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Una isla mediterránea saca los colores a Europa
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Alberto Artero

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Una isla mediterránea saca los colores a Europa

Vivimos en un mundo sobresaturado de información, algo que, sin embargo, poco ha ayudado a la toma de mejores decisiones. Lo mucho por lo mucho, lo

Vivimos en un mundo sobresaturado de información, algo que, sin embargo, poco ha ayudado a la toma de mejores decisiones. Lo mucho por lo mucho, lo poco por lo poco. Se suceden los acontecimientos a un ritmo que resulta imposible reflexionar sobre ellos, sobre su alcance y sus implicaciones. Nos hemos impermeabilizado ante la vorágine de noticias, que consumimos con una asepsia que, objetivamente, da miedo en muchos casos. La indiferencia del borrego susceptible de ser llevado donde no quiere. Reflexionen sobre esto.

Cada día encontramos múltiples ejemplos de sucesos de calado trascendental sobre los que los medios y el público pasamos de puntillas. El último ejemplo lo tenemos con lo que está sucediendo en Chipre, donde un nuevo gobierno acaba de salir de las urnas con el mandato de negociar el rescate con sus socios europeos, estimado en 17.000 millones de euros. Suma y sigue. La solicitud de ayuda llega después de que el estado viviera severos problemas de liquidez en el último año que acuerdos con prestamistas rusos y… ¡tanzanos de carnet! no han conseguido solventar (WSJ, "Money-laundering suspicion stalls Europe’s latest bailout", 04-03-2013).

Pues bien, el principal punto de fricción entre la troika y las autoridades locales se ha centrado en la imposición de medidas para frenar el institucionalizado blanqueo de dinero. Se ha exigido a estas últimas que presenten, con la mayor brevedad posible, un análisis independiente de la situación y de las medidas que se prevé adoptar desde la Administración para corregir su consideración como paraíso del dinero procedente de actividades, cuando menos, sospechosas. Pese a la ardorosa invocación del sacrosanto secreto bancario por parte del recién nombrado ministro de finanzas -si cuela, cuela- los hombres de negro ya han impuesto una auditoría externa, ficha bancaria por ficha bancaria, para conocer de primera mano el estado de la cuestión (FT, "Cyprus agrees to bank audit for bailout", 04-03-2013).

Ese es el hecho, sobre el que no nos vamos a entretener por más que admita múltiples comentarios. Lo verdaderamente sustantivo es que ha vuelto a suceder, once more. Chipre es miembro de la Unión Europea desde 2004 y pertenece a la Eurozona desde 2008. Pues bien, sólo en el momento en el que las finanzas del país se han colocado en una situación límite, gentileza de cuatro años de gasto a manos llenas del anterior Ejecutivo comunista, se ha cuestionado un modo de hacer las cosas dentro de su sistema financiero que cuestiona su legalidad.

Como dicen los castizos, ‘pa mear y no echar gota’.

Hasta ahora, ni un solo ultimátum pese a la proliferación de sociedades opacas y trusts, de abogados, testaferros y hombre de paja o de ventajas fiscales para fortunas de dudoso pelaje, de origen mayoritariamente ruso. Nada que objetar ante el sospechoso flujo de fondos de entrada y salida de sus fronteras, injustificados desde el punto de vista de la inversión directa en Chipre. O ante el sorprendente peso en su economía de los ‘servicios financieros’, al más puro estilo Gibraltar o las Islas del Canal. Bastaba con la cándida afirmación de los inspectores locales de que estaban haciendo todo lo que estaba en su mano para evitar prácticas irregulares. ¡Oh vaya!, la mujer de César andaba abiertamente en porretas por el foro, pero no pecaba. En fin…

Ahora que es el dinero de los contribuyentes, sobre todo alemanes, el que está en juego, de nuevo Europa