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Los estibadores tienen razón: el Mercedes descapotable no representa su lucha
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Víctor Romero

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Los estibadores tienen razón: el Mercedes descapotable no representa su lucha

Ganarán porque son el último símbolo contra la precarización y la presión del capital sobre la fuerza del trabajo. Pero su victoria no puede legitimar un modelo laboral injusto

Foto: Asamblea de estibadores de Valencia. (EFE)
Asamblea de estibadores de Valencia. (EFE)

Los estibadores tienen razón. El Mercedes descapotable a las puertas de su refugio en el puerto de Valencia no representa su lucha contra la reforma que quieren imponerles el Gobierno y las empresas portuarias. La suya no es la guerra de justificar sus salarios o su sistema de selección de personal basado en la herencia familiar o las amistades. El colectivo se ha convertido en el símbolo de resistencia en otro debate mucho más complejo y amplio, que nada tiene que ver con las condiciones que han adquirido a lo largo de los años en los puertos españoles: el de cómo, tras casi dos siglos de pulsión desde la primera Revolucion industrial, la 'fuerza del capital' ha terminado por imponerse a la 'fuerza del trabajo' (si se me permite la reinterpretación del concepto marxista), marcando sus condiciones y cercenando cualquier posibilidad de negociación en igualdad de condiciones para garantizar el equilibrio entre ambos.

La victoria del capital sobre el trabajo, derivada de la crisis económica y la percepción de derrota de gran parte de las clases medias trabajadoras del país, explica en gran parte la aparición de fenómenos de reacción insólitos en la corta historia de la democracia en España. Está detrás del relativo éxito electoral del populismo de Podemos; provoca toneladas de empatía ciudadana con cualquier colectivo capaz de rebelarse contra el denominado 'establishment', y se visualiza en procesos de elección libres, como las primarias que han convertido de nuevo en secretario general del PSOE a Pedro Sánchez, quien ha tenido la habilidad de llevar su campaña a esa dicotomía.

En este marco simbólico, los estibadores tienen su batalla ganada. La próxima entrada de la supernaviera china Cosco en los puertos del banco de inversión JP Morgan, tras aprobarse el decreto de la estiba, adelantada por El Confidencial, será el argumento definitivo para poner el cuadro en la pared. Una parte muy importante de la opinión pública apoya al colectivo porque representa y practica la resistencia que otros no han podido desarrollar.

Será hoy, mañana o dentro de tres meses. Estoy convencido de que las empresas terminarán por aceptar gran parte de sus condiciones. Y yo me alegro. Me alegro de que conserven sus empleos y sus buenos sueldos y que, por una vez, las políticas de reducción de costes no recaigan de forma brutal y despiadada sobre una fuerza de trabajo a la que la reforma laboral despojó de muchos de sus mecanismo de defensa, el primero y principal el de la negociación colectiva, ahora herida de muerte.

Pero que esto sea así no quiere decir que todo lo que han defendido sea justo. Ni que su condición adquirida de nuevos héroes de la clase obrera se corresponda con la realidad. Por ejemplo, los estibadores no han explicado a los otros obreros, a cuya solidaridad apelan, que ellos apenas sufren pérdidas económicas cuando hacen huelgas. No solamente porque su modelo de paro en días alternos y horas impares les permite doblar turnos al día siguiente para recuperar dinero. También porque la Coordinadora cuenta con una caja de contingencias con la que puede repartir compensaciones por minoraciones de nóminas.

Los estibadores pueden permitirse huelgas que otros colectivos no pueden hacer porque trabajan en un sector estratégico para la economía española y tienen el grifo del agua. Ellos deciden si sale agua o no del grifo. Y esa capacidad, la de parar los puertos y el tráfico de entrada y salida de mercancías del país, es la que les ha permitido tener salarios que no se corresponden en muchos casos con el trabajo que realizan, imponer en las Sagep un control de acceso a los trabajadores que se contratan o tener atrapados a muchos empresarios 'import-export' que estarían encantados de no tener que pagar ese plus cada vez que contratan un contenedor.

Los estibadores van a ganar por ser el último símbolo contra la precarización y la presión del capital sobre la fuerza del trabajo

Una sociedad sana no puede ser aquella en la que la única forma de defender las condiciones laborales en una negociación colectiva sea tener la capacidad de colapsar sectores críticos. Una sociedad sana no puede tener como únicas garantías de justicia social y equilibrio entre beneficios empresariales y laborales la creación de colectivos cerrados que se defienden en base a la generación de plantillas cerradas, sin atender a criterios de mérito o de capacidad. Puede que a los estibadores y a sus descendientes les funcione, pero esto es el asesinato a sangre fría de la igualdad de oportunidades que cierra el paso a aquellos que no cuentan con anclajes para prosperar vital y profesionalmente aun cumpliendo los requisitos correspondientes. Ese no puede ser el ejemplo.

Ese otro debate, tan legítimo y democrático como cualquier otro, no se ha producido. No al menos de forma abierta y libre. Cuando ha aparecido en escena, han entrado los animados ‘trols’ a la caza de periodistas, acosando, insultando, intimidando, con actitudes propias de mafiosos disfrazados de ‘working class’.

Dudé mucho sobre si publicar la pieza con la foto del Mercedes descapotable en las instalaciones sindicales de los estibadores de Valencia. Sigo dudando sobre si hice lo correcto periodísticamente porque, efectivamente, había muchos otros coches en el aparcamiento y no todos costaban 50.000 euros. Tengo un amigo estibador, al que conozco desde que éramos niños, que me ha retirado la palabra por ese artículo. Te pido disculpas si te he decepcionado. Lo siento de verdad. Pero yo no puse ahí un vehículo que cuesta más que el salario anual de un maestro de colegio público o que el de un operario de cualquier fábrica de España. Y esos también son clase obrera a la que hay que defender.

Los estibadores tienen razón. El Mercedes descapotable a las puertas de su refugio en el puerto de Valencia no representa su lucha contra la reforma que quieren imponerles el Gobierno y las empresas portuarias. La suya no es la guerra de justificar sus salarios o su sistema de selección de personal basado en la herencia familiar o las amistades. El colectivo se ha convertido en el símbolo de resistencia en otro debate mucho más complejo y amplio, que nada tiene que ver con las condiciones que han adquirido a lo largo de los años en los puertos españoles: el de cómo, tras casi dos siglos de pulsión desde la primera Revolucion industrial, la 'fuerza del capital' ha terminado por imponerse a la 'fuerza del trabajo' (si se me permite la reinterpretación del concepto marxista), marcando sus condiciones y cercenando cualquier posibilidad de negociación en igualdad de condiciones para garantizar el equilibrio entre ambos.

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