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Paul Krugman o la insoportable levedad del catastrofismo
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Alberto Artero

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Paul Krugman o la insoportable levedad del catastrofismo

Que Paul Krugman llegó hasta las pelotas a la presentación de su libro en la Fundación Rafael del Pino el pasado martes es un hecho. Ya

Que Paul Krugman llegó hasta las pelotas a la presentación de su libro en la Fundación Rafael del Pino el pasado martes es un hecho. Ya el día anterior, cuando tuvo a bien recibir a este modesto comentarista a las seis y media de la tarde, el autor de ¡Acabad ya con esta crisis! se mostró notablemente apático y manifiestamente aburrido regalándome, entre respuesta y respuesta, bostezos para todos los gustos. Llevaba de entrevistas desde las nueve menos cuarto de la mañana y un servidor era el ‘relleno’ entre la contra de Karmentxu Marín para El País y las cámaras de Cuatro. No sé si por el cansancio o por ser así de natural, apenas gesticuló y se limitó a subirse automáticamente y mientras hablaba sus calcetines grises, que coronaban unos zapatos estéticamente infames. No me quiero imaginar cómo tendría el cuerpo veinticuatro horas más tarde, sujeto a una agenda similar.

(Un aviso, si renuncian a llegar a las últimas líneas de este post, se perderán, sin duda, lo mejor del mismo. Sean pacientes)

Me regaló tres cuartos de hora en un salón precioso del edificio, presidido por la imagen del ya fallecido Rafael del Pino padre, adalid por cierto de la austeridad en la gestión a través de su Manual contra el Despilfarro. Cualquiera se lo comenta al estadounidense... Le importó realmente un comino mi conciliadora entrada con su publicación en la mano. Estaba deseando terminar y se le notaba. Pasó breve por las preguntas introductorias para romper el hielo, torció el gesto a la tercera alusión a sus críticos, se despachó a gusto contra sus enemigos en cuanto pudo y solo se relajó cuando le propuse un juego similar al que había realizado con Martin Wolf Moisés Naim el sábado en El País: ¿España o Italia?, ¿Alemania o USA?, ¿China o India? Más, me temo, por saber si su respuestas coincidían que porque le apasionara la propuesta.

No varió sustancialmente su actitud en su estreno ante el público madrileño el pasado martes.

En ambos encuentros, el personal y el colectivo, un elemento llamó poderosamente mi atención: la insoportable levedad e indiferencia con la que el economista y profesor desgranaba sus previsiones más apocalípticas sobre Europa, revestidas en ocasiones del ropaje numérico de unas probabilidades aleatoriamente asignadas, caso del corralito. Como si la certeza de lo inevitable activara en él una suerte de escudo frente a lo terrorífico de sus consecuencias. “Quebrantos económicos severos durante varios años y la destrucción del mayor proyecto de la región” nos esperan, de acuerdo con sus propias palabras. Y a otra cosa, butterfly. Las explicaciones al maestro armero, en sus escritos o en el blog. Una asepsia, por cierto, que contrasta con su candorosa descripción de los efectos del Obamacare sobre los desheredados americanos publicada el domingo por el diario ‘en venta’ de Cebrián.

¿Mecanismo de protección para evitar causar aún más pánico? Puede. Porque, ¿de qué estamos hablando? Esto dice el Banco Central de Grecia sobre los efectos de una salida de su país del euro, vía Bloomberg: depreciación de la moneda de un 65%, reducción de la renta per capita un 55%, contracción total de la economía desde 2009 cercana al 40% y paro e inflación por encima del 30%. No son mejores los cálculos que el gobierno alemán ha realizado en un supuesto de ruptura para sus variables macro, en este caso gentileza de Der-Spiegel-FT Alphaville: colapso del 10% del PIB y dos millones más de parados frente a los tres existentes en la actualidad sólo el primer año. Un informe confidencial que estaría detrás del reciente cambio de actitud de Merkel respecto a los estados periféricos. Demasiado importante como para pasar de puntillas, ¿no creen? Especialmente si tenemos en cuenta el impacto que tales acontecimientos podrían tener sobre el propio Estados Unidos, una arista frecuente (¿y conscientemente?) olvidada en su discurso.

Es precisamente esa aproximación aparentemente superficial al problema de la Eurozona, en buena parte por un desconocimiento no sé si legítimo de su idiosincrasia, la que devalúa las recetas que sugiere para su corrección. Aparte de las 'boutades' con las que se despachó -"los ciclos económicos no siempre han existido" o "Alemania ha de subir sueldos para que España gane competitividad"-, su defensa del efecto multiplicador del gasto público en un entorno de hipertrofia administrativa, exceso de oferta y capacidad instalada, apalancamiento excesivo y menor renta disponible, es cuestionable. Y su apuesta por la intervención del BCE cuando su papel estructural es ya distorsionador y la trampa de la liquidez invalida cualquier impacto inflacionario de su acción sobre la economía, incierta. Es lo que trató de hacerle ver, con escaso éxito, el martes Pedro Schwartz en la FRdP. Ante el dolor de la pulla, el morlaco sacó el genio primero, acepto la faena de aliño de Manuel Conthe después, y se acochinó en tablas en el turno de preguntas para desesperación del ávido respetable cuando se acercaba el final.

Poco importa. Cree firmemente que en esta crisis todos se han equivocado menos él. No lo piensa, lo escribe. Y esa es su gran virtud, la autenticidad: no engaña a nadie. Manifiesta sus filias y fobias en esa Conciencia de un Liberal que alimenta frecuentemente en el NYT, es sanguinario con sus detractores y complaciente con sus defensores, no duda en denostar didácticamente a quien le cuestiona y se moja hasta empaparse en ocasiones. Se olvida, eso sí, de su defensa ardorosa de la burbuja inmobiliaria USA, hipotecas para todos, como forma de salir de la recesión provocada por el estallido del puntocom. Uf. O de que, a la vez que estudiaba la crisis japonesa a finales de los noventa -lo que le legitima según él para hablar de la actual depresión de buena parte del resto de las economías desarrolladas-, no dudó en predecir, con la misma rotundidad de siempre… “en 2005 quedará demostrado que el

Ante un pronóstico tan ajustado como ese, sobran los comentarios. Palabra de ‘gurú’.

Que Paul Krugman llegó hasta las pelotas a la presentación de su libro en la Fundación Rafael del Pino el pasado martes es un hecho. Ya el día anterior, cuando tuvo a bien recibir a este modesto comentarista a las seis y media de la tarde, el autor de ¡Acabad ya con esta crisis! se mostró notablemente apático y manifiestamente aburrido regalándome, entre respuesta y respuesta, bostezos para todos los gustos. Llevaba de entrevistas desde las nueve menos cuarto de la mañana y un servidor era el ‘relleno’ entre la contra de Karmentxu Marín para El País y las cámaras de Cuatro. No sé si por el cansancio o por ser así de natural, apenas gesticuló y se limitó a subirse automáticamente y mientras hablaba sus calcetines grises, que coronaban unos zapatos estéticamente infames. No me quiero imaginar cómo tendría el cuerpo veinticuatro horas más tarde, sujeto a una agenda similar.