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¿Vamos a perder el tren de otra revolución industrial?

El cambio energético es insoslayable y, en la medida de nuestras posibilidades y recursos, conviene anticiparlo, prepararlo, dosificarlo

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

El modelo energético basado en la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) es el principal causante del cambio climático. Está teniendo importantes consecuencias en nuestras economías y en nuestras sociedades, y sus efectos negativos serán mucho mayores a futuro, como señala en reciente informe del IPCC de Naciones Unidas presentado a principios de octubre. Es el principal responsable de la contaminación del aire de nuestras ciudades, que causa más de 500.000 muertes prematuras anuales en Europa y tiene importantes costes sanitarios y de pérdida de productividad laboral. Disponemos ya de suficientes argumentos para pensar en un cambio, en otro modelo.

Ese cambio, ese nuevo modelo, ya se está produciendo, en cierto modo, por la vía de los hechos. El cambio climático es la consecuencia y el efecto tangible y dramático de una determinada forma de producir, de una determinada forma de consumir, de una civilización industrial que ya tratamos de contemplar en pasado, pero que en realidad aún sigue muy vigente.

Foto: El incremento de temperaturas de España en 2050. (Imagen: EC/EFE)

Se precisa una transformación en profundidad de toda la economía que nos obliga y exige a todos, como ciudadanos, como consumidores, como trabajadores, como empresarios. Y en concreto, en lo que concierne al sector de la energía, es urgente transformar el modelo en dos direcciones: potenciar el ahorro y la eficiencia energética y sustituir los combustibles fósiles en los usos finales de la energía (transporte, edificios e industria) con un sistema eléctrico 100% renovable.

El sector industrial se enfrenta a esta transición como consumidor energético y como productor de bienes elaborados o semielaborados que son utilizados en la economía, ya sea coches, barcos, infraestructuras, acero, ladrillos…

Como consumidora, la industria necesita y demanda formas de energía sostenibles, pero sobre todo seguras y baratas para mantener su competitividad en un mercado muy globalizado. Condiciones ambas que se está demostrando que son posibles: en los últimos años, se está produciendo una drástica reducción de costes de las tecnologías limpias (fotovoltaica, eólica y baterías, fundamentalmente). De hecho, cada vez más industrias compran energía renovable frente a energía fósil, porque es más barata y además está libre de riesgos por posibles aumentos de precios del petróleo o el gas a futuro.

Foto: modelo-energetico-energia-renovable-cambio-climatico-ence-bra

Pero, además de consumir energía, la industria produce los bienes y servicios que demanda la sociedad. Y como tal, frente a esta transición energética, la industria europea —y en particular la española— tiene que reflexionar sobre qué productos va a ofrecer en esta nueva economía. El cambio energético es insoslayable y, en la medida de nuestras posibilidades y recursos, conviene anticiparlo, prepararlo, dosificarlo. Mejor que adoptar una actitud pasiva y defensiva, que podría darse en la industria europea y española, deberíamos aprovechar al máximo todas las oportunidades económicas y tecnológicas globales derivadas de este proceso, con liderazgo y visión de futuro.

El sector eólico es un buen ejemplo de cómo la industria europea ha sabido sacar partido a las oportunidades de las energías limpias. Desde hace casi 20 años, las empresas europeas están sabiendo explotar una tecnología con una notable y constante reducción de costes. Han decidido seguir esta vía, con sentido del riesgo, con sentido de la innovación. Están teniendo resultados de forma tangible, haciendo negocio en todo el mundo. Y ahora están mejor situadas, mejor preparadas industrialmente para asumir un cambio inevitable. A día de hoy, la energía eólica presenta unas inversiones anuales de más de 100.000 millones de euros en el mundo, y seis de las 10 principales empresas eólicas son europeas, dando empleo a más de 250.000 trabajadores en nuestro continente. Y hay que recordar que hace 20 años este sector industrial ni siquiera existía.

Este desarrollo del sector eólico está teniendo efectos positivos para otras industrias. Así, Navantia, en España, está utilizando la energía eólica marina como una oportunidad de negocio en un sector, como el de los astilleros, con dificultades económicas, fabricando los cimientos y las subestaciones en sus factorías de Cádiz y A Coruña para parques eólicos marinos que se están construyendo en toda Europa.

Foto:  Parque eólico.

China nos muestra el camino en esta transformación industrial con algunos ejemplos: energías renovables, vehículos y baterías eléctricas son una prioridad estratégica para el país, que sabe que estos mercados seguirán creciendo a fuerte ritmo en las próximas décadas. En 2017, China instaló más renovables que el resto del mundo junto y ahora sus empresas lideran el mercado mundial; fabricando casi el 60% de las baterías, el 50% de los coches eléctricos y el 99% de los autobuses eléctricos del mundo. El sector de los vehículos eléctricos crece al 30% anual, en una tecnología que en cinco o 10 años será plenamente competitiva con respecto a los vehículos térmicos, por lo que la gran mayoría de los analistas independientes augura que se impondrá claramente en el mercado. Para Europa, este es un reto tan evidente como urgente si no queremos quedarnos en el vagón de cola; el riesgo de no liderar el cambio en esta dirección podría traer consigo consecuencias negativas, de menor riqueza, de menor empleo.

Porque la 'transición' energética, si se acierta en la forma de interpretarla y canalizarla, producirá cambios beneficiosos en todos los sectores y generará nuevas oportunidades industriales y de empleo: redes eléctricas, digitalización, rehabilitación energética de viviendas, desalación de agua con renovables, procesos industriales más limpios y eficientes, ferrocarril eléctrico, barcos eficientes y un largo etcétera.

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Para dar una idea del mercado global, el pasado año las inversiones en energía limpia en el mundo superaron los 300.000 millones de euros y, de acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía, se estima que habrá que invertir más de 400.000 millones anuales en energías limpias hasta 2050.

Estar a la altura de las exigencias de la transformación energética nos obliga como consumidores, pero también como industria, a dar respuestas y soluciones, a tomar medidas, a no actuar como meros espectadores que siguen el ritmo que imponen otros. La UE y España deben anticiparse y ejercer como líderes. Sería peligroso que acabásemos adoptando las tecnologías limpias porque sean más competitivas pero que sean otros los que las fabriquen (como hoy pasa con las baterías para automóviles o los paneles fotovoltaicos) y aprovechen sus beneficios en términos de valor añadido, empleo e innovación.

Siempre se ha dicho que en España llegamos tarde a las anteriores revoluciones industriales, que fueron países de nuestro entorno los que las aprovecharon, que nos quedamos rezagados. Ahora nos enfrentamos a una nueva revolución industrial, la de las tecnologías limpias, en la que, en principio, estamos bien posicionados. Es la ocasión, es el momento, de adoptar y seguir una política decidida e inteligente. Es la hora de inventar nosotros el futuro, el que queremos y necesitamos, de tratar que el cambio, esta vez, no nos desplace de la cabeza sino que nos sitúe como protagonistas.

*Gonzalo Sáenz de Miera es doctor en Economía Aplicada y experto en energía y cambio climático.

El modelo energético basado en la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) es el principal causante del cambio climático. Está teniendo importantes consecuencias en nuestras economías y en nuestras sociedades, y sus efectos negativos serán mucho mayores a futuro, como señala en reciente informe del IPCC de Naciones Unidas presentado a principios de octubre. Es el principal responsable de la contaminación del aire de nuestras ciudades, que causa más de 500.000 muertes prematuras anuales en Europa y tiene importantes costes sanitarios y de pérdida de productividad laboral. Disponemos ya de suficientes argumentos para pensar en un cambio, en otro modelo.

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