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¿Trabajar cuatro días a la semana? ¿Y si no trabajamos ninguno?
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¿Trabajar cuatro días a la semana? ¿Y si no trabajamos ninguno?

Lo que realmente importa no es cómo distribuimos el trabajo, sino cómo redefinimos nuestra relación con él

Foto: Foto: Pixabay/Pexels.
Foto: Pixabay/Pexels.

La jornada laboral de cuatro días está en boca de todos. Lo que hace pocos años parecía una quimera para soñadores y utopistas, hoy se debate en parlamentos, mesas de negociación y redes sociales. El impulso que esta idea ha recibido en los últimos tiempos, incluso con el apoyo del Partido Popular, sugiere que algo está cambiando. Pero, ¿es realmente esta la discusión que necesitamos tener ahora? Quizás el verdadero debate no es si debemos trabajar cuatro días a la semana, sino si en un futuro trabajaremos alguno siquiera.

Imaginemos un escenario donde no necesitemos trabajar. No se trata de un cuento de ciencia ficción, sino de una posibilidad real a medida que la inteligencia artificial (IA) y la automatización avanzan a pasos agigantados. En este futuro, muchos trabajos que hoy consideramos esenciales podrían desaparecer o reducirse drásticamente. De hecho, según un informe de McKinsey, hasta un 30% de las tareas que realizamos a diario podrían automatizarse para 2030. Ya no estamos hablando solo de trabajos industriales; los algoritmos y sistemas inteligentes están empezando a reemplazar tareas administrativas, de análisis y hasta creativas.

Ante este panorama, ¿tiene sentido debatir sobre cuántos días trabajar si el propio concepto de trabajo se está diluyendo? Los defensores de la semana laboral de cuatro días argumentan que reducir la jornada mejora la productividad, disminuye el estrés y promueve un mejor equilibrio entre la vida personal y profesional. Y tienen razón. Numerosos experimentos en países como Islandia y Nueva Zelanda han demostrado que una reducción de la jornada laboral, sin disminución salarial, lleva a equipos más motivados y eficientes.

Sin embargo, centrarse en este debate es perder de vista el bosque por mirar el árbol. Porque, a fin de cuentas, lo que realmente importa no es cómo distribuimos el trabajo, sino cómo redefinimos nuestra relación con él. En un futuro donde las máquinas sean capaces de hacer el grueso del trabajo —incluso mejor y más rápido que nosotros—, ¿qué papel le quedará al ser humano? Si llegamos a una era donde el trabajo es un bien escaso y privilegiado, ¿qué haremos con nuestro tiempo?

Foto:  Yolanda Díaz y Alberto Núñez Feijóo. (EP/A. Pérez Meca)

Podría parecer un paraíso. La promesa de una sociedad en la que no tengamos que trabajar, donde dediquemos nuestro tiempo a actividades creativas, al ocio, a la educación o simplemente a vivir. Pero no todo es tan sencillo. El ser humano ha encontrado durante siglos un sentido de identidad y propósito a través de su trabajo. Desde la Revolución Industrial, hemos medido nuestra valía, nuestro progreso y, en muchos casos, nuestra felicidad, en función de lo que hacemos y lo que logramos. Incluso hoy, cuando soñamos con jubilarnos, imaginamos un descanso merecido después de una vida de trabajo.

Sin la estructura que ofrece un empleo, muchas personas podrían sentirse perdidas. No es casualidad que el filósofo Bertrand Russell escribiera en 1932 en su Elogio de la ociosidad: “El problema de la humanidad no está en la pereza, sino en el uso ineficaz de su tiempo libre”.

Foto: Trabajadores Google protestan a las afueras de la sede en California. (Getty/Mason Trinca)

Tener tiempo libre suena idílico, pero también es una trampa peligrosa si no tenemos objetivos claros y actividades que nos proporcionen un propósito. Sin la presión de una obligación diaria, el ocio podría derivar en un vacío existencial. ¿Qué haríamos con días y días de tiempo ocioso? ¿Si ya expulsamos a Dios de nuestro día a día qué pasará cuando expulsemos al jefe o al cliente?

La falta de propósito podría llevar a un aumento del extremismo, las adicciones o los comportamientos antisociales. Ya hemos visto cómo las redes sociales y las pantallas llenan el vacío de nuestra atención cuando no estamos ocupados. ¿Qué ocurriría si todo el día fuera una sucesión de horas vacías por llenar?

El reto, entonces, no será encontrar un trabajo, sino encontrar un propósito. Esto nos lleva a la verdadera cuestión que debería ocupar el centro del debate: ¿cómo nos preparamos como sociedad para un mundo sin trabajo? ¿Cómo rediseñamos nuestras vidas para que el tiempo que antes se ocupaba en la producción ahora se dedique a la autorrealización?

La falta de propósito podría llevar a un aumento del extremismo, las adicciones o los comportamientos antisociales

El debate sobre la semana laboral de cuatro días es interesante y necesario en el corto plazo, pero no aborda la pregunta fundamental y el verdadero reto al que nos enfrentamos: ¿cómo será nuestra vida en un mundo donde el trabajo deje de ser una obligación para convertirse en un lujo?

*Abelardo Bethencourt, cofundador y director general de Ernest.

La jornada laboral de cuatro días está en boca de todos. Lo que hace pocos años parecía una quimera para soñadores y utopistas, hoy se debate en parlamentos, mesas de negociación y redes sociales. El impulso que esta idea ha recibido en los últimos tiempos, incluso con el apoyo del Partido Popular, sugiere que algo está cambiando. Pero, ¿es realmente esta la discusión que necesitamos tener ahora? Quizás el verdadero debate no es si debemos trabajar cuatro días a la semana, sino si en un futuro trabajaremos alguno siquiera.

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