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Tribuna
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El problema euro, cerrando el círculo
El problema euro, un "constructo político" que llegó a decir Merkel, es multidimensional, pero su enunciación es tremendamente sencilla: una unión monetaria sin unión fiscal
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Pregunta: "¿es el euro un problema?". Respuesta: "que no esté en el bolsillo", bromea un buen amigo economista. La gracia viene a cuento para señalar la tímida recepción que ha suscitado el informe Draghi sobre Competitividad hasta la fecha, aun cuando una lectura detenida, sugiere una decadencia secular tenebrosa para el Continente. Ahí queda eso. Desde la más pura ortodoxia académica, agentes de mercado, empresas cotizadas, gestoras de patrimonio o simplemente, valedores de la propiedad, el problema del euro, está por asumirse. Quizás, cuando se visualice que la solución del Plan, en la forma de un eurobono soberano, es no solo la única viable, sino, además, rentable, se encienda un activismo institucional comprometido desde el sector privado. ¿O no alcanza el derecho político de la propiedad a la crítica del marco institucional en el que se desenvuelve? A estas alturas de curso, probablemente sí.
"La significación del reporte Draghi será juzgada por cómo afecte los debates futuros en el seno de la UE" apuntaba un instituto de Berlín en un artículo de Bloomberg esta semana. Toda una invitación a los agentes de la sociedad civil que tengan interés. Se trata del signo de los tiempos que marcará la nueva Comisión a partir de diciembre. No van a trabajar en otra cosa porque a tenor de las conclusiones del Plan, el proyecto euro como conducto de prosperidad económica e integración política, en su formulación actual, está en coma.
El problema euro, un "constructo político" que llegó a decir Merkel, es multidimensional, pero su enunciación es tremendamente sencilla: una unión monetaria sin unión fiscal. Los efectos colaterales de semejante predicamento, que arrastramos desde su formulación con el Tratado de Maastricht (1992) y cuyas insuficiencias estallaron con la crisis € (2010-2012), no han sido resueltos y tienen consecuencias ultras lesivas para esa prosperidad al largo plazo.
Las ramificaciones del problema original redundan en la inoperatividad de instrumentos básicos para una gestión macroeconómica integrada y eficiente. Subordinación absoluta al BCE, p.e. cuando existen tensiones sobre tipos de interés, tipo otoño del 2023. Falta de una política fiscal integrada para disponer de opciones adicionales, si tocan, a la contención deuda, precariamente articulada en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (sic). Congelación del avance gradual de reformas, sea la Unión Bancaria o la Unión de Mercados de Capital, estancados desde hace más de una década. Ley del mínimo esfuerzo político para sostener el castillo.
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Los mercados financieros, siempre tan asépticos, sancionan sin contemplación, ahí donde no han estado intervenidos: las bolsas, todo el espectro de empresas cotizadas que son por tamaño, la punta de lanza de la innovación. Si alguien se pregunta por los destinos tan dispares entre mercados "públicos", los cotizados, y los "privados" ("private equity", inmobiliario, infra, etc), aquí tiene la respuesta. Ya puede el BCE planchar los tipos de interés que el coste de capital sobre recursos propios, lo determina el precio de las acciones. Se puede hablar de tendencia relativa del índice europeo frente a otros mercados, p.e. el americano (gráfico abajo). O de forma más precisamente, de "primas de riesgo" (sobre unos beneficios, tipos de interés y precios de acciones históricos) que pasan de media desde 3% antes de la crisis, al 6-7%, la última década.
Falta de inversión, falta de innovación, falta de competitividad, denuncia el Plan Draghi con números y tendencias. Se muestra como desde la prescripción incompleta de la crisis euro, la inversión productiva sobre PIB pierde 1.5% frente a EEUU durante más de 12 años (abajo). El efecto acumulado es lo devastador. ¿Cómo no va a caer ese gasto de capital si la moneda de curso de cualquier compañía cotizada, su indicador de competitividad, su propio precio, ha quedado estructuralmente lacerado por una prescripción de políticas públicas insuficientes? Se gasta primero en mantener el negocio, luego en hacerlo crecer, y en tercer lugar, en optar a crecer, o sea: innovación y desarrollo (I&D). Pag 24, Parte A, PD
La secuencia: depresión secular de cotizaciones en bolsa, baja inversión, baja innovación y baja competitividad, parece un argumento circular difícil de cortar. De hecho, lo es. Y se brinda a la pregunta de ¿qué va antes, si el huevo o la gallina? Toda vez que hay un antes y un después de la crisis euro, sin duda la gallina, la que nos impidió articular tras la crisis euro, un Eurobono soberano, como instrumento de ordenación y disciplina económico-financiera. Y todas las propiedades catárticas que le son consustanciales: completar uniones bancarias y de mercados de capital, atraer el capital que huyó en estampida, ese ahorro europeo que toma otros destinos, cuantificado por Letta en €300.000 millones anuales, y competir en 1ª liga.
La procrastinación desde las instituciones políticas es medio entendible por el formato intergubernamental en la toma de decisiones europeas en ese Consejo Europeo. Por ese alemán deprimido que no se deja ayudar: están ya al mismo descuento. Por el calor sedante de la participación del BCE en mercados y la financiación déficits, que ahora llega a su fin. Pero desde el sector privado, todavía estamos por asumir hasta qué punto se ha omitido sistemáticamente el ejercicio de derechos políticos durante toda una década de fatalismo. Hasta qué punto se ha socavado la obligación fiduciaria de la gestión para con sus accionistas, cuando se da por hecho un marco institucional euro autolesivo, pero abierto al debate.
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Hoy en día la lectura rigurosa y el valor de la semántica se resiente de un clima laxo. Harían bien nuestros financieros, gestores de patrimonio e incluso CEO´s de compañías cotizadas, y demás responsables fiduciarios, en leer detenidamente el Plan Draghi. Llevan años arrastrando los grilletes de cotizaciones a descuentos del 30-50% frente a competidores fuera de la UE, como santos penitentes. En ese cuaderno de bitácora se expone cómo liberar la financiación privada para acometer los 800.000 millones de € en inversiones necesarias y mantener la competitividad continental a flote.
Ahora contamos con un documento oficial marco, amparado por la Comisión, con el Parlamento y el propio BCE detrás, que bien puede servir como acicate para el activismo institucional. El capital es por naturaleza cauto y siempre connivente con el poder político. Ahora lo tiene de su lado y la vía expedita para atenderlo a razones. Alineamiento de intereses se llama.
*Fernando Primo de Rivera, autor de La economía que viene… (Editorial Arzalia).
Pregunta: "¿es el euro un problema?". Respuesta: "que no esté en el bolsillo", bromea un buen amigo economista. La gracia viene a cuento para señalar la tímida recepción que ha suscitado el informe Draghi sobre Competitividad hasta la fecha, aun cuando una lectura detenida, sugiere una decadencia secular tenebrosa para el Continente. Ahí queda eso. Desde la más pura ortodoxia académica, agentes de mercado, empresas cotizadas, gestoras de patrimonio o simplemente, valedores de la propiedad, el problema del euro, está por asumirse. Quizás, cuando se visualice que la solución del Plan, en la forma de un eurobono soberano, es no solo la única viable, sino, además, rentable, se encienda un activismo institucional comprometido desde el sector privado. ¿O no alcanza el derecho político de la propiedad a la crítica del marco institucional en el que se desenvuelve? A estas alturas de curso, probablemente sí.