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Sarkozy echa a España la basura que anega Francia
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Alberto Artero

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Sarkozy echa a España la basura que anega Francia

Aunque es discutible, la opinión de un ministro se podría llegar a considerar como personal, especialmente si su locuacidad alcanza materias que no son de su

Aunque es discutible, la opinión de un ministro se podría llegar a considerar como personal, especialmente si su locuacidad alcanza materias que no son de su estricta competencia. Sería hilar muy fino pues se supone que, lo mínimo que se puede pedir a un dirigente político, es una cuota mínima de responsabilidad de palabra y obra. Las declaraciones de Luis de Guindos sobre sanidad y educación habrían sido susceptibles de tal consideración de no ser por su carácter extrañamente premonitorio. Pocas horas más tarde, esos dos tabús seculares  se tambaleaban a través de una sucinta Nota de Prensa que, de no ser aclarada en breve, añade ansiedad al estado general de incertidumbre nacional. Ver para creer.

Sin embargo, los comentarios de un Presidente son palabra de gobierno que no admiten arista interpretativa alguna. Así hay que tomar, por tanto, el reciente discurso de Nicolas Sarkozy que mete a España y Grecia en el mismo saco, a la vez que advierte de un  futuro similar a los franceses en caso de entregarse a los brazos del socialismo. El casi candidato ya nos ha condenado, así como quien no quiere la cosa. Con amigos en las filas conservadoras como éste, quién necesita enemigos ¿eh, Rajoy? Vaya tela. Eso sí, viva el silencio administrativo positivo español, respuestas que brillan por su ausencia no vaya a ser que pisemos algún callo. Va te faire chier!

Por más que objetivamente le asista algo de razón, el político francés parece ver la realidad con la falsa superioridad que le otorgan las alzas en sus zapatos, engaño que desaparece en cuanto baja de ese frágil pedestal. Porque hay poco de lo que Francia pueda sacar pecho, al menos por lo que al tamaño de estado y situación de las cuentas públicas se refiere. El contramaestre comunitario se ha creído ese capitán que en Europa tiene nombre de mujer y, aferrado a la grandeur de un cargo que no detenta, ha olvidado su condición de subordinado, su igual dependencia del pulgar arriba o debajo de su vecino oriental. Su farsa puede quedar en breve al descubierto.

Sarkozy ha tirado cinco años de mandato por la borda en la creencia de una inmunidad francesa a la ira de los inversores que cada vez está más en tela de juicio, como prueban las constantes amenazas sobre su rating. Para Xavier Sala-i-Martín, uno de los mejores economistas españoles, famoso por sus vistosas chaquetas, la situación de Francia “YA ES peor que la española y lo seguirá siendo gane quien gane las elecciones”. Las mayúsculas son suyas. No en vano, titula la última entrada en su blog: “Francia: la bomba de relojería de la Eurozona”.

El análisis que realiza de las dinámicas económicas al norte de los Pirineos es preocupante. Datos del deterioro de la competitividad privada francesa se mezclan con otros que ponen de manifiesto la insostenibilidad de un modelo social de estado que el locuaz presidente no se ha atrevido a recortar y que puede pasar factura a su país, en forma de necesidad perentoria de ajuste de deuda y déficit, en el peor de los momentos posibles. ¿A qué les suena? El profesor de Columbia acaba su post con una llamada desesperada a la acción local, sea quien sea el ganador de las elecciones galas, para dar una oportunidad al sueño europeo. Y van…

Aquí muchos de los que no están libres de pecado son los que más proyectiles arrojan a sus socios más débiles, ignorantes (o no, lo que sería aún más preocupante y se incardinaría con nuestro VA de ayer) de que son impactos en la línea de flotación del proyecto común. Ya hablamos hace poco en estas mismas líneas del caso holandés, que se ve agravado por el papel a jugar por la ultraderecha local. Francia puede saltar a la palestra en cualquier momento. Mover la mierda que anega los propios pies para verterla sobre aquellos a los que has vinculado tu destino, huele.

Nunca mejor dicho.  

Aunque es discutible, la opinión de un ministro se podría llegar a considerar como personal, especialmente si su locuacidad alcanza materias que no son de su estricta competencia. Sería hilar muy fino pues se supone que, lo mínimo que se puede pedir a un dirigente político, es una cuota mínima de responsabilidad de palabra y obra. Las declaraciones de Luis de Guindos sobre sanidad y educación habrían sido susceptibles de tal consideración de no ser por su carácter extrañamente premonitorio. Pocas horas más tarde, esos dos tabús seculares  se tambaleaban a través de una sucinta Nota de Prensa que, de no ser aclarada en breve, añade ansiedad al estado general de incertidumbre nacional. Ver para creer.