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La caída del Imperio (financiero) Americano
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Alberto Artero

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La caída del Imperio (financiero) Americano

Al final, la taza del riesgo moral se ha llenado y el dudoso honor de ser la primera entidad a la que las autoridades norteamericanas dejan

Al final, la taza del riesgo moral se ha llenado y el dudoso honor de ser la primera entidad a la que las autoridades norteamericanas dejan entrar en quiebra le ha correspondido a Lehman Brothers, un banco cuyo siglo y medio de existencia se ha evaporado en poco más de doce meses empujado por los propios monstruos que él, con su actividad, contribuyó a crear: si la debilidad es una oportunidad, vayamos a por ella. Un hecho inaudito en las finanzas modernas y que remonta a los manuales de blanco y negro, a aquellos años de la Gran Depresión cuya comparativa con la época actual parecía, hasta ayer mismo, un mero entretenimiento intelectual. Ya ven que no ha sido así. Un acontecimiento que pone de manifiesto la cadena de errores en el tratamiento de la crisis actual por parte de las autoridades norteamericanas que han demostrado incapacidad para analizar, desde sus inicios, la correcta dimensión de lo que estaba pasando; precipitación a la hora de tomar una serie de decisiones que les han condicionado sobremanera sus posibilidades de actuación futuras; arbitrariedad a la hora de elegir quien sí o quien no merecía su respaldo. Los errores se pagan. El problema es que los vamos a pagar entre todos.

La quiebra de Lehman supone la incapacidad de la firma para hacer frente a sus pagos corrientes, la paralización de su actividad ordinaria y la entrada en un proceso de liquidación de activos de consecuencias impredecibles. Estamos hablando de 600.000 millones de dólares a junio con una notable exposición a titulizaciones hipotecarias de dudoso valor intrínseco y cuyo mercado se ha contraído hasta el punto de ser casi inexistente. El efecto de mark to market o ajuste a  precios de mercado que puede derivarse del proceso de desinversión forzada del banco de inversión norteamericano puede ser demoledor para el resto de sus comparables salvo que, como imagino va a ser el caso, haya una ventana contable auspiciada por los reguladores para evitar entrar en una espiral de pérdidas que amenacen con llevarse por delante todo el sistema financiero. Dejarán valorar los activos afectados a precios distintos de los de mercado. Ya verán. Una propuesta que encontraría su justificación en la excepcionalidad del hecho y el ingente volumen en consideración.

Si Lehman es un problema, no lo es menos AIG, la compañía de seguros norteamericana que mantiene una amplia exposición al segmento de los Credit Default Swaps donde es uno de los principales actores en el negocio de la cobertura de los riesgos derivados de los mismos, incluidos los del banco quebrado. En caso de un deterioro adicional de la firma que, no sé si les suena, ya ha anunciado ventas de activos y otras medidas de tenor similar para hacer frente a la situación actual con una diferencia: tiene muchos negocios no afectados por los males que afectan a la banca de inversión, su auxilio sería mucho más complicado por varios motivos: la regulación del sector es de carácter estatal en los Estados Unidos y la Reserva Federal y el Tesoro carecen de la experiencia o la potestad normativa como para acudir en su rescate. Un defecto más de un sistema financiero, el norteamericano, que hace aguas por los cuatro costados. Otros 600.000 millones de dólares de riesgo potencial que añadir a los anteriores.

Una crisis que afecta, por tanto, a los distintos ámbitos del mundo de las finanzas y que es consecuencia, como señala Willem Buiter en su artículo en FT del fin de semana, “Se termino el juego en el sector financiero”, del triunfo del capitalismo en su versión más salvaje, esto es: no como vehículo de creación de riqueza real para el conjunto de la sociedad sino como canal de enriquecimiento artificial de unos cuantos. Este párrafo es especialmente ajustado. Tras advertir de la sobrecapacidad del sector, subraya: “gran parte de la expansión de productos y servicios financieros en los últimos cinco años encontraba su origen en transacciones entre entidades financieras y no como forma de intermediación entre ahorradores e inversores. Esta especie de Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como (la traducción es libre) permitió gran parte de los aparentes beneficios y ganancias de capital del sector. Y, aunque es cierto que, quizá, algo de esta actividad pudiera haber contribuido a mejoras de eficiencia, gran parte de ella, quizá la mayor parte, era ruido improductivo: la organización de caras loterías. Va a existir una contracción enorme en la escala y la profundidad de la industria: los balances se reducirán a la mitad y el empleo caerá a dos tercios de lo que supone ahora antes de que las cosas se estabilicen”.

¿Supone ésta la caída del Imperio financiero norteamericano? Seguro que no, básicamente por la ausencia de alternativas. Sin embargo, el mero hecho de que la pregunta pueda ser planteada encima de la mesa nos debería hacer reflexionar a todos.  Es indudable que, como señala el propio Buiter en el último párrafo de su pieza, ya nada va a ser igual; mejor dicho, nada puede ser igual. El fenómeno de transformación de la industria que la actuación de las fuerzas del mercado va a provocar en las próximas semanas o meses va a aproximar el sistema financiero a su concepción original. Por supuesto que será un esquema transitorio hasta la siguiente era de excesos, parece inevitable. Pero supondrá un avance hacia la resolución definitiva de la crisis actual. Una mejora cuyo hándicap principal se encuentra, tal y como señalábamos en el primer párrafo, en la incapacidad mostrada por aquellos de cuyas acciones depende su implantación. Que Dios nos coja confesados. Entre tanto, el mercado empieza a entrar en fase exclusivamente irracional lo que tiende a generar, a medio plazo, inimitables oportunidades de inversión. Hay que mantener la cautela, por supuesto. Pero también es momento de sacar la caña y fijar el momento oportuno para pescar en las aguas revueltas. Estén preparados.

Al final, la taza del riesgo moral se ha llenado y el dudoso honor de ser la primera entidad a la que las autoridades norteamericanas dejan entrar en quiebra le ha correspondido a Lehman Brothers, un banco cuyo siglo y medio de existencia se ha evaporado en poco más de doce meses empujado por los propios monstruos que él, con su actividad, contribuyó a crear: si la debilidad es una oportunidad, vayamos a por ella. Un hecho inaudito en las finanzas modernas y que remonta a los manuales de blanco y negro, a aquellos años de la Gran Depresión cuya comparativa con la época actual parecía, hasta ayer mismo, un mero entretenimiento intelectual. Ya ven que no ha sido así. Un acontecimiento que pone de manifiesto la cadena de errores en el tratamiento de la crisis actual por parte de las autoridades norteamericanas que han demostrado incapacidad para analizar, desde sus inicios, la correcta dimensión de lo que estaba pasando; precipitación a la hora de tomar una serie de decisiones que les han condicionado sobremanera sus posibilidades de actuación futuras; arbitrariedad a la hora de elegir quien sí o quien no merecía su respaldo. Los errores se pagan. El problema es que los vamos a pagar entre todos.