heredada de la época del monopolio es tan inmensa que no habría manera de defenderla.

Sin embargo, esta historia de pagar por gigabyte que te zampas, es la guinda del pastel que ya nos presentó el máximo dirigente de la operadora hace unos meses, cuando hablaba de “cobrar a buscadores por hacer uso de la red”. Que el consejero delegado de la principal empresa de este país y, previsiblemente, una de las compañías en vanguardia tecnológica, no sepa interpretar los nuevos escenarios digitales tampoco es tan grave. De hecho, tenemos políticos abordando temas de crucial importancia sin, por decirlo finamente, apenas conocerlos.

Esa evidente distancia entre los que mandan en empresas de tipo institucional, o en la administración, y lo que pasa en realidad en el mundo que les rodea, se evidenció en grado sumo hace poco, cuando la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal se puso a denunciar el dispendio de las “teles” autonómicas. La mujer tenía razón en una cosa: esa sangría no puede continuar.  Cuando algo es insostenible y además es un cromo repetido, debe adelgazarse su coste y hacer eficiente su uso.

El dinero público no está para patrocinar la imagen de ningún político y menos ahora que las cosas no están para bromas ni meriendas. Pero, aceptando esa retórica manida de los que pensamos que la prensa, aunque sea audiovisual, no debe estar subvencionada eternamente por los impuestos de los que no la ven y monopolizada por los que se alternan en el poder que la establece políticamente, cabe decir que todo eso es texto caduco y antiguo.

A lo que me refiero es que hablar hoy en día de televisión en términos de canales o cadenas de presión, es no entender que los tiempos están cambiando a una velocidad que muchos no parecen entender. La televisión está sufriendo cambios a un nivel que los modelos de negocio conocidos no servirán para su supervivencia. Hablar de privatizar canales autonómicos es seguir en el estribillo inservible de una economía que rechaza la emisión dirigida y que muta hacia una audiencia que selecciona lo que quiere ver y cuando lo quiere ver.

La nueva audiencia, incluso, decide donde lo quiere ver y bajo que soporte desea percibir la publicidad cuando la acepta. Está claro que alguien no se está enterando que eso de la TDT nació cadáver. La caja tonta, ahora digital y terrestre, no deja de ser un organismo receptor de intereses. Ahora, ese interés, está en las múltiples plataformas que ofrecen contenido audiovisual y que para visionarlos no es preciso pasar por ninguna cadena de televisión o sucedáneo.

Los canales de televisión y sus envoltorios tienen los días contados tal y como las conocemos. Los modelos económicos que responderán adecuadamente a una competencia ubicada a un golpe de clic serán los que permanecerán, y les aseguro que esos no serán los actuales cadenas, a menos que entiendan que la próxima parada, el futuro, ya ha sido anunciada.

¿Qué les pasó a otros que se resistieron al cambio? Agencias de viajes sin modelo de negocio sostenible, sobreviviendo de las migajas que Internet les permite atrapar, los derivados de aquellos reacios a comprar por Internet o que por aspectos generacionales cada vez de menor cuantía, siguen comprando “en persona”.

¿Cuántos jóvenes menores de 25 años saben como es una sucursal bancaria? Las agencias de seguros han debido aprender a enfrentarse las unas a las otras en plataformas que comparan sus precios en tiempo real, los hoteles han debido formarse para defenderse de las críticas feroces en las redes sociales, las discográficas se arrastran por el silicio y sobreviven gracias a cánones y otras estrategias carroñeras que también desaparecerán por lógica moral.

¿Quién iba a pensar hace 2 años que las tiendas de ropa iban a ser el principal modelo de negocio en ecommerce en Europa por encima de la venta de billetes de avión o de hotel? La venta de automóviles se hace de otro modo ya, ahora un comprador va directamente a su concesionario del modelo y marca elegido tras visitar otros tres catálogos virtuales, las cajeras de los supermercados están siendo remplazadas por gestores de envío logístico y la prensa en papel por una atomizada manera de leer las noticias en múltiples formatos y soportes de tipo digital que genera medios nuevos automáticamente.

Algunos se resisten: libreros y televisiones tradicionales. Los primeros más vale que observen como van mojando sus barbas los de los mp3 y las segundas que se bajen el pdf descriptivo del último aparatito endiablado de la factoría de Steve Jobs. En menos de cinco años, la manera en la que vemos la televisión será tan distinto que ahora nos parece imposible. En muy poco tiempo, algunos ya lo hacemos ahora, seleccionaremos en nuestro smartphone que queremos ver, cuando y desde donde, lo enlazaremos y lo visualizaremos. No habremos encendido la televisión y estaremos viendo cualquier cosa que se emita en televisión independientemente del canal y su uso.

Una de las tareas más sofisticadas de los programadores de televisión (y yo trabajé en ese rocambolesco puesto laboral) es posicionar un programa gancho justo antes del informativo. Léase algo como un programa de corazón, de sucesos o de juicios populares inmediatamente anterior a las noticias que interesa catapultar ese día. Eso es algo que ya no sucede en miles de aparatos del mundo. Vemos las noticias multiplicadas y revertidas en diversos canales que se gestionan automáticamente en nuestro ordenador y que se trasladan a la pantalla de la televisión del salón sin pasar por el cable de siempre.

Es cierto que la política no suele caracterizarse por ir en vanguardia de nada, tal vez todo lo contrario. La gestión pública habitualmente va a remolque de la sociedad y de sus intereses, de sus gustos y sus tendencias. Además es cierto que los que llegan a esos puestos de responsabilidad suelen ser los menos visionarios, arriesgados y emprendedores de la clase, por lo que los ves siempre corriendo en todas direcciones sin saber donde está la puerta del futuro inmediato.

Por todo ello, seguramente, pensar en negocios vinculados a esa nueva manera de ver televisión o del ocio audiovisual, es mucho más productivo que atender a las maravillosas lecciones sociológicas de sus señorías. Si por ellos fuera el modelo sería siempre el mismo pues permite manipular y dirigir la opinión según sus intereses. Que duro es eso de vivir tiempos de redes, tiempos en los que los usuarios y los electores se confunden en una amalgama desordenada de voluntades, algunas incluso, ya han dejado de ver la televisión tal y como la veían nuestros padres o hermanos mayores.

Es espantoso descubrir como los “elegidos” que dirigen nuestro tránsito por este valle de lágrimas no se enteran de nada o de muy poco. Tanto políticos, como algunos directivos de empresas, muchos viven a años luz de la realidad. Ayer descubríamos que Telefónica se lanzó al recorte sistemático del modelo de acceso a Internet para los pobres británicos. Tómenlo como un fétido globo sonda sobre lo que nos va a tocar vivir aquí en menos que canta un gallo. Si aun no se han atrevido a tomar una decisión parecida es porque la privilegiada posición heredada de la época del monopolio es tan inmensa que no habría manera de defenderla.