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Bienvenido Eurovegas, ¿inversión o expolio con luz y taquígrafos?
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Alberto Artero

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Bienvenido Eurovegas, ¿inversión o expolio con luz y taquígrafos?

¿Cuál es el punto en el que una buena inversión, capaz de generar riqueza y empleo en un país tan ávido de ambos como España, se

¿Cuál es el punto en el que una buena inversión, capaz de generar riqueza y empleo en un país tan ávido de ambos como España, se convierte en un expolio? No es una pregunta fácil de responder. Menos aún cuando la frontera entre lo conveniente y lo indecente no es una línea clara sino que está sujeta a múltiples matices y condicionantes. La inclusión del proyecto en una u otra categoría dependerá de la primacía que cada uno otorgue a la necesidad frente a la dignidad. Honra sin barcos o barcos sin honra. Un siglo y medio después, nos asaltan las mismas dudas que al Almirante Casto Méndez Nuñez. El objeto de la disputa es, en este caso, el complejo Eurovegas que el magnate Sheldon Adelson pretende construir en Madrid o Barcelona.

A primera vista, su propuesta huele a rosas. Desarrollo de una Ciudad del Juego en una superficie cercana a las 300 hectáreas o tres millones de metros cuadrados, con la consiguiente reactivación de una parte, menor eso sí, del depauperado sector inmobiliario. Una inversión total que podría rondar los 17.000 millones de euros, un 1,5% del Producto Interior Bruto español, a lo que habría que añadir la riqueza recurrente emanada de su actividad. La promesa de generación de más de 250.000 puestos de trabajo. Ingresos recurrentes para las arcas públicas, tanto estatales como autonómicas, competentes sobre la tributación del juego. Ante esa promesa de vino y miel, parece lógica la reacción a lo Bienvenido Míster Marshall de las autoridades regionales y su pugna por llevarse el gato al agua.

El aroma se envilece, sin embargo, en la letra pequeña, esto es: con las condiciones para la implantación. Primero, cesión de un porcentaje de suelo notablemente superior al necesario y a un precio muy por debajo de su valor catastral, algo teóricamente irregular; participación en las plusvalías que genere todo el desarrollo circundante, sea residencial o terciario; nada de desembolsos upfront sino establecimiento de un mecanismo de opciones similar al que provocó los mayores pelotazos de la burbuja del ladrillo; preeminencia de la financiación ajena, sin que se produzca aportación mayoritaria de recursos propios; concesión de avales por parte del estado; rebajas impositivas –impuestos y seguridad social- y modificaciones legislativas –blanqueo de capitales, régimen laboral- por parte de la administración que permitan el libérrimo desarrollo de su actividad. Y así sucesivamente.

Detengámonos un segundo. ¿Qué es lo que justifica esa necesidad de mayor aportación de terrenos? Los inversores no dudan en dejar claro que trabajan en dos áreas de interés claramente diferenciadas, incluso accionarialmente, con Adelson como nexo de unión entre ambas: las del juego, que son la excusa para todo lo demás, y las de promoción, en las que participan socios locales afines al estadounidense, que es donde se encuentra de verdad el dinero a ganar. De hecho, si buena parte de las negociaciones actuales se centran en la ubicación del complejo, es precisamente por esto: hay que minimizar el coste del terreno –en Barcelona ya está por los 37,5 euros metro cuadrado algo por debajo de Madrid- y asegurar la participación en los resultados inmobiliarios del desarrollo como condición para maximizar el beneficio.

Para ello, qué mejor estrategia que poner en competencia a las dos comunidades punteras del país, aprovechándose de la candidez administrativa de sus gobernantes que no han dudado en emprender una loca carrera para poner todo tipo de facilidades al proyecto, aún con todas las incertidumbres que pesan sobre su concreción, como prueba el cambio legislativo aprobado esta semana por el parlamento madrileño que amplía el concepto de proyectos de ‘alcance regional’, Título VI, a aquellos “que supongan la implantación de actividades económicas que revistan interés por su relevancia en la creación de empleo o por la inversión que comporten”, léase Eurovegas. Una declaración que permite la expropiación de terrenos en los términos establecidos por el artículo 39 de la Ley 9/95 de Medidas de Política Territorial, Suelo y Urbanismo.

Una idea buena sobre papel; una concreción perversa en el detalle; una colaboración funcionarial inesperada, que debe tener a los americanos frotándose los ojos; una decepción mayúscula, la de aquellos que son arte pero pueden dejar de ser parte; una alimentada expectación mediática; una estudiada administración de las preferencias que pone aún más nerviosos a los dirigentes regionales; un circo en el que se adivina claro un ganador pero donde cuesta ver a los restantes, al menos a priori. Un país, España, que vuelve la mirada décadas atrás y se reconoce en la misma desesperación, en el mismo deseo de que el amigo americano pise su suelo y reparta millones. Eurovegas, ¿una inversión o un expolio con luz y taquígrafos? Solo el tiempo dirá.

Buen fin de semana a todos.

¿Cuál es el punto en el que una buena inversión, capaz de generar riqueza y empleo en un país tan ávido de ambos como España, se convierte en un expolio? No es una pregunta fácil de responder. Menos aún cuando la frontera entre lo conveniente y lo indecente no es una línea clara sino que está sujeta a múltiples matices y condicionantes. La inclusión del proyecto en una u otra categoría dependerá de la primacía que cada uno otorgue a la necesidad frente a la dignidad. Honra sin barcos o barcos sin honra. Un siglo y medio después, nos asaltan las mismas dudas que al Almirante Casto Méndez Nuñez. El objeto de la disputa es, en este caso, el complejo Eurovegas que el magnate Sheldon Adelson pretende construir en Madrid o Barcelona.