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La (buena) reputación

La buena reputación es sinónimo de prestigio, notoriedad y buen nombre. Ese magma genera confianza. La mala reputación conlleva desconfianza, distancia, recelo, descrédito

Foto: El exministro de Transportes y diputado del PSOE, José Luis Ábalos. (Europa Press/Eduardo Parra)
El exministro de Transportes y diputado del PSOE, José Luis Ábalos. (Europa Press/Eduardo Parra)

El éxito o el fracaso de un proyecto empresarial, institucional o político va a depender cada vez más de la relevancia que se le otorgue a la comunicación. Lo estamos viendo en directo con Ábalos: la pelea por la reputación es casi la última batalla antes del ostracismo, el juicio público, y las fallas de carne y hueso. En el ritmo vertiginoso de este tiempo nuestro, apasionante y loco, hemos pasado de poner los pinitos en el diseño de nuestra marca personal, a preservar la reputación personal por si acaso el partido, o la empresa, o la institución que te cobijó sobre los tronos de su estructura te despoja de honra cuando las aguas turbias se vuelven tsunami.

Lo hemos escuchado en directo. Ábalos con Alsina o con Risto Mejide, mano a mano, hablando del fango y de la reputación. Un lapidado repudiado en el Grupo Mixto pataleando con las manos buscando sobrevivir a las maledicencias sobre su trayectoria profesional y personal antes de hundirse en estas arenas movedizas, mientras caen los titulares como chuzos pringosos.

La imagen, la identidad y la reputación son esenciales en la construcción de la marca personal. En este mundo que se mueve a impulso de clics, este tridente puede ser un trampolín o un tobogán hacia el infierno. Ahí está el ejemplo de Grifols. La reputación es un intangible que transforma, para bien o para mal. Ahí están los titulares de la prensa económica que vienen de Oriente, para impactar de lleno en el Banco Santander, que “pierde 3.140 millones en bolsa por una cuenta ligada a Irán”.

La buena reputación es sinónimo de prestigio, notoriedad y buen nombre. Ese magma genera confianza. La mala reputación conlleva desconfianza, distancia, recelo, descrédito. Si cuando saco los donettes me salen amigos por todas partes, en el supuesto de una crisis de reputación mal gestionada, el vacío se convierte en sentencia letal.

Foto: El 'streamer' TheGrefg explota de rabia en su último directo. (Twitch)

Los empresarios, los consejeros delegados, los directores generales -ellos y ellas- que aspiren a una carrera profesional estable y brillante deben ser hoy pilotos de su propia reputación. También los políticos, los altos cargos de instituciones y las personas influyentes que quieran surfear olas en bonanza y evitar ahogarse entre las mareas de una mala reputación cuando una crisis mire de frente, les enseñe los dientes y arremeta con el furor con el que se dispara en internet cualquier tropezón, por mucho que el desliz sea connatural a la fragilidad humana.

Lo más positivo es la realidad. La reputación es la realidad. Pero los focos y los megáfonos de la comunicación pueden tergiversar el eco con o sin intención. Cuando eso ocurre, la realidad se convierte en esperpento. La verdad y la transparencia son la mejor reputación, pero sería ingenuo pensar que los relatos de nuestro tiempo son cristales y espejos. La deformación de la realidad es fácil cuando no sabemos comunicar adecuadamente. La manipulación es un arma constante en la conversación pública, y hay que aprender a defenderse contando, a veces, con expertos que nos ayuden a navegar sin miedo. Viento en popa a toda vela.

El éxito o el fracaso de un proyecto empresarial, institucional o político dependerá cada vez más de la relevancia que se le dé a la comunicación

El éxito o el fracaso de un proyecto empresarial, institucional o político va a depender cada vez más de la relevancia que se le otorgue a la comunicación. En esa prioridad, la reputación ya es el epicentro. Cualquier persona que busque proteger y salvaguardar su honor, pase lo que pase, y caiga quien caiga, deberá ser timonel en causa propia, porque en los naufragios colectivos nadie es de nadie.

Reyes y reinas. Presidentes y presidentas. CEO y CEA. Líderes y lideresas. Ministros y ministras. Diputados y diputadas. Gerifaltes todos. Influencers imperiales. Secretarios de organización de partidos políticos. Intachables de hoy, víctimas de los titulares de guillotina mañana. La reputación es un activo tan importante para nuestra supervivencia social que no podemos dejarla fuera de nuestras obligaciones prioritarias de despacho. Porque los despechos los carga el diablo.

*Lucía Casanueva. Socia directora de PROA Comunicación

El éxito o el fracaso de un proyecto empresarial, institucional o político va a depender cada vez más de la relevancia que se le otorgue a la comunicación. Lo estamos viendo en directo con Ábalos: la pelea por la reputación es casi la última batalla antes del ostracismo, el juicio público, y las fallas de carne y hueso. En el ritmo vertiginoso de este tiempo nuestro, apasionante y loco, hemos pasado de poner los pinitos en el diseño de nuestra marca personal, a preservar la reputación personal por si acaso el partido, o la empresa, o la institución que te cobijó sobre los tronos de su estructura te despoja de honra cuando las aguas turbias se vuelven tsunami.

José Luis Ábalos Grifols Noticias del Banco Santander
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