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Guerra abierta en el Gobierno mientras Rajoy se fuma un puro
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Alberto Artero

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Guerra abierta en el Gobierno mientras Rajoy se fuma un puro

Suele ser costumbre entre los líderes políticos de este país el mantener un trato frecuente con este diario mientras se mantienen en la oposición y ningunearle

Suele ser costumbre entre los líderes políticos de este país el mantener un trato frecuente con este diario mientras se mantienen en la oposición y ningunearle tan pronto como aterrizan entre las paredes de Moncloa. Da igual el talante, por detrás y por delante. Ocurrió con el encantador de serpientes Zapatero y se ha vuelto a repetir, so far so bad, con ese dechado de simpatía que es Mariano Rajoy. Puesto que la independencia es el valor supremo de las cabeceras de El Confidencial, no es algo que preocupe. Más bien al contrario, permite hacer un juicio de lo más neutral sobre las intenciones previas y las concreciones finales de aquellos que nos gobiernan. Sin el cariño que da el roce.

Viene esto al caso de la disputa ministerial del martes entre Cristóbal Montoro y José Manuel Soria –Hacienda e Industria, respectivamente- a cuenta de esa reforma eléctrica que nunca llega. Pues bien, les diré que en el último de esos encuentros con el ahora Presidente del Gobierno, éste nos reveló el déficit de tarifa como una de las prioridades a resolver tan pronto tomara posesión de su cargo. Una preocupación reiterada e insistente que causó no poca estupefacción entre aquellos del medio que acudieron a la cita. ‘Qué fijación tiene este hombre con el temita; con la que está cayendo’, fue la comentada conclusión. De hecho, tal interés anticipaba que, siendo tal la prelación asignada, estaría trabajando en su oportuna resolución, él que además presentaba como tarjeta de visita cualquier ausencia de servidumbres empresariales. Justicia y equidad.

Ocho meses después ha quedado probado que no ha sido así. Ni estudio oportuno, ni propuesta discutible, ni iniciativa visible. Rien de rien. No solo eso, el gallego ha relegado la resolución del problema a la cola de sus ‘thing to do’ de este otoño caliente que anticipábamos ayer (V.A., Ocho motivos para esperar un otoño más que caliente, 21-08-2012). Una procrastinación, retardo en las soluciones a ver si escampa, que es marca de la casa pero que, como ya ha comprobado en sus carnes, constituye una estrategia suicida cuando el problema financiero crece, el dinero extranjero huye y las inversiones se frenan. Más allá del contenido de las medidas correctoras –a nivel regulatorio, fiscal o temporal, que tampoco se entiende este empeño de resolver el problema en 2013 cuando 2012 ya se ha perdido y Bruselas ha mostrado más laxitud en las cuentas públicas que el ejecutivo en las privadas-, lo que el sector y adyacentes reclaman es un campo de juego que elimine la incertidumbre.

Nunca llueve a gusto de todos, pero tomar decisiones de calado es lo que diferencia a un estadista de un escapista, a aquél que es capaz de echarse el país y sus sectores estratégicos a la espalda y resolver cuestiones estructurales del que no, llamándose recurrentemente andana. Es importante, como señala Montoro, minimizar el riesgo legal de determinadas decisiones e intentar no dañar aún más el precario concepto de ‘seguridad jurídica’ que ahí fuera perciben de España. Tiene razón Soria al apelar a una tributación en función de la fuente dada la disparidad existente, dentro de una racionalidad que no espante a aquellos que han de financiarnos. El equilibrio es difícil pero no imposible. Eso sí, la decisión última corresponde a quien se arrogó el liderazgo económico del país: Mariano Rajoy, 'el ausente'. Consenso y determinación frente a arrogancia (cómo estás Cristóbal, cómo estás) y una dilación que ha provocado el nerviosismo y las declaraciones cruzadas de los 'jugadores' ante la indiferencia del 'entrenador'.

Podemos esperar sentados. Desconocedor de la materia, ha convertido a Alvaro Nadal en una suerte de Alex Kicillof a la española hasta el punto de atribuirle un papel más que protagonista en la Comisión Delegada de Asuntos Económicos que todos los jueves reúne en Moncloa a los principales ministros del ramo para discutir las propuestas que se llevarán el día siguiente al Consejo. La división del gabinete entre Guindos-Soria y Montoro-Bañez, fruto del deseo del presidente de cumplir promesas y pagar servicios simultáneamente, ha reforzado su poder de manera preocupante como árbitro necesario. Él recibe y él dispone. Eso sí, escucha poco, acusa mucho y no duda en defender posiciones radicales como la salida de España del euro. En esas manos estamos. ¿Buenas, malas, regulares? El juicio hasta ahora es más bien desfavorable.

Lo que parece evidente en cualquier caso es que no es lo que España necesita. Si la recuperación de la confianza interna y externa es condición necesaria para casi todo lo demás, la actuación en la sombra o estos rifirrafes impropios de un ejecutivo serio suponen un severo paso atrás, manifestación palmaria de una falta de liderazgo no preocupante sino crítica. Si Rajoy no da más de sí, que al menos abra el camino a quienes pueden dar la cara y arrogarse justificada y públicamente tal responsabilidad. Se están repitiendo de manera alarmante los mismos errores de gestión de gabinete y comunicación del zapaterismo. Hora de cortar. Urge una vicepresidencia del ramo con un tecnócrata al uso. Y urge ya. 

Suele ser costumbre entre los líderes políticos de este país el mantener un trato frecuente con este diario mientras se mantienen en la oposición y ningunearle tan pronto como aterrizan entre las paredes de Moncloa. Da igual el talante, por detrás y por delante. Ocurrió con el encantador de serpientes Zapatero y se ha vuelto a repetir, so far so bad, con ese dechado de simpatía que es Mariano Rajoy. Puesto que la independencia es el valor supremo de las cabeceras de El Confidencial, no es algo que preocupe. Más bien al contrario, permite hacer un juicio de lo más neutral sobre las intenciones previas y las concreciones finales de aquellos que nos gobiernan. Sin el cariño que da el roce.