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El Estado creciente

Los Estados ahora se autolegitiman para dirigir las prioridades de hacia donde debe ir la ingente cantidad de liquidez que indirectamente han creado sus bancos centrales

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La pandemia del Covid 19, que ahora cumple dos años en Europa, para bien o para mal, nos ha traído, al margen de todo el terrible daño personal provocado, tres grandes tendencias con gran impacto económico y social. En primer lugar y según datos de expertos en la materia, una aceleración de los procesos de digitalización que ha implicado un avance tal de la misma que, en circunstancias normales, hubiese tardado otros cinco años más en llegar al nivel actual. En segundo lugar, las tendencias hacia la sensibilización respecto de los aspectos A.S.G. (ambientales, sociales y de buen gobierno de las empresas) y que ya se venían manifestando con fuerza, han adquirido una absoluta carta de naturaleza en cualquier ámbito de la actividad económica. Hoy en día, casi una quinta parte de los vehículos de inversión colectiva se rige por estos criterios a la hora de tomar decisiones de inversión y, según algunas fuentes, del nuevo flujo de demanda de activos financieros que se genera en la actualidad casi un 40% se dirige hacia instrumentos con alta valoración según los baremos ASG.

Hay un tercer efecto que se ha hecho muy patente desde el advenimiento de la pandemia, cual es el evidente incremento de la influencia de los Estados en la mente de los ciudadanos. No obstante, este ha sido mucho más silencioso. Y remarcamos el término “influencia” porque no hay constancia de que los Estados hayan incrementado de forma clara su participación en la propiedad (efectiva) de los medios de producción. Si bien, según The Economist, en los últimos 20 años la participación de los gobiernos en el capital de las empresas ha subido casi quince puntos hasta el 20% de la capitalización bursátil global, no es menos cierto que ello está muy influenciado por los incrementos registrados en China, lo cual desvirtúa la tendencia real del resto del mundo. Por otro lado, y los dos años de la pandemia han sido claros testigos de ello, el número de colocaciones privadas en los mercados y de nuevas privatizaciones superan “por goleada” las nacionalizaciones de activos y empresas en dicho período.

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Entonces, ¿por qué el Estado crece? Al margen de que algunos gobiernos de dudosa trayectoria democrática han aprovechado las circunstancias de la pandemia para, bajo el paraguas de la seguridad, reducir de forma muy evidente derechos y libertades civiles, en general lo que ha ocurrido es que se ha generado una percepción de agradecimiento hacia gobiernos benefactores, que no han dudado en poner en manos de particulares y empresas cantidades que, según algunos cálculos, estarían superando los cinco billones de dólares en cheques, ayudas múltiples, apoyos al empleo, créditos blandos, etc. Nadie cuestiona estas medidas que, sin duda marcaron una gran diferencia de gestión gubernamental (en lo positivo) respecto de crisis previas. Pero ello no quita para que se generen efectos colaterales.

Los Estados ahora se auto legitiman para dirigir las prioridades de hacia donde debe ir la ingente cantidad de liquidez (y capacidad de financiación) que indirectamente han creado sus bancos centrales. Muchos hablan de una “nueva industrialización” que suena a un dirigismo político que, sin ser algo negativo per se, si induce a preguntas sobre si esto puede acabar sustituyendo las decisiones de un mercado libre para la asignación más eficiente de los recursos disponibles. Y, por supuesto, se legitiman para regular a placer la economía con el aval de unos votantes (y de muchos ámbitos de empresas) que anteponen (con total legitimidad, eso sí) un agradecimiento a estos apoyos frente a las dudas que genera la existencia de un nuevo Estado omnipresente en nuestras vidas.

*Javier Méndez Llera es Secretario General del Instituto Español de Analistas Financieros

La pandemia del Covid 19, que ahora cumple dos años en Europa, para bien o para mal, nos ha traído, al margen de todo el terrible daño personal provocado, tres grandes tendencias con gran impacto económico y social. En primer lugar y según datos de expertos en la materia, una aceleración de los procesos de digitalización que ha implicado un avance tal de la misma que, en circunstancias normales, hubiese tardado otros cinco años más en llegar al nivel actual. En segundo lugar, las tendencias hacia la sensibilización respecto de los aspectos A.S.G. (ambientales, sociales y de buen gobierno de las empresas) y que ya se venían manifestando con fuerza, han adquirido una absoluta carta de naturaleza en cualquier ámbito de la actividad económica. Hoy en día, casi una quinta parte de los vehículos de inversión colectiva se rige por estos criterios a la hora de tomar decisiones de inversión y, según algunas fuentes, del nuevo flujo de demanda de activos financieros que se genera en la actualidad casi un 40% se dirige hacia instrumentos con alta valoración según los baremos ASG.

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