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Draghi 'redux': interlocución europea y el Santo Grial

Desde su interlocución privilegiada, ahora política, Draghi tiene las claves para pinchar la burbuja de realidades alternativas en que fermentan los populismos europeos

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE)
El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE)

¡Bravo, Italia! El domingo se produjo finalmente el nombramiento del Gobierno de coalición de Draghi con representación de todo el espectro político. Se trata de un Gobierno a la vez con perfil muy tecnocrático, no es incompatible, a la altura de la emergencia sanitaria y la crisis económica. Están ahí todos: el partido antisistema de Beppe Grillo, la Liga Norte de Salvini, reconvertido en un pragmático proeuropeísta, el sempiterno Berlusconi y, por supuesto, el Partido Demócrata de centro izquierda. Es tan singular como si en España tuviéramos una coalición de Vox y Podemos, pasando por PP, Cs y PSOE.

El hito tiene una significación multidimensional con ramificaciones varias, algunas solo sospechadas. Supone obviamente un esfuerzo supino por superar la tradicional inestabilidad de la política italiana, a golpe de Gobierno por año. Una Italia ayudándose a sí misma es una novedad en toda regla. Supone también la oportunidad para el mayor receptor de ayudas del fondo de recuperación de marcar 'mejor ejemplo' en su desempeño —eficiente, desideologizado— en esta tesitura crítica para Europa. Llegado un punto, podría incluso revertir la imagen de díscolo de la última crisis, símbolo de la inoperancia crónica del sur, y dejar el garbanzo negro colgando por ahí.

Foto: Mario Draghi. (EFE)

De cualquier forma, todo redunda en una inmejorable interlocución para el país transalpino, máxime cuando a partir de mayo, con la 'Conferencia sobre el futuro de Europa', se abre un proceso de sondeo reconstituyente. Y nadie mejor que Draghi para negociar ecuánimemente las carencias estructurales de gobernanza europea, la inevitabilidad de una unión fiscal y la autonomía estratégica que se deriva de ella en esta época dominada por los mercados financieros. Y hacerlo desde el pragmatismo, desde la coyuntura, sin perder de vista los principios a los que Alemania jamás claudicará.

Qué sabe Draghi…

El tema de la integración de Europa y su punta de lanza, el euro, donde se encuentra varada, se presenta a la gente como una neblina densa de cuestiones técnicas, un hervidero para toda suerte de populismos. Un suponer: cuanto más compleja la cuestión, mayor exigencia debe demandar el ciudadano a la democracia representativa… Draghi sabe que sin destilar este mejunje no hay integración, y sin esta, el paro estructural del 40-50% en la juventud periférica —Italia, España— es un problema insoluble. Cualquier relato y plan realista a este respecto —quitarse el estigma de generación perdida, de sociedad truncada…— pasa por Europa. Esto debiera informar la relación de prioridades y asignación de recursos políticos a nivel nacional. '¿Capisci? Non troppo'…

Foto: La oficina del primer ministro italiano, el Palacio de Chigi. (Reuters)
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Draghi fue por todos conocido cuando aquel julio de 2012 los mercados soberanos de España e Italia marcaban el 7% —'de facto', reventando nuestros sistemas de bienestar y el euro—, y desde el BCE pronunció la frase icónica de “hacer lo que fuera necesario”. Lo que poca gente fuera de mercados conoce es la singladura de discusiones entre bastidores con toda la homilía monetaria más ortodoxa de Fráncfort y Berlín. La cerrazón alemana a transigir con la necesidad imperiosa de utilizar políticas no ortodoxas (QE o compra de activos), también en Europa, marcó una época. De aquí viene toda la ascendencia carismática que le precede.

En septiembre de 2014, en la reunión anual de bancos centrales, Draghi, en la cuerda floja entre lo que era un cargo de agencia con un mandato muy expreso, contener la inflación, y una acción política que flirteaba con los límites legales de los tratados, echó el resto. Explicó no solo la necesidad impostergable de alinearse con el resto de bancos centrales con la deflación acechando, también la de completar la unión monetaria con la fiscal. Finalmente, en marzo de 2015, Fráncfort accedió a la primera parte de sus demandas y comenzó el QE con dos años y medio de dilación. Ese mismo año, participó en un comité de sabios que delineó varias opciones como hoja de ruta para una integración fiscal que pasaron al cajón de la Comisión.

