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Yago de la Cierva

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El lado secreto de Luis Valls

El presidente del Banco Popular fue pionero en responsabilidad social corporativa en España y un ejemplo de filantropía empresarial

Foto: Logo del Banco Popular. (Reuters/Rafael Marchante)
Logo del Banco Popular. (Reuters/Rafael Marchante)

"¿Cuánto dinero tengo en la cuenta?", preguntó el presidente. Su jefe de gabinete le contestó: "143 millones de pesetas", a lo que el banquero respondió "tenemos que ayudar, la cuenta el 31 de diciembre tiene que estar a cero".

Este breve y significativo intercambio entre Luis Valls Taberner, presidente del Banco Popular, y Ángel Rivera, uno de sus colaboradores más cercanos (que luego sería consejero delegado de Banco Santander en España) tuvo lugar el 30 de noviembre de 1994.

Rivera ya sabía lo que tenía que hacer: transferir esa cantidad a una de las fundaciones creadas para atender necesidades sociales de diverso tipo. Así lo hizo, y el 1 de enero siguiente la cuenta corriente reflejaba un saldo de cero pesetas. Algo cuanto menos atípico para uno de los dirigentes empresariales más importantes del país, y con más años al frente de su organización.

Pero esa faceta de su vida – su filantropía – permaneció en la sombra durante décadas. No la conocía prácticamente nadie. Por decisión propia.

Foto: Ignacio Juliá, nuevo CEO de Santander España. (Cedida por la entidad)

Desde que en 1957 fue elegido vicepresidente ejecutivo del Banco Popular, y 15 años más tarde presidente, Luis Valls era sobradamente conocido en España. Algunos le apodaron "el banquero florentino", aludiendo quizá a una finura de análisis casi maquiavélica en el gobierno de una institución con mano de hierro en guante de seda.

Solo alguien con una fuerte personalidad podía haber sobrevivido al timón de un banco durante las convulsas aguas de la sociedad española en el tardofranquismo, la transición y la consolidación de la democracia, atravesadas por numerosas crisis económicas. Y no solo sobrevivir por los pelos, sino conseguir que su banco fuera más rentable del mundo en varios ejercicios. Algo solo al alcance de una persona fría y cerebral, de esas que describimos como "sin escrúpulos". Pero ¿filántropo? Difícil de creer.

Luis Valls era sobradamente conocido en España. Algunos le apodaron "el banquero florentino"

Sin embargo, a raíz de un libro reciente de cuyo nombre no quiero acordarme, muchos han descubierto un aspecto de la vida de Luis Valls que él había disimulado con arte: la creación y financiación de varias fundaciones para atenciones sociales. Gracias a esos ataques — no hay mal que por bien no venga — ha salido a la luz un modelo de filantropía verdaderamente fascinante.

Sorprende en primer lugar su pionerismo. Hoy entra dentro de la normalidad que bancos y empresas tengan fundaciones. En 1971, sin embargo, era algo inaudito. En la visión del momento, ocuparse de los marginados por la vida era tarea del Estado y de la Iglesia. Como había acuñado Milton Friedman pocos años antes, la única responsabilidad social del empresario es "incrementar sus beneficios, siempre y cuando se mantenga dentro de las reglas del juego".

Ese principio básico del capitalismo de la época, Luis Valls, se lo puso por montera, con su estilo propio: no con palabras sino con hechos. A pesar de que, en aquel entonces, el Popular era un banquito, sin la responsabilidad ejemplarizante de quien lidera un sector, Luis Valls quiso que el banco pudiera ayudar a los que no podrían acudir a sus sucursales como clientes. Como esas atenciones no podían distraer al personal del banco de su misión comercial, lo articuló con una fundación (a la que luego siguieron otras).

También fue innovador en el modo de dotar esas fundaciones. Bancos y grandes empresas que hoy creen en la responsabilidad social corporativa asignan parte de los beneficios a esa finalidad benemérita. Ese camino también estaba expedito para el Popular, y, sin embargo, Valls prefirió otra cosa: que la dotación fuera a costa de los bolsillos de los consejeros.

Foto:  El presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete. (EFE)

Obrar de ese modo tenía ventajas. Una obvia: defender los intereses de los accionistas, los verdaderos propietarios de los beneficios. Pero yo imagino — no tengo certeza — otra razón más: conseguir que otras personas participaran también de esa visión social del negocio bancario. Renunciar a lo que legal y estatutariamente corresponde a los consejeros no les ponía en aprietos económicos, porque en aquella época los consejeros eran dominicales y los dividendos eran magníficos, pero sin duda reforzaban la cohesión en torno al propósito corporativo.

Como me decía recientemente un amigo, "en el Banco de España lo sabíamos: el Popular era distinto a los demás".

Luis Valls también fue contracorriente en el tipo de ayuda que prestaban sus fundaciones. El banquero catalán eligió un modelo propio: no dar a fondo perdido, sino sobre todo prestar, sin intereses y en condiciones flexibles, pero con la obligación de devolver. De ese modo, la eficacia se multiplica. La misma cantidad se vuelve a prestar una y otra vez, y da lugar a un círculo virtuoso que amplía el radio de los beneficiados.

A esa razón de eficacia se une otra, quizá más relevante aún: se trata a las personas que pasan por un mal momento debido a una necesidad sobrevenida o a una situación transitoria, sin paternalismo alguno. Se les ayuda con la confianza de que, cuando hayan recuperado la normalidad, puedan restituir lo que recibieron, porque son personas capaces, trabajadoras, responsables.

El banquero catalán eligió un modelo propio: no dar a fondo perdido, sino sobre todo prestar

De esa filantropía se beneficiaron miles de personas. Muchas de ellas estaban relacionadas con el Opus Dei — al que Luis Valls perteneció desde su juventud — y con otras instituciones católicas; pero fueron también numerosas las que recibieron apoyo por el simple motivo de que lo necesitaban. A veces incluso era el propio banquero quien, leyendo una noticia dramática en el periódico, indicaba a sus colaboradores que localizaran a las personas afectadas y les brindaran ayuda.

Valls no solo dedicó buena parte de su salario a esos proyectos, sino que hizo mucho más: animar a amigos, colegas y conocidos a que ellos ayudaran también a necesidades sociales, e incluso les asesoró sobre cómo crear sus propias fundaciones, para dar continuidad a ese deseo filantrópico. Si damos por verdadera la frase de que más alegría hay en dar que en recibir, Luis Valls Taberner fue un hombre inmensamente feliz.

Hoy, por motivos ajenos a su voluntad y a la de sus fundaciones, su generosidad ha quedado a la vista de todos. En estos tiempos que corren, cuando los medios desvelan los secretos de algunos personajes, ojalá cundieran secretos y personas como él.

*Yago de la Cierva, portavoz de las fundaciones que creó Luis Valls (Fundación Hispánica, Fundación Patronato Universitario y Fomento de Fundaciones). Es experto en comunicación, licenciado en Derecho, doctor en filosofía y profesor en el IESE.

"¿Cuánto dinero tengo en la cuenta?", preguntó el presidente. Su jefe de gabinete le contestó: "143 millones de pesetas", a lo que el banquero respondió "tenemos que ayudar, la cuenta el 31 de diciembre tiene que estar a cero".

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