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Plan Draghi: levanten la cabeza y prietas las filas
Así como el informe es un dechado de análisis económico al detalle y propuestas por doquier, sufre cierta timidez política a la hora de llamar a las cosas por su nombre
El pasado 9 de septiembre, el antiguo presidente del BCE y ahora asesor de la Comisión, Mario Draghi presentó su Plan de Competitividad para reflotar la UE. Viene a la zaga de las admoniciones más realistas sobre los peligros que se ciernen sobre Europa sin abrazar una terapia de choque, vertidas por Macron o Von der Leyen. El retraso manifiesto en crecimiento y productividad frente a otras áreas económicas, sobre todo las últimas dos décadas, ha sido denunciado en repetidas ocasiones. El diagnóstico es concurrente con el que hizo el antiguo premier italiano, Letta, sobre el Mercado Único: Europa no capitaliza su tamaño y aqueja un síndrome crónico de “fragmentación” a todos los niveles. Así como el informe es un dechado de análisis económico al detalle y propuestas por doquier, sufre cierta timidez política a la hora de llamar a las cosas por su nombre y ser consecuentes con lo que comporta la activación de toda una serie de instrumentos de política económica desde el plano político. Aunque la financiación conjunta sobrevuela por todos lados, en ningún sitio aparece escrito el término “federal”.
Un primer mérito del plan es la denominación propositiva a favor de la “competitividad europea”. Sin duda, que un compendio de políticas industriales, fiscales y comerciales que requieren la movilización de 800 millardos por año, casi un 5% del PIB de la UE, se conjuguen con el término “competitividad”, seguro deja perplejo a más de uno. Al fin y al cabo, Europa, ha sido uno de los grandes, sino el más acerado, valedor de la globalización abierta, un orden internacional basado en reglas y la ortodoxia político económica. Ahora, en esta nueva época poscovid, esas reglas sencillamente ya no se cumplen y los intereses se dirimen desde la más pura contingencia, una para la que Europa no está preparada. A esa preparación compele el plan con todas sus sugerencias.
Ni tres horas desde su presentación tardaron los halcones de Fráncfort y el ministro de Finanzas alemán, el liberal Lindner, en señalar que “más gasto y más deuda no era la solución”. Sin duda tiene razón, pero esquiva la cuestión real de fondo que es de lo que va el plan: la capacidad de competir con otras áreas económicas, incluida EEUU y el dólar, desde esa dimensión, la paneuropea. La que se omitió tras la prescripción insuficiente de la crisis euro y la evitación de un activo libre de riesgo con tantas virtudes proteicas para el proyecto de construcción europea, como un instrumento de ordenación de disciplina interna- aunque se vendiera lo contrario-, como de proyección geopolítica.
El sr. Lindner debe asumir que eso en lo que tiene razón -que la deuda sin límites es perjudicial para el coste de capital o que la impresión de dinero arriesga la integridad fiduciaria (¡principios!)- hay que proyectarlo a la competencia con otras zonas, por ejemplo, el dólar. Eso es lo pragmático -el mercado soberano siempre se rige por una relación relativa de precios. Máxime cuando los puntos de partida son claramente ventajosos: 30% de diferencia en deuda/PIB o hasta 4% en déficit frente a EEUU. O BlackRock, que anda por ahí ya diseñando productos con el Bitcoin, en caso de que una crisis fiscal americana se vaya de madre.
Esta crítica aplica también a toda la ortodoxia académica de laboratorio que tradicionalmente del euro no dice esta boca es mía, y típicamente adscribe una serie de políticas económicas a derecha o izquierda. Quedarse enredados en la suficiencia de políticas de oferta, como de un lado, e industriales y fiscales, como de otro, garantiza el desenfoque de la perspectiva y merma la capacidad instrumental de Europa para atajar una problemática que se ha tildado, nada más y nada menos, con mucha razón, de “existencial”. Más aún, desde la política, la defensa de un perímetro nacional de dimensión europea con el instrumentario que otras áreas usan y abusan, diría que escora más a la derecha. Sin ir más lejos, sirva de contrapunto la bondad universal que emana de nuestro ínclito monclovita a la hora tratar con zonas tan opacas como Venezuela, China, Irán y aliados.
