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Jordi Sevilla

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El mundo no es redondo para todos

Ante esta pandemia, problema común y global, renunciamos incluso a la vía intergubernamental para regresar directamente a las fronteras de lo nacional

Foto: Un trabajador sanitario prepara una mascarilla con la que protegerse. (Reuters)
Un trabajador sanitario prepara una mascarilla con la que protegerse. (Reuters)

La decisión adoptada por varios países, incluido el nuestro, de cerrar sus fronteras al movimiento de personas como consecuencia de la pandemia del coronavirus, puede ser la puntilla a una manera de gestionar la globalización. Y tendrá consecuencias en el futuro inmediato. De momento, ha revitalizado a la nación como concepto administrativo y político útil cuando muchos lo dábamos ya por muerto en medio de un mundo sin fronteras. Cuando hace falta, como ahora, ¡menos mal que tenemos fronteras para protegernos detrás de ellas! Sí, ya sé que una pandemia es algo excepcional. Pero si las fronteras nacionales han sido consideradas útiles para frenar un virus que atenta contra nuestra salud, ¿por qué no van a serlo, como dicen Trump o Salvini, para hacer frente a la inmigración o a una competencia internacional que deteriora, dicen, nuestro nivel de vida?

Llevamos años denunciando una grave asimetría en la globalización. Mientras que los mercados son mundiales, todo lo que englobamos bajo el concepto de gobernanza de la economía sigue teniendo huella nacional causando, con ello, multitud de desajustes y problemas como, por ejemplo, la desregulación financiera internacional que estuvo en el origen de la crisis de 2008.

Esta globalización económica no es algo que haya caído del cielo. Es cierto que algunos avances, como la revolución tecnológica, la han impulsado. Pero surge de un deseo empresarial de incrementar los beneficios situando la producción donde es más barato o donde menos impuestos se paga, de unos consumidores que prefieren comprar a menor precio y de unos gobiernos que adoptaron tres medidas trascendentales: liberalizar los movimientos de capitales y dar entrada a China en la OMC, son dos de ellas. La tercera decisión, ha sido, no permitir el salto hacia un gobierno mundial efectivo que regule y controle el nuevo capitalismo mundial, arbitrando medidas que contrapesen, por ejemplo, los incrementos de desigualdad social que ya son imposibles de negar con el argumento (cierto) de que la pobreza mundial se ha reducido. La desaparición de la clase media en los países llamados desarrollados es imposible de entender sin el impacto de una globalización económica asimétrica, carente de una paralela gobernanza global.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Hasta ahora, parecía claro que si avanzábamos hacia lo global teníamos que hacerlo de manera equilibrada: la economía, sí, pero también las reglas de competencia, el sistema tributario o las leyes laborales o medioambientales; es decir, la gobernanza de esa economía también. Algunos incluso hemos defendido la necesidad de acompañar la globalización económica con un 'gobierno mundial que, en la práctica, ha intentado ser sustituido por reglas comunes (que no siempre se pueden hacer cumplir) y organismos multilaterales (de eficiencia dudosa). El resultado ha sido que los impactos negativos derivados de esa incompleta gobernanza mundial han contribuido a desarbolar unos gobiernos nacionales sin capacidad para atajar las causas, por globales, y carentes de recursos suficientes para hacer frente a las consecuencias, locales. Esa incapacidad de los gobiernos nacionales ante problemas insolubles para ellos por su escala, está en la base tanto del nuevo populismo como del globalismo de quienes defendíamos la necesidad de dar un salto a un gobierno mundial.

Esa tensión local/global que definía la política, se empieza poniendo en cuestión cuando se rompen los insuficientes esquemas multilaterales existentes en favor de la bilateralidad, como ha hecho Trump con las negociaciones comerciales con China. Pero se cuestiona, todavía más, cuando analizamos la manera en que se han abordado problemas comunes, además de globales, como el cambio climático y estalla ahora con la gestión de la actual pandemia.

Un mundo que solo es global y libre para mercancías y capitales, y mantiene las decisiones que afectan a los ciudadanos dentro de fronteras políticas nacionales, es un mundo imperfecto

El cambio climático es, sin duda, un desafío que nos afecta a todos y que no puede hallar solución si no es en el marco de medidas intensas, comunes y de ámbito mundial. Y, sin embargo, llevamos años abordándolo (mal) mediante conferencias (COP) convocadas por la ONU, pero que son intergubernamentales, es decir, desde una débil gobernanza que se pretende global pero que fundamenta su legitimidad en el viejo Estado nación, a pesar de lo imperfecto que este método resulta para abordar una solución real. Y, ahora, con la pandemia, otro problema claramente común y global, renunciamos incluso a la vía intergubernamental para regresar directamente a las fronteras de lo nacional. Hasta en el seno de una experiencia supranacional como la Unión Europea, las decisiones se están adoptando y aplicando a escala de Estado-nación, salvo lo aprobado por el BCE en defensa del euro. Un mundo que solo es global y libre para mercancías y capitales, pero que mantiene las decisiones comunes sobre ciudadanos, trabajadores y contribuyentes dentro de fronteras políticas nacionales, es un mundo imperfecto en el que renunciamos a adoptar medidas eficaces ante problemas colectivos que son los que están decidiendo nuestro futuro, no como ciudadanos de tal o cual país, sino como raza humana. Pero si es, como parece, lo que va a salir de esta pandemia, mejor nos vamos preparando. Todos. Porque el horizonte se está moviendo y más nos vale reajustar mapas y hojas de ruta.

La decisión adoptada por varios países, incluido el nuestro, de cerrar sus fronteras al movimiento de personas como consecuencia de la pandemia del coronavirus, puede ser la puntilla a una manera de gestionar la globalización. Y tendrá consecuencias en el futuro inmediato. De momento, ha revitalizado a la nación como concepto administrativo y político útil cuando muchos lo dábamos ya por muerto en medio de un mundo sin fronteras. Cuando hace falta, como ahora, ¡menos mal que tenemos fronteras para protegernos detrás de ellas! Sí, ya sé que una pandemia es algo excepcional. Pero si las fronteras nacionales han sido consideradas útiles para frenar un virus que atenta contra nuestra salud, ¿por qué no van a serlo, como dicen Trump o Salvini, para hacer frente a la inmigración o a una competencia internacional que deteriora, dicen, nuestro nivel de vida?