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Porca miseria, ni siquiera ya un diamante es para siempre...
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Alberto Artero

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Porca miseria, ni siquiera ya un diamante es para siempre...

Descubro en el Commodities Corner de la edición escrita de Barron´s de la semana pasada un artículo referido a los diamantes como activos susceptibles de ser

Descubro en el Commodities Corner de la edición escrita de Barron´s de la semana pasada un artículo referido a los diamantes como activos susceptibles de ser objeto de inversión. No sé de qué me sorprendo, la verdad. Debe ser que tengo grabada a sangre y fuego en mi subconsciente aquella cantinela de tantos años de un diamante es para siempre y que, como tal, se compra para ser disfrutado a perpetuidad no para negociar sobre él.  Salvo que las deudas y los cambios de la fortuna obliguen a ello, claro está. Entendía, de un modo demasiado naif para estas alturas de la película, que su comercio debía estar restringido a aquellos especialistas concentrados en los bulevares de Amsterdam o de la calle 47 oeste con la Sexta de Nueva York y que, por tanto, el interés minorista como inversión era más bien inexistente, salvo casos puntuales. La pieza del semanario estadounidense evidencia que no es así. De puro natural que es, me avergüenzo de mi candidez.

Participa el mercado de diamantes de los mismos condicionantes de oferta y demanda que han provocado el boom de demanda del resto de los productos de lujo, razones a las que ya hicimos referencia hace un par de meses. La aparición de una nueva clase adinerada en los países emergentes, la recuperación de la banca de inversión y razones cambiarias se encuentran detrás del auge comprador de este tipo de bienes. A ello se opone, en el caso que nos ocupa, una producción limitada (sin descubrimientos recientes de relevancia) y una oferta controlada en un 80% por apenas cinco actores principales, lo que facilita el control de precios. La suma de ambos factores ha provocado que, por primera vez en la última década, exista un déficit de suministro al mercado. De ahí que los especialistas sean optimistas sobre la evolución futura de su “cotización” tras una subida del 17% en el primer semestre del 2010. Niveles del 12% al 16% anual sostenidos en el tiempo son el escenario central con el que trabaja el sector.

Junto con las dinámicas puras propias de las transacciones reales sobre los diamantes coexisten a día de hoy otras específicas de su ¿reciente? conceptualización como activo financiero. Su consideración de depósito de valor en el tiempo le asimila al oro y otros metales preciosos y participa, como ellos, de su condición de refugio tanto en entornos hiperinflacionarios como de colapso económico, extremos de la distribución de la probabilidad que su tenencia física permite neutralizar en un ejemplo de ese tail-risk hedging al que nos referimos el viernes. Algo a lo que también ayuda su aparente descorrelación con el resto de los posibles integrantes de una cartera diversificada, sirviendo de este modo para reducir el riesgo global de la misma y mejorar su frontera eficiente, mejor retorno posible para un nivel de incertidumbre dado. De ahí que ya han aparecido tímidamente derivados y hasta ETFs sobre diamantes que, de generalizarse, podrían disparar aún más su demanda y el valor de negociación (aquí, una teórica sobre el particular).

A ello se une el factor capricho que actúa sobre las llamadas piezas únicas, como las piedras de color que no han visto caer su precio en los últimos 37 años y cuyas transacciones se cierran a precios superiores a 1,5 millones de euros el quilate. Sea como fuere, una alternativa más cuya mejor comprensión les facilitará la siguiente presentación de finales del mes de septiembre de Saul Singer, el responsable de inversiones de Fusion Alternatives, operador citado por Barron´s en su artículo, que incluye en su página 22 los inconvenientes de la inversión directa en diamantes, en esencia: cualificación técnica, gastos de seguro y almacenamiento, oferta limitada e iliquidez para terceros no participantes de la industria (también disponible en video). Bueno, lo importante es coger ideas para el Gordo de mañana, ¿no creen? Mañana el último post financiero del año y pasado el Cuento de Navidad. Sean buenos.

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Descubro en el Commodities Corner de la edición escrita de Barron´s de la semana pasada un artículo referido a los diamantes como activos susceptibles de ser objeto de inversión. No sé de qué me sorprendo, la verdad. Debe ser que tengo grabada a sangre y fuego en mi subconsciente aquella cantinela de tantos años de un diamante es para siempre y que, como tal, se compra para ser disfrutado a perpetuidad no para negociar sobre él.  Salvo que las deudas y los cambios de la fortuna obliguen a ello, claro está. Entendía, de un modo demasiado naif para estas alturas de la película, que su comercio debía estar restringido a aquellos especialistas concentrados en los bulevares de Amsterdam o de la calle 47 oeste con la Sexta de Nueva York y que, por tanto, el interés minorista como inversión era más bien inexistente, salvo casos puntuales. La pieza del semanario estadounidense evidencia que no es así. De puro natural que es, me avergüenzo de mi candidez.