Que Alemania cuente con los mejores registros en estos cómputos en la UE no le exonera de calibrar qué se deja en la mesa, que es toda la colección de sinergias y economías de escala a la hora de manejar la economía europea como un todo integrado como abogan los planes de Draghi y Letta. La friolera de 3 billones de euros sobre una economía de 15 billones al medio plazo si se ejecuta bien. Eso sí, el precio a pagar es la voladura de la captura regulatoria, rentista y competencial sobre la que sigue estructurada nuestra economía a base de “taifas”. El positivo exacto de lo que pretende aquí nuestro disoluto disolvente con la “confederalización”.
Imagino lo que han sido para el sr. Draghi años de cuidado por no pisar callos en los pasillos de Fráncfort. En esa línea de no transgredir la corrección política y no mentar lo “federal” en todo el informe, el plan pasa de puntillas por una cuestión clave (pág. 60, Parte A del Informe y pág. 260 Parte B): el valor catártico en mercados de un activo libre de riesgo. Como señala el informe, los incrementos de productividad derivados de las reformas llevarán su tiempo- como una inversión- y acabarán redundando en mayores crecimientos que abrirán mayor espacio fiscal para la emisión conjunta. Pero también funciona lo complementario.
La emisión conjunta de un activo cada más líquido debiera redundar en menor coste de capital, lo que se traduce en mayores precios para todo el sector cotizado, abriendo fuentes privadas autónomas de inversión vía recursos propios con los que invertir más y optar a crecer. Autofinanciar la innovación. De esta omisión ha sido cómplice todo el estamento político y el sector privado, por una suerte de combinada: precipitación y falta de rigor en la prescripción de la crisis euro, fatalismo político y aturdimiento durante toda una década de tanta impresión de dinero. Si te atas una mano y no cuentas con la opcionalidad que te aporta una política fiscal integrada, si no te tomas en serio, ¿por qué lo tendría que hacer el mercado?
La gestación del plan en el seno de la Comisión y su presentación de la mano de Von der Leyen le otorga la categoría de mandato para los próximos cinco años. En esa tensión entre los valedores del espíritu de integración, la Comisión y el Parlamento Europeo, y el Consejo, sobre todo los países más pequeños, se dilucidará la posibilidad de éxito para ejecutarlo. El corolario de instrumentos implícito en el plan, deuda conjunta, posibilidad de imposición desde el Parlamento, criterios de política exterior solapando la comercial, etc., es lo propio de un sujeto político -un Estado-nación- para competir por ahí fuera. Y aquí nadie repudia la idiosincrasia nacional, pero celebra lo común con el vecino y capitaliza la fuerza del conjunto. Ese estamento complementario al nacional, el federal, es imprescindible. Algún día habrá que llamarlo por su nombre para crearlo. Cinco años.
*Fernando Primo de Rivera, autor de La economía que viene… (Editorial Arzalia).
El pasado 9 de septiembre, el antiguo presidente del BCE y ahora asesor de la Comisión, Mario Draghi presentó su Plan de Competitividad para reflotar la UE. Viene a la zaga de las admoniciones más realistas sobre los peligros que se ciernen sobre Europa sin abrazar una terapia de choque, vertidas por Macron o Von der Leyen. El retraso manifiesto en crecimiento y productividad frente a otras áreas económicas, sobre todo las últimas dos décadas, ha sido denunciado en repetidas ocasiones. El diagnóstico es concurrente con el que hizo el antiguo premier italiano, Letta, sobre el Mercado Único: Europa no capitaliza su tamaño y aqueja un síndrome crónico de “fragmentación” a todos los niveles. Así como el informe es un dechado de análisis económico al detalle y propuestas por doquier, sufre cierta timidez política a la hora de llamar a las cosas por su nombre y ser consecuentes con lo que comporta la activación de toda una serie de instrumentos de política económica desde el plano político. Aunque la financiación conjunta sobrevuela por todos lados, en ningún sitio aparece escrito el término “federal”.
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