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Cambiando el pie

Una de las muchas ventajas que tiene trabajar en un grupo internacional es la interacción con colegas de profesión de distintos países. A veces, y salvo

Una de las muchas ventajas que tiene trabajar en un grupo internacional es la interacción con colegas de profesión de distintos países. A veces, y salvo por el logotipo que compartimos, no parece que tengamos nada en común. Indumentaria incomprensible, horarios irritantes (que permiten empalmar desayuno, aperitivo y comida) y sobre todo, una falta del sentido del ridículo muy ajena al españolito de a pie. Otras, las menos, ponen de manifiesto la generalizada afición cachondeo y lo mucho que ha contribuido la cerveza  a la paz y la unión entre los pueblos.

 

Igual de dispares son los hábitos y costumbres de los inversores en cada país. Eso sí, en todas partes avisan de lo mismo: “es que aquí los inversores son muy conservadores”. Lo que varia, y mucho, es la interpretación que de semejante advertencia hacen en cada uno de ellos. Para un británico o un americano una cartera con menos del 50% de renta variable es impropia de nadie con menos de 90 años. Para ellos, pocos comentarios serian tan poco afortunados en un coctel o cena como el: “yo no invierto en bolsa”. El atrevido que expresase semejante opinión no solo sería considerado un pusilánime, sino además, poco patriótico (que es lo peor que allí puede llamarse a alguien). No invertir en las empresas que fabrican o venden los productos nacionales es casi una ofensa solo justificable por encontrarse en paro o padecer incapacitación permanente. En esos lares, Cash is trash (osea, basura) y la renta fija,…..digamos que para los poco viriles. Mis colegas que trabajan en estos paraísos (del vendedor de fondos) se están hinchando a vender fondos BRICs, de bolsa Europea de alta rentabilidad, de bolsa americana, commodities, etc.

 

En otros lugares (lo dejaré a la imaginación del lector) cualquier producto que pueda o pudiera llegar a tener de aquí al infinito y aun en caso de guerra nuclear alguna perdida, queda automáticamente excluido de la cartera modelo de cualquier institución.

 

En mi opinión hay dos opciones: que uno esté en lo cierto y el otro equivocado, o que ambos estén equivocados. Yo me inclino por esta última opción, que equivale a un “depende”. No cabe duda de que cualquiera que haya comprado cualquier activo con riesgo en los últimos meses se ha equivocado. Salvo los inversores en oro, han perdido dinero todos los que hayan asumido cualquier tipo de riesgo. Hasta aquí, mal para los osados inversores anglosajones, bien para los prudentes y conservadores. Sin embargo, en algún momento (quizás no muy lejano) el mercado se dará la vuelta. Probablemente empiece por el crédito y luego se extienda a las blue chips que han demostrado no solo sobrevivir, sino mantener su capacidad de generar cash flow. Nadie (y nadie es nadie) sabe cuando esto va a ocurrir, pero todos sabemos que un buen día y sin previo aviso, esto se dará la vuelta. Ese gran día lo veremos con escepticismo y pensaremos que se trata del enésimo rebote técnico y aún aquellos que atisben cierto cambio de tendencia, seguirán atenazados por el miedo y no querrán ni podrán reaccionar. Cuando la cosa ya parezca clara, se encontraran con el dilema de que hacer con su depósito bancario: conservarlo a la irrisoria tasa de interés correspondiente o cancelarlo y padecer la penalización de turno.

 

Está claro que a muchos cualquier cambio de tendencia les va a pillar con el pie cambiado, entre ellos a los que cansados de pender, asumieron la perdida y metieron su dinero en un depósito. ¿Podrán invertir a tiempo y recuperar así parte o toda la perdida asumida? Bien para los anglosajones, mal para los conservadores.

 

 

José María Concejo, Director de Allianz Global Investors

 

Una de las muchas ventajas que tiene trabajar en un grupo internacional es la interacción con colegas de profesión de distintos países. A veces, y salvo por el logotipo que compartimos, no parece que tengamos nada en común. Indumentaria incomprensible, horarios irritantes (que permiten empalmar desayuno, aperitivo y comida) y sobre todo, una falta del sentido del ridículo muy ajena al españolito de a pie. Otras, las menos, ponen de manifiesto la generalizada afición cachondeo y lo mucho que ha contribuido la cerveza  a la paz y la unión entre los pueblos.