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Tribuna
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Contra el fraude emocional: una llamada a la verdad incómoda
¿Puede el subconsciente hacer como si nunca lo hubiera sentido? Esa es la esencia del fraude emocional: incluso cuando llega la verdad, la mentira ya ha echado raíces
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Vivimos en la era del fraude emocional. Una época en la que ya no se miente por error, se miente por estrategia. Se exagera para manipular. Se actúa para ganar. Se simula para obtener ventaja.
Como el jugador que se tira al césped y rueda por el suelo con gestos teatrales, esperando que el árbitro pite un penalti que no existe. Como el político que lanza una mentira a sabiendas de que será desmentida al minuto, pero confiando en que el eco llegue más lejos que la verdad. Como el experto de plató que finge rigor mientras difunde medias verdades, titulares vacíos o directamente bulos.
No se busca la verdad, sino vencer (y convencer)
El fraude emocional es eso: una representación deliberada de sentimientos, ideas o hechos, cuyo único fin es ganar. No se busca la verdad, ni el bien común, ni el debate honesto. Se busca convencer. Se busca vencer. Y si para ello hay que distorsionar la realidad, no importa. Si hay que destruir la confianza colectiva, tampoco. Si hay que sacrificar a los demás en el altar del interés propio, se hace sin remordimientos.
Estamos atrapados en una cultura donde la ética ha sido sustituida por la eficacia, y la verdad por la utilidad. Se ha normalizado la mentira rentable. Se ha convertido en táctica legítima el engaño emocional. Y lo peor: funciona. El sistema lo permite, lo premia, lo aplaude.
Y aunque la verdad se revele después, ya es tarde. Como en las revisiones del VAR: la imagen muestra claramente que no hubo contacto, que no hubo falta, que no hubo penalti. Pero la grada sigue gritando. El jugador sigue protestando. Y muchos siguen convencidos de que fue falta. La mentira se convierte en verdad emocional. No importa la evidencia, porque ya hemos elegido a quién creer. Y eso es lo más peligroso: la verdad ha dejado de tener autoridad.
La ética ha sido sustituida por la eficacia, y la verdad por la utilidad. Se ha normalizado la mentira rentable
Es como un juicio con jurado. Una de las partes dice algo que no tiene nada que ver con el caso, pero que puede predisponer emocionalmente al jurado: una alusión al pasado del acusado, un comentario sobre su carácter, un detalle que no debería influir en el veredicto. La otra parte protesta. El juez acepta la objeción y le pide al jurado que no tenga en cuenta lo dicho.
Pero seamos sinceros: ¿es posible no tener en cuenta algo que ya hemos oído? ¿Puede el subconsciente hacer como si nunca lo hubiera sentido? Esa es la esencia del fraude emocional: incluso cuando llega la verdad, la mentira ya ha echado raíces en nosotros.
¿Es posible no tener en cuenta algo que ya hemos oído? ¿Puede el subconsciente hacer como si nunca lo hubiera sentido?
Lo vemos en la política, donde el relato ha sustituido al proyecto. En las redes sociales, donde se mide el valor de las ideas en likes, no en argumentos. En el deporte, donde ya no gana el que juega limpio, sino el que sabe cuándo fingir. Y en la sociedad, donde cada vez cuesta más distinguir la autenticidad de la impostura.
El bien común ha desaparecido del horizonte. No importa la convivencia, la cohesión, la justicia. Importa ganar. Yo gano. Me enriquezco. Me posiciono. Me salvo. ¿Las consecuencias? Ya se las comerá otro. Lo colectivo ha sido reemplazado por un individualismo voraz, competitivo y anestesiado.
¿Y si dejamos de aplaudir al tramposo?
Pero, ¿y si dejamos de aplaudir al tramposo? ¿Y si dejamos de premiar al que miente mejor? ¿Y si empezamos a valorar no solo lo que se dice, sino desde dónde se dice? ¿Y si exigimos verdad, aunque sea incómoda? ¿Y si volvemos a mirar al que no grita, al que no finge, al que no actúa, pero permanece firme?
Este no es un llamamiento nostálgico. Es una alerta urgente. Porque una sociedad que normaliza el fraude emocional acaba vaciando de sentido todas sus palabras: justicia, solidaridad, verdad, dignidad. Y sin esas palabras, no hay pacto posible, ni comunidad que resista. Volvamos a creer en la verdad. No la absoluta, no la perfecta. Sino esa verdad que nace del compromiso, del respeto, del pensamiento crítico. Esa verdad incómoda que no se grita, pero sostiene.
* Fernando Jesús Santiago Ollero es presidente del Consejo General de Colegios de Gestores Administrativos.
Vivimos en la era del fraude emocional. Una época en la que ya no se miente por error, se miente por estrategia. Se exagera para manipular. Se actúa para ganar. Se simula para obtener ventaja.