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Tribuna
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Pobreza digital: los excluidos del siglo XXI
La pobreza del siglo XXI estará muy condicionada por aquellos que no puedan aprovechar las oportunidades que les otorga esta nueva era: los pobres digitales
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En 1900, la sombra de la pobreza se extendía como una neblina interminable sobre los paisajes urbanos y rurales, envolviendo a millones de personas. Las fábricas de ladrillo y acero, símbolos del progreso industrial, arrojaban humo negro que se mezclaba con el susurro de la desesperación de las calles de las grandes ciudades, donde hombres y mujeres de rostro demacrado estaban atrapados en una lucha permanente por la supervivencia.
Los niños hambrientos mendigaban por las esquinas, soñando con un mañana que nunca llegaba. En el campo, las cosechas fallidas y la tierra estéril ofrecían poco más que hambre y agotamiento. Era una época en que la esperanza parecía tan escasa como el pan en la mesa de los más necesitados.
La pobreza era una realidad omnipresente. Alrededor del 90% de la población mundial se encontraba en esa situación, estando ocho de cada diez pobres en condiciones de precariedad extrema. Esta pobreza no solo era monetaria: tocaba otras dimensiones, con profundas carencias en educación, salud, acceso a agua potable y saneamiento, así como una total ausencia de la protección social.
A pesar de haber transitado un siglo XX convulso con grandes crisis y guerras, los avances han sido innegables. Hoy menos de un 9% de la población mundial vive en la pobreza extrema y subsiste con menos de $2,15 al día. La pobreza extrema se concentra en lugares donde será más difícil erradicarla: los países menos desarrollados, las zonas afectadas por conflictos y las zonas rurales remotas.
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Los avances han sido indiscutibles. En España, hemos pasado de una esperanza de vida de 34,8 años a los 83,5 años en la actualidad, es decir, un español medio puede aspirar casi a triplicar su tiempo de vida con respecto a quienes vivían en nuestro país en 1900. Esto sintetiza los avances en términos de pobreza en todas sus dimensiones. Entre los países industrializados y emergentes se ha reducido de unos 30 años en 1950, a unos 8 años en la actualidad.
Sin embargo, en los países desarrollados aún persisten retos en algunos segmentos de población en riesgo de pobreza o exclusión social, y en países en desarrollo donde aún les queda un largo camino por recorrer para 'converger' con los países desarrollados. Si bien la pobreza ha disminuido, los últimos puntos porcentuales de pobreza seguramente tardarán mucho más en eliminarse.
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Hemos pasado de una economía mundial que se encontraba en una etapa de desarrollo temprana, caracterizada por una industrialización incipiente en algunas regiones y una economía predominantemente agraria en otras, a una economía mucho más interconectada y compleja, con la mayor oferta de bienes y servicios de la historia de la humanidad.
Hoy nos enfrentamos a retos que están remodelando la economía mundial. Transitamos por la cuarta revolución industrial que se caracteriza por la llegada de tecnologías inteligentes de automatización que apuntan a aumentar el potencial de la transformación digital.
Es necesario movernos con rapidez a una quinta revolución que permita poner al hombre en el centro, basándola en una colaboración entre humanos y máquinas mucho más eficiente y significativa, que podría revitalizar la productividad, estimular el crecimiento mundial y ayudar a mitigar los impactos negativos que trae consigo.
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Debemos considerar que, si bien esta transformación puede aumentar la productividad, impulsar el crecimiento económico y elevar los ingresos, también podría acabar con millones de puestos de trabajo y aumentar la desigualdad. Según estimaciones del Banco Mundial, se podrían en peligro el 33% de los empleos en las economías avanzadas, el 24% en las economías emergentes y el 18% en los países de bajo ingreso.
Sin embargo, también se crearán nuevos puestos de trabajo y nuevas industrias. Si bien el efecto neto está por determinar, la evidencia histórica apunta a que las innovaciones producen una “destrucción creativa” y los efectos netos suelen ser positivos.
