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La firma del IBEX y los cinco trucos para la felicidad en el matrimonio
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Alberto Artero

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La firma del IBEX y los cinco trucos para la felicidad en el matrimonio

Ayer disfruté de una más que agradable comida con el Consejero Delegado de una de las principales compañías del IBEX, acompañado por el editor de El

Ayer disfruté de una más que agradable comida con el Consejero Delegado de una de las principales compañías del IBEX, acompañado por el editor de El Confidencial. Hablamos de lo divino y de lo humano, de las dificultades de su negocio y de las perspectivas del nuestro y, enseguida, nos dimos cuenta que emitíamos en la misma onda de frecuencia. Había empatía, capacidad de entender las motivaciones y las preocupaciones del otro y de argumentarle sobre las mismas. De todo lo que comentamos hubo dos cosas que me llamaron poderosamente la atención, por inesperadas que fueron viniendo de quién venían. Un par de ideas con las que comulgo a diario y que son la base sobre las que se cimenta igualmente mi desigual felicidad cotidiana.

Soy un CEO atípico, arrancaba la primera frase; nunca he necesitado yates, ni casas ni nada que se le parezca: me sobra y me basta con mi mujer y mis xxx hijos. Una declaración sincera por lo innecesaria que resultaba en el foro en el que estábamos. Servidor levantó las antenas. El pensamiento es cobarde, las palabras valientes y más cuando desnudan una parte del alma de quien las pronuncia. Mi interlocutor casi en cueros espirituales. Alucina. Sigo. Si España aguanta los cinco millones de parados a los que vamos a llegar, resistencia que sería impensable en el mundo anglosajón, es por su estructura familiar. Todo el mundo tiene un hermano, un primo,… dispuesto a intentar sacarle las castañas del fuego, concluía la segunda sentencia. El valor de la familia como uno de los resortes en los que los que se ha de apoyar la recuperación, de la sociedad primero y la economía después, si queremos que ésta perdure en el tiempo. Toma Jeroma que es de goma.

Una verdad como un templo que nos empeñamos en olvidar. Uno de los efectos de las Gran Depresión que siguió al Crash bursátil de 1929 fue la sustancial reducción de las rupturas matrimoniales y la recuperación de la familia como elemento integrador de la sociedad. Se dejó de mirar hacia afuera, a la ilusión de riqueza colectiva que ponía los bienes por encima de las personas, y se volvió a cuidar lo cercano, lo inmediato, lo estable. Se hizo de la necesidad, virtud. Y, de hecho, se recuperó el ámbito familiar como escuela de valores, como lugar en el que poner en práctica todos aquellos conceptos cuyo verdadero significado nos hemos empeñado en desvirtuar en los últimos años: la disciplina, el sacrificio común, el esfuerzo comunitario, la solidaridad mutua, la libertad y sus límites, la importancia de las pequeñas conquistas… Triunfó lo colectivo sobre lo individual. De hecho, se iniciaría en Estados Unidos un proceso de involución hacia principios tradicionales que fueron, entre otros factores por supuesto, los que permitieron al país salir del hoyo en el que estaba. Una dinámica que nos conviene recuperar.

Elemento esencial de la institución familiar es el matrimonio. Una unión, la conyugal, que está viviendo una crisis sin precedentes por una multitud de causas que no vienen ahora al caso. Pero que, si es bien avenida, sigue siendo fuente de estabilidad afectiva, de riqueza emocional y de comunión espiritual. No quiero de ser de esos de los de consejos vendo y para mí no tengo pero aprovechando que este fin de semana he estado de ejercicios en compañía de mi mujer -que han sido dirigidos por el padre Ferrán, un sacerdote que prueba cómo la grandeza de la Legión supera con creces las debilidades de su fundador- y que mi señora, cuando no tengo ni pajolera idea de qué escribir, siempre me dice, medio en serio, medio en broma, Escribe de tu mujer, voy a aprovechar para matar dos pájaros de un tiro y les voy a contar los cinco trucos que hacen que, en mi modesta opinión, mi matrimonio funcione. Hay muchos más, pero éstos son la clave, los que nos recordamos todos los días Sonia y yo. Ustedes me perdonen las intimidades pero si lo hace el Consejero Delegado de una multinacional, sin apenas conocerme, en un almuerzo oficial ¿por qué no lo va a hacer McCoy sin apenas conocer a la mayoría de ustedes en esta columna oficial? Espero sinceramente que les ayude.

1.     Mi mujer sigue siendo mi mejor amiga; lo era antes de casarme con ella y lo sigue siendo una década después. Es un sentimiento recíproco. Nunca he tenido la necesidad de contarle algo a otra persona antes que a ella. Es verdad que el amor conyugal va más allá de la mera amistad pero gran parte de los matrimonios se hunden por la falta de comunicación, incluido el aspecto sexual. No hay que olvidar que la confesión, hablar, es previa a la comunión, actuar. Es el primer test que hay que realizar.

 

2.     Siempre hemos pensado que el secreto del amor perdurable radica en ensalzar lo bueno de la pareja y aceptar lo malo. Exactamente lo contrario a lo que ocurre en muchos matrimonios, especialmente conforme va pasando el tiempo. No está mal pararse a reflexionar sobre las virtudes y defectos del cónyuge, una vez transcurrido el periodo de EMT, enajenación mental transitoria. Sabiendo el terreno que se pisa, es más difícil caer en una zanja. Y, de partida, el hombre y la mujer, caso que nos ocupa, son esencialmente distintos en sus motivaciones, afectivas unas y racionales otros, y en las formas en las que se manifiestan. Cosas de la naturaleza.

3.     Una de las máximas que nos impusimos desde prácticamente el inicio de la relación es no irnos a la cama disgustados el uno con el otro. Se trata de un campo de batalla demasiado pequeño como para salir bien parado: la victoria es ínfima y, sin embargo, la derrota demasiado dolorosa. Saber pedir perdón con independencia de que la razón esté o no de tu parte es clave. El amor se sublima en la donación pero se alimenta con la renuncia. Y el perdón es una puerta de entrada inmensa a la reconciliación. Lo contrario termina conduciendo a la falta de respeto, algo que hay que cortar de raíz ya que sólo va a más y nunca a menos, resultado muchas veces de una frustración no comentada a tiempo.

4.     Las grandes cimas se conquistan paso a paso. Lo mismo ocurre con el amor matrimonial. Es un jardín que hay que regar todos los días. Los atracones son pan para hoy y hambre para mañana. Se trata de cuidar los pequeños detalles que no han de derivar en mercantilizar la relación. Cuidado con esto. No son muchas veces cosas las que hacen falta sino gestos, caricias, abrazos, compañía; sensación de sentirse querido, de ser la prioridad. Que en el trade off familia-trabajo la primera tenga la sensación de que vence, aunque sea por la mínima, por poner un ejemplo de aplicación colectiva que servidor también ha de poner en práctica más a menudo, abducido, como está, por esta columna diaria.

5.     Por encima del afecto a nuestros niños, en nuestro matrimonio prima el amor que sentimos recíprocamente como pareja. Al final los hijos han llegado para irse de nuestro lado, antes o después. Es ley de vida. Les dedicamos nuestros mejores años para que ellos a su vez, llegado el momento, dediquen lo mejor de su vida a sus propios chicos. Nuestros cuatro vástagos, cinco en breve, son siempre lo segundo en nuestro árbol de decisión, a mucha distancia de lo que conviene a la estabilidad de nuestra unión. Esa vorágine en la que ha entrado el mundo moderno en el que no hay espacio para los cónyuges por la plétora de actividades de la progenie es absurda. Hay que tener presente que todo lo que no se cuida, se pierde, salvo los propios hijos que, aun llenos de atenciones, terminarán por partir en busca de su propio destino. Nos hemos casado con nuestro marido/mujer, no con los frutos de ese matrimonio que no pueden convertirse en refugio de la propia infelicidad.

Ayer disfruté de una más que agradable comida con el Consejero Delegado de una de las principales compañías del IBEX, acompañado por el editor de El Confidencial. Hablamos de lo divino y de lo humano, de las dificultades de su negocio y de las perspectivas del nuestro y, enseguida, nos dimos cuenta que emitíamos en la misma onda de frecuencia. Había empatía, capacidad de entender las motivaciones y las preocupaciones del otro y de argumentarle sobre las mismas. De todo lo que comentamos hubo dos cosas que me llamaron poderosamente la atención, por inesperadas que fueron viniendo de quién venían. Un par de ideas con las que comulgo a diario y que son la base sobre las que se cimenta igualmente mi desigual felicidad cotidiana.