Enfrentaba un doble problema, uno coyuntural y otro estructural, pero ambos fatídicamente embrollados. Los mercados se espantaron ante la constatación de que el BCE no era un banco central al uso de un país propiamente soberano, sino de un conjunto ligado por un acuerdo monetario con la obligación de no asistirse mutuamente. Un país euro podía entrar efectivamente en quiebra.

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Ante el estupor generalizado de una posible caída del sistema, a nadie, a nadie, le pareció mal el principio razonable de contener gasto y deudas con la firma del Pacto de Estabilidad (marzo de 2010), recogido constitucionalmente por todos los miembros del euro (aquí se funda la fuga bolivariana de Zapatero, dicho sea de paso). Un ejercicio de 'stop, restructure and go' clásico en libros de economía. Pero la ejecución homogénea del principio, todos a la vez y rápidamente, acentuó los efectos contractivos y deflacionistas de la austeridad impuesta, postergando la recuperación —el problema coyuntural—.

Para Grecia, fue una tragedia peor que la Gran Depresión americana, con la economía desplomándose más de un 30% en cinco años. España, tras 2-3 años de ajustes fiscales, devaluaciones internas y reformas estructurales, reposicionó su sector exterior y salió creciendo por encima del resto de la eurozona: las políticas de oferta funcionaron. Nada más peligroso en política económica que los dogmas. El pecado capital fue ni exigir unos ni dar otros, políticas de seguimiento exhaustivas y holistas a un acuerdo imperfecto e insostenible.

Son estas tripas del euro lo que Draghi conoce como nadie. Dónde hace aguas el diseño actual de la unión monetaria sin unión fiscal (o con criterio puramente nacional): la divergencia creciente y la fragmentación. Subyace la tendencia por la que los países más competitivos están intrínsecamente subsidiados en sus exportaciones por una moneda más barata de lo que correspondería a un criterio meramente nacional al incluir economías más débiles (Alemania incrementó el peso de su sector exportador del 18% antes del euro a casi el 50% ahora).

Foto: Luis de Guindos y Christine Lagarde. (EFE)

La mal llamada 'crisis de deuda soberana', por un diagnostico impreciso que tuvo un arreglo verosímil pero insostenible, en el fondo es una crisis bancaria (de privado a privado) de cuenta corriente, por la que los exportadores deciden interrumpir la financiación a los deudores. El tratamiento nace de vacíos legales y la premura de los mercados. Lo que queda es una gestión integrada macroeconómica pésima en la que los excedentes comerciales no se reciclan en el beneficio del todo y tienen como correlato aquellas tasas de paro juvenil en la periferia superiores al 40%. 'Ditto'.

La forma del Santo Grial

Como se sabe, el fondo de la cuestión estructural no se ha solucionado, solo postergado por el BCE, cuyo empeño ahora tras la irrupción de la crisis covid es aún más contundente. Por el lado fiscal —ahora somos todos keynesianos—, la disciplina de gasto y deuda encarnada en aquel PEC está suspendida en 2020, 21 y previsiblemente también el 22. Pero como llueve sobre mojado, el impacto de la crisis ha sido asimétrico y unos han tenido más margen que otros, la fragmentación de la economía real y los niveles de deuda norte/sur es y será cada vez más divergente. El fondo de recuperación mitiga temporalmente la divergencia, pero por su tamaño y sobre todo su interinidad, no abortará esa tendencia subyacente.

El Santo Grial de la unión fiscal se atisba pues en reformular el PEC desde una perspectiva federal que presuponga la unión fiscal en un determinado plazo, construyendo sobre las líneas rojas que cruzó el fondo: financiación conjunta y transferencias netas a los países más perjudicados. En la conferencia que viene, será imposible no discutir la reforma de ambas instituciones como un mismo problema, bajo una misma lógica y con un mismo propósito: la autonomía estratégica. El punto de equilibrio funcional, pragmático, entre disciplina y cohesión por y para el todo.

Foto: EC.

Es en todo este meollo donde la credibilidad e interlocución de Draghi con el norte de Europa y sobre todo Alemania son providenciales. Como buen economista, conoce los principios cardinales de una buena gestión macroeconómica que en Alemania son irrevocables: el principio de equilibrio presupuestario y el de integridad financiera. Ambos se traducen intuitivamente en algo que todo el mundo entiende: que nada es gratis. Los desequilibrios permanentes pueden llevar a un exceso de deuda y esta se paga; la descorrelación entre dinero creado y economía real puede ser una fuente de problemas vía inflación cuando esta resurja, etc. Ambos constituyen una hipoteca sobre generaciones futuras.

Que la gravedad de la crisis y la esterilidad de la política monetaria hayan hecho a todo el mundo naturalmente keynesiano es lo pragmático. También lo es compatibilizar la coyuntura con la preservación de estos principios a largo plazo —el lenguaje que habla Alemania—. Hacerlo con una perspectiva federal y la reforma convergente de esas instituciones, fondo y PEC, lo europeo. Bajo el mismo espíritu práctico, la comparación con EEUU es obligada y por marco macroeconómico —deuda agregada y posición exterior—, de hecho, afortunada. No se puede ser más papista que el Papa.

Si cuando, previsiblemente en unos años, el ciclo de tipos de interés revierta ante una inflación global incipiente y los bancos centrales tengan que levantar el pie no hay cambios, las dinámicas de fragmentación financiera volverán con virulencia. De nuevo se haría buena la sospecha cierta del Tribunal Constitucional alemán de que, en el margen, la compra de activos de deuda soberana puede transgredir los límites de la política fiscal y suponer un subsidio encubierto. Efectivamente, sin unión fiscal, el BCE está llamado a tomarlo todo para evitar el descalabro del sistema, la misma antípoda del espíritu bajo el que se creó, que apuntábamos aquí.

Foto: La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. (EFE) Opinión
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Después de presidir el BCE durante casi una década y ser públicamente loado por ello (Merkel y Macron en su despedida), se le ve por lo menos tan europeo como italiano, capaz de abstraerse de la miope servidumbre nacional. ¡Qué necesidad de ser antes europeo que nacional! Desde su interlocución privilegiada, ahora política, tiene las claves para pinchar la burbuja de realidades alternativas en que fermentan los populismos europeos. En la derecha radical del norte: que el actual acuerdo euro es insostenible sin unión fiscal y sin transferencias al sur. En la izquierda periférica: que aquellos principios de disciplina son 'peccata minuta'. Oír al inspirador del PEC original, Schauble, hablar de la necesidad de un activo libre de riesgo, el eurobono, en esta entrevista reciente del FT, es una invitación real al acuerdo.

Nuestros primos transalpinos van a coger la quinta marcha en esta realidad política que es la reconfiguración constituyente hacia la integración europea, y se vienen todos a una. Aquí el plantel nos pone en otra liga. La comparación con las derivas centrífugas y caprichosas de la política patria es tan inevitable como desoladora. Las servidumbres e hipotecas de la coalición de gobierno podrán argüirse como legítimas, pero no por ello menos… fútiles y perentorias, de acuerdo a un orden de prioridades. Si las tenemos, claro.

¡Bravo, Italia! El domingo se produjo finalmente el nombramiento del Gobierno de coalición de Draghi con representación de todo el espectro político. Se trata de un Gobierno a la vez con perfil muy tecnocrático, no es incompatible, a la altura de la emergencia sanitaria y la crisis económica. Están ahí todos: el partido antisistema de Beppe Grillo, la Liga Norte de Salvini, reconvertido en un pragmático proeuropeísta, el sempiterno Berlusconi y, por supuesto, el Partido Demócrata de centro izquierda. Es tan singular como si en España tuviéramos una coalición de Vox y Podemos, pasando por PP, Cs y PSOE.

Mario Draghi Banco Central Europeo (BCE) Eurozona Política monetaria