Estamos en un proceso de transformación significativo de los modelos de negocio y los patrones sociales, desde la educación, la salud y la forma en que se difunde la información. La pobreza del siglo XXI estará muy condicionada por aquellos que no puedan aprovechar las oportunidades que le otorga esta nueva era: los pobres digitales.
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Estos incluyen a los que tienen un acceso deficiente a las tecnologías digitales, ya sea por carencia o falta de recursos, por ausencia o deficiencia en las habilidades para usarlas o por una capacidad reducida para explotar los recursos tecnológicos y transformarlos en beneficios tangibles.
La definición de pobreza digital es más que la simple falta de dispositivos tecnológicos y conectividad; también incluye la falta de habilidades y recursos para aprovechar al máximo las oportunidades que ofrece la era digital. Es la incapacidad de interactuar plenamente con el mundo digital, cuando, donde y como lo necesita un individuo y sacar de ello el máximo provecho.
Esto genera una desigualdad de oportunidades que constituye un gran freno para que estas personas sean más competitivas en el mercado laboral. La pobreza del futuro será más la falta de capacidades de las personas, impidiendo que se desarrollen y alcancen el bienestar desde el punto de vista de las oportunidades, así como las barreras para poder lograrlo.
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El punto de partida es preocupante. Alrededor de un tercio de la población mundial, 2.600 millones de personas no tienen acceso a internet. El 18% de la población de la OCDE no utiliza internet regularmente, el porcentaje se duplica en América Latina. En todas las regiones, personas con menor nivel educativo, adultos mayores y mujeres tienden a tener niveles más bajos de habilidades digitales y una mayor probabilidad de ser excluidos digitalmente. Hay alrededor de 50 países en los cuales más de la mitad de sus habitantes no saben adjuntar un archivo a un correo electrónico.
La pandemia puso en evidencia esta situación al provocar una gran pérdida educativa. Muchos de los conocimientos que los estudiantes debieron haber adquirido durante los cursos 2020 y 2021 no se alcanzaron o se lograron de una forma muy parcial y desigual, siendo la pobreza digital del hogar el principal factor que hizo que muchos se quedaran atrás.
Dada la importancia que esto tendrá en el futuro, abordarlo es esencial para evitar que se construyan estas nuevas brechas, que serán estructurales y determinarán las oportunidades a las que tendrán acceso.
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En el lejano 1900, las diferencias en acceso a servicios de salud y educación era una de las principales causas de las brechas entre “ricos” y pobres. Su reducción mediante la provisión universal de acceso a estos fue indispensable para explicar la reducción de la pobreza y construcción de una fuerte clase media.
Avanzar en esta dirección pareciera que es indispensable, en la medida que la pobreza digital determine las diferencias para muchos que ni siquiera pueden participar o beneficiarse del nuevo entorno. El acceso a internet y construcción de habilidades digitales deberá ser universal y estar disponible para todos en todo momento. Las políticas públicas deberán apuntar en esa dirección y evitar la construcción de una brecha de desigualdad por barreras de entradas para estos segmentos de la población, potenciando así el impacto positivo de estas nuevas tecnologías en la productividad y bienestar.
Otra vertiente de la pobreza del siglo XXI es la conexión entre el cambio climático y su efecto en el bienestar humano. Más de 130 millones de personas serán empujadas a la pobreza en los próximos 10 años y obligará a 200 millones de personas a migrar dentro de sus propios países y muchos más fuera de ellos para 2050, pero el tema es tan complejo que será abordado en un próximo artículo.
*Giovanni Di Plácido, director de Research y Estrategia de la Fundación Microfinanzas BBVA.
En 1900, la sombra de la pobreza se extendía como una neblina interminable sobre los paisajes urbanos y rurales, envolviendo a millones de personas. Las fábricas de ladrillo y acero, símbolos del progreso industrial, arrojaban humo negro que se mezclaba con el susurro de la desesperación de las calles de las grandes ciudades, donde hombres y mujeres de rostro demacrado estaban atrapados en una lucha permanente por la supervivencia.