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Japón, en el nuevo entorno de seguridad en el Indopacífico
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Japón, en el nuevo entorno de seguridad en el Indopacífico

La invasión de Ucrania está motivando nuevos signos de cambio. Tokio está debatiendo incrementar el presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB en el próximo lustro para dotarse de mayor capacidad defensiva

Foto: El primer ministro de Japón, Fumio Kishida, durante la reunión mantenida con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la primera jornada de la cumbre de la OTAN en Madrid. (EFE/Sergio Pérez)
El primer ministro de Japón, Fumio Kishida, durante la reunión mantenida con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la primera jornada de la cumbre de la OTAN en Madrid. (EFE/Sergio Pérez)

Para muchos europeos, el 24 de febrero de 2022 representó el final de unas vacaciones estratégicas que arrancaron con el final de la Guerra Fría y cuyos primeros signos de cambio se observaron con el golpe de mano ruso en Georgia (2008) o la toma de Crimea y la zona gris en el Donbás (2014). Para otros puntos del planeta, la invasión de Ucrania fue la demostración palmaria de que el orden internacional liberal consolidado tras la caída de la Unión Soviética había llegado a su fin. Posibilitado por la hegemonía estadounidense, este orden, más aspiracional que real, está siendo reemplazado por una etapa de competición entre potencias. Una competición motivada por una posible transición en la estructura del poder internacional y el revisionismo estratégico de varias potencias que rechazan las ensoñaciones liberales, facilitadas por el 'fin de la Historia'.

En consecuencia, mientras Estados Unidos y sus aliados intentan mantener este 'statu quo' cuyos pilares se establecieron tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, China pretende adecuarlo a sus intereses y preferencias. Junto a esta potencia cada vez más consolidada y global, otros poderes menores —desde Corea del Norte e Irán a Rusia (cuyo declive no se detendrá, sea cual sea el resultado de la guerra de Ucrania)— también pretenden aprovecharse de esta situación para imponer sus agendas revisionistas.

Precisamente, el nuevo concepto estratégico que la OTAN presentó en Madrid hace dos semanas sostiene que nos hallamos en un nuevo entorno internacional marcado por una competición estratégica de efectos imprevisibles. Así, mientras este documento que orientará las actividades de esta organización considera a Rusia como una amenaza, China es observada como un desafío sistémico para la seguridad aliada. Esta definición no debe extrañarnos, puesto que Pekín es calificado por muchos países incluyendo la Unión Europea como rival sistémico, a pesar de su condición de socio indispensable en otras áreas. Sin embargo, es en el lejano Oriente donde más temores genera la consolidación de China como potencia de primer orden y donde se libra el gran juego que condicionará el devenir del sistema internacional.

"Con la invasión de Ucrania, muchos analistas temieron que Taiwán pudiera correr la misma suerte en un futuro próximo"

Aunque muchos observadores se han centrado en la alianza Aukus entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos para proyectar la estabilidad en el Indopacífico y contener la expansión china o el aparente interés de Pekín por construir una base militar en las Islas Salomón, el punto más caliente de la región se sitúa entre el mar de la China Oriental y el mar de Japón. En esta zona de creciente influencia china, tres actores —Taiwán, Corea del Sur y Japón— pretenden mantener este orden cada vez más contestado.

Recientemente, hemos observado el espectacular incremento del arsenal nuclear chino, su asertividad en la 'primera cadena de islas' que se extiende desde Japón a las Filipinas o nuevos ensayos de misiles norcoreanos. Con la invasión de Ucrania, muchos analistas temieron que Taiwán pudiera correr la misma suerte en un futuro próximo. Además de sus consecuencias estratégicas, una contingencia de este tipo tendría efectos directos sobre Japón, cuyas islas más meridionales se hallan a pocos kilómetros de Formosa. No solo porque podría verse envuelto en este conflicto, sino también porque degradaría uno de los ejes del sistema defensivo nipón y estadounidense. Si a ello se suma que la condena de Tokio a la invasión rusa de Ucrania impedirá resolver las disputas pendientes sobre los Territorios del Norte (las Kuriles para Rusia), el repunte de las actividades chinas alrededor de las Senkaku, el aumento de los lanzamientos de misiles norcoreanos y la posibilidad de que Pyongyang reanude las pruebas nucleares en los próximos meses, no parece extraño que Japón deba replantearse —tal y como está haciendo Alemania en Europa— su contribución a la seguridad global.

Objetivo: aumentar la capacidad defensiva

El primer signo de este cambio se produjo el año pasado, con la presentación del Libro Blanco de la Defensa. El samurái a caballo de su portada constituye toda una declaración de intenciones: Japón debe contribuir activamente para proteger este mundo cada vez más contestado. La transparencia en la identificación de los riesgos y amenazas, la relevancia estratégica otorgada a la seguridad y estabilidad del estrecho de Taiwán o la importancia del vínculo con Washington son indicativos de esta situación.

La invasión de Ucrania está motivando nuevos signos de cambio. Por un lado, Tokio está debatiendo incrementar el presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB en el próximo lustro para dotarse de mayor capacidad defensiva. De producirse, este repunte, justificado por la degradación del entorno de seguridad regional y facilitado por la determinación alemana de alcanzar este objetivo de gasto, supondría un punto de inflexión en la historia contemporánea del país porque terminaría con la regla del 1% del PIB establecida en 1976.

Por otro lado, también está barajando dotar a sus Fuerzas de Autodefensa con "capacidades de contraataque" para batir sistemas de mando y control o bases adversarias en respuesta a ataques con misiles balísticos o de crucero. Japón cuenta con sofisticados sistemas de detección e interceptación para proteger el país y a su población. Aunque esto disuade por negación, Tokio carece de medios capaces de imponer costes al adversario y alterar sus cálculos estratégicos. De tener éxito esta iniciativa, Japón podría dotarse de sistemas capaces de disuadir por represalia.

"En la pasada cumbre de Madrid, el jefe de Gobierno japonés subrayó la indivisibilidad entre la seguridad europea y la del Indopacífico"

De producirse, ambas iniciativas permitirán a Japón responsabilizarse más de su propia seguridad. Sin embargo, continuarán existiendo brechas entre sus necesidades defensivas y los recursos para satisfacerlas que obligarán a reforzar su sistema de alianzas para afrontar colectivamente los retos comunes a la seguridad regional. De hecho, iniciativas como el diálogo de seguridad cuadrilateral (QUAD), el refuerzo de los lazos con la India o los contactos con la OTAN pueden ser indicativos de ello. Precisamente, la pasada cumbre de Madrid contó con la participación del jefe de Gobierno japonés, que subrayó la indivisibilidad entre la seguridad europea y la del Indopacífico o su determinación por mantener este 'statu quo' cada vez más erosionado. Un temor que la OTAN ha expuesto en su nuevo concepto estratégico.

Junto con el resultado de los comicios legislativos de este mes, las revisiones de la Estrategia de Seguridad Nacional, el Programa Nacional de Defensa y el Programa de Defensa a Medio Plazo previstas para finales de año deberían arrojar luz sobre estos cambios y contribuir a la plena normalización del país en la esfera internacional. Aunque continúan existiendo razones legales (el artículo 9 de su Constitución prohíbe el derecho de beligerancia), domésticas (el pacifismo que perdura entre la sociedad nipona) e internacionales (los temores de sus vecinos por su pasado) que pueden dificultar esta normalización, el panorama de riesgos y amenazas a los que se enfrenta Japón requiere acabar definitivamente con este excepcionalísimo posibilitado por un orden internacional cada vez más deteriorado.

*Guillem Colom Piella es profesor de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide.

Para muchos europeos, el 24 de febrero de 2022 representó el final de unas vacaciones estratégicas que arrancaron con el final de la Guerra Fría y cuyos primeros signos de cambio se observaron con el golpe de mano ruso en Georgia (2008) o la toma de Crimea y la zona gris en el Donbás (2014). Para otros puntos del planeta, la invasión de Ucrania fue la demostración palmaria de que el orden internacional liberal consolidado tras la caída de la Unión Soviética había llegado a su fin. Posibilitado por la hegemonía estadounidense, este orden, más aspiracional que real, está siendo reemplazado por una etapa de competición entre potencias. Una competición motivada por una posible transición en la estructura del poder internacional y el revisionismo estratégico de varias potencias que rechazan las ensoñaciones liberales, facilitadas por el 'fin de la Historia'.

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