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Zapatero inaugura la Antología del Disparate Fiscal
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Alberto Artero

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Zapatero inaugura la Antología del Disparate Fiscal

He de reconocer que, pese a llevar cinco años en el cargo, el Presidente del Gobierno no deja de sorprenderme. Sigo esperando anhelante que alguna vez

He de reconocer que, pese a llevar cinco años en el cargo, el Presidente del Gobierno no deja de sorprenderme. Sigo esperando anhelante que alguna vez sea para bien, todo se andará. De momento me quedo con su última perla intelectual, la que dictó en la Rueda de Prensa (ver videos) que ofreciera a los medios el pasado viernes y que servidor, adelantando en más de medio año la penitencia asociada a la Cuaresma, se tragó de pe a pa. Pedazo de shock postvacacional.

Resulta que, según aquél en quien hemos delegado la gestión de ese país otrora conocido como España, “los ingresos del Estado dependen fundamentalmente de la actividad económica. Si hay crecimiento y, por tanto, entradas en las arcas públicas, el Gobierno tiene capacidad de reducir la carga fiscal de los ciudadanos y empresas. Pero, si ocurre lo contrario y además hay que hacer frente a mayores gastos de protección social, parece lógico que haya que hacer lo contrario”.

Bueno, no se pueden decir más majaderías en menos palabras, lo cual no deja de tener su mérito, para qué lo vamos a negar. Las conjunciones planetarias es lo que tienen: siempre producen frutos excesivos, que no necesariamente tienen que ser buenos, como es el caso que nos ocupa. Y es que hay elementos tanto en el fondo como en la forma de sus declaraciones que no sólo son indignos de la responsabilidad que ocupa aquél que las pronuncia sino que, además, llevados a su justo término, le deslegitiman como gobernante.

De hecho Zapatero en primera persona asume su rol en la gestación de la crisis al defender la prociclicidad de la política tributaria. De lo que se trata, en su opinión, es de alentar las bonanzas cuando éstas sobrevienen y la riqueza disponible es de por sí ya abundante, y de aumentar la presión sobre los contribuyentes cuando la cosa se tuerce. Es decir, convertir la labor del Estado desde los prepuestos en herramientas electorales, bien desde la complacencia o desde la demagogia de las subidas de impuestos a los ricos a los que, por lo visto, el dinero les llueve del cielo. Cuando hay, que haya más. Cuando no, quitar lo poco que haya.

Es algo que ya intuíamos con la eliminación de la deducción por adquisición de vivienda habitual alentada por el ejecutivo, en vigor durante la gestación de la burbuja inmobiliaria que asola nuestro país sólo para desaparecer cuando el mercado se colapsa. Ahora queda confirmado. Y es justo lo contrario que habría que exigir a un buen gestor, a alguien que cuidara de nuestra nación con la diligencia de un buen padre de familia, figura preciosa que aún conserva el Código Civil.

Las implicaciones de ese modo de hacer política son terribles, como ha quedado demostrado. Pero lo peor de todo no es que el potencial aumento de la presión tributaria pueda llegar en un momento mejor o peor para España -a nivel individual, siempre es aparentemente malo para quien lo padece- sino cuál es, junto con la merma de recaudación, la causa última que lo origina, bola de nieve que hipotecará más tiempo del necesario la recuperación de la economía patria: el aumento del gasto asistencial recurrente. Es decir, no sólo me aprieto el cinturón ante la nueva coyuntura, como haría cualquier empresario privado, sino que sigo pesebreando colectivos a costa del erario. Viva la buena gestión.

El contrato público, aquél por el que en democracia hay una delegación de responsabilidades de unos ciudadanos en otros para mejor gobierno de la colectividad, lleva implícito la necesidad de destinar parte de los recursos generados de forma privada al sostenimiento de tal fin. Sin embargo, tal cláusula queda desvirtuada cuando lo que se produce es una detracción de recursos productivos (casi todos los impuestos actualmente en vigor son producto de una actividad de trabajo, capital  o consumo) para destinarlo a parches coyunturales que pasan por encima de la raíz de los problemas que tratan de paliar. Sí, es momento de volver a hablar del viaje de ida y vuelta de los famosos 400 euros. Por favor…

Se da la paradoja de que el Gobierno contempla la fiscalidad como un instrumento de corto plazo, no en vano habla de medidas limitadas y temporales, sin darse cuenta de que es un elemento esencial para la toma de decisiones de los agentes económicos, que se ven atraídos por aquellos modelos tributarios transparentes, sencillos y, sobre todo, estables en el tiempo. De ahí que resulte especialmente preocupante la pléyade de globos sonda sobre la cuestión a la que nos hemos visto sometidos en los últimos días y que pueden generar nerviosismo e incluso fuga de capitales. Y de ahí que las implicaciones de un nuevo entorno impositivo, como el que ahora se plantea, nunca tengan el carácter circunstancial que el Gobierno defiende. ¿Será tan difícil de entender? Miren si no lo que está pasando en Reino Unido…

Españoles, Zapatero ha dado por inaugurada la Antología Otoñal de Disparates Fiscales que, conociendo el percal, contará con muchas e hilarantes aportaciones desde las filas de la izquierda en los próximos días e incluso meses. Sería hasta divertido si no fuera nuestro bolsillo, y el futuro de España, lo que está en juego. Desafortunadamente.

He de reconocer que, pese a llevar cinco años en el cargo, el Presidente del Gobierno no deja de sorprenderme. Sigo esperando anhelante que alguna vez sea para bien, todo se andará. De momento me quedo con su última perla intelectual, la que dictó en la Rueda de Prensa (ver videos) que ofreciera a los medios el pasado viernes y que servidor, adelantando en más de medio año la penitencia asociada a la Cuaresma, se tragó de pe a pa. Pedazo de shock postvacacional.

Gasto público