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El fuego digital

La digitalización es un poderoso habilitador para transformar los modelos de negocio, de producción, de organización, de conocimiento y de la sociedad

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Hace 120,000 años, el fuego se reveló como una de esas primeras tecnologías disruptivas. Su adopción fue irregular por parte de los habitantes del planeta de aquella época y marcó entre ellos una clara diferencia competitiva. Los neandertales que poblaban el planeta llegaron a emplearlo ocasionalmente con motivaciones muy funcionales, como calentarse o defenderse de los animales, probablemente siembre bajo un temor reverente. No fueron capaces de generarlo por sus propios medios: lo utilizaban, pero no lo comprendían.

Los sapiens, otra especie humana que compartía su hábitat, pasaron de controlar el fuego a crearlo, de rozarlo con prevención a abrazarlo de manera cotidiana, de emplearlo con precaución a dominarlo con pericia, desencadenando así su potencial transformador. Lo hicieron suyo, y alrededor del fuego, los sapiens se agruparon soñando con el futuro y tejiendo ambiciones de progreso. En su llama cocinaron su comida y alimentaron una nueva fisiología. Junto a la hoguera contaron cuentos, fijaron tradiciones e inventaron religiones para consolidar su identidad como clan. Iluminados por su luz, celebraron las victorias y los duelos y descubrieron el arte y la artesanía. Y, arrebatados por su calor, discutieron apasionadamente proyectos y planificaron sus próximas acciones conjuntas como tribu.

Y en ese proceso, el fuego dejó de ser para ellos una simple herramienta y se convirtió en un catalizador de cambios profundos de comportamiento, estructura social y desarrollo económico, propiciando un nuevo modelo de conciencia grupal que, a la larga, les proporcionó la victoria sobre otras razas más fuertes pero incapaces de crear y gestionar modelos complejos de organización.

"La clave para pasar de rozar lo digital a abrazarlo, de mirarlo a crearlo, de usarlo a dominarlo está en la capacidad de adaptación a la nueva realidad"

En 2020, el nuevo fuego es digital. Esta tecnología, que surgió hace apenas 30 años y que está generando la nueva disrupción para este cambio de era de la humanidad, es la singularidad que nos ha tocado vivir a los actuales habitantes de este planeta. Y al igual que en la prehistoria, el futuro digital se reparte de manera desigual: aunque pocos son los que niegan el impacto de la digitalización (especialmente tras la crisis del covid-19), la realidad es que, al igual que ocurría con los neandertales, la inmensa mayoría todavía la cataloga como una simple herramienta, a la que teme más que aprecia, y que usa con más miedo que vergüenza. Pareciera como si el temor a sufrir una ampolla impidiera abrazar el enorme potencial del fuego digital para aproximarnos a la siguiente orilla del desarrollo humano.

Al igual que el fuego, lo digital no es solo una herramienta tecnológica para mejorar la manera que teníamos de hacer las cosas, sino un poderoso habilitador para, precisamente, hacer cosas diferentes y de otra manera, cuestionando y transformando los modelos de negocio, de producción, de organización, de conocimiento y de la sociedad. Y sobre todo, potenciando un cambio profundo en las actitudes humanas hacia el cambio.

Pero todavía nos cuesta visualizar y cuantificar el impacto de lo digital debido precisamente a su transversalidad. Por ejemplo, somos enormemente conscientes del peso que el turismo representa en nuestro país con un importante 12% del PIB. Sin embargo, no habíamos caído en que la economía digital representa ya un 9% del PIB y otro 10% de manera indirecta o inducida, como confirma el reciente estudio de Adigital y Boston Consulting Group. Y hasta ahora, el Estado nunca había señalado su importancia ni sido capaz de darle un papel tractor a este sector como alternativa a otros más vulnerables ante una crisis y como catalizador de la competitividad del resto de los sectores. En otros países de nuestro entorno el sector digital se cultiva integralmente mediante planes maestros desde todos los niveles, desde la inversión en I+D, al apoyo sin fisuras a las 'startups' o la subvención a formación que aporte competencias digitales reales a profesionales y empresas, como por ejemplo cursos de data analytics, programación o salesforce.

"España está a la cola de los países de nuestro entorno en capacidades digitales, que se introducen a cuentagotas en el sistema"

La clave para pasar de rozar lo digital a abrazarlo, de mirarlo a crearlo, de usarlo a dominarlo, está en el conocimiento, o más específicamente en la capacidad de adaptación del mismo a la nueva realidad. Sin profesionales que se hayan formado en digital seremos incapaces de transmitir a las empresas el fuego digital y de elevar el listón de nuestra competitividad. Según el Digital Economy and Society Index (DESI) de la Comisión Europea, España está a la cola de los países de nuestro entorno en capacidades digitales, que se introducen con enorme prevención y a cuentagotas en el sistema. El complejo modelo educativo español es especialmente hermético al cambio, tanto en colegios, universidades y escuelas de negocio que arrastran un pesado 'legacy' que les complica entender este nuevo entorno digital desde una perspectiva fresca e integradora.

Solo las instituciones que han nacido ya desde una perspectiva digital, como ISDI, y que son, por tanto, 'outliers' del sistema son capaces de ofrecer programas capaces de integrar conocimiento y práctica de tecnología, negocio, organización y actitud digital. Además de la empleabilidad y prestigio que estos másteres proporcionan, cuentan con el aval añadido de haber obtenido sin problema la acreditación académica en un sistema como el de Estados Unidos que prima la eficiencia sobre la inercia.

Recordemos que los fuertes neandertales, que partían con amplia ventaja, no tardaron en sucumbir como especie ante unos sapiens que abrazaron con optimismo y de manera integral el fuego, que para su época fue una singularidad como lo digital lo es para la nuestra.

*Nacho de Pinedo es CEO y cofundador de ISDI

Hace 120,000 años, el fuego se reveló como una de esas primeras tecnologías disruptivas. Su adopción fue irregular por parte de los habitantes del planeta de aquella época y marcó entre ellos una clara diferencia competitiva. Los neandertales que poblaban el planeta llegaron a emplearlo ocasionalmente con motivaciones muy funcionales, como calentarse o defenderse de los animales, probablemente siembre bajo un temor reverente. No fueron capaces de generarlo por sus propios medios: lo utilizaban, pero no lo comprendían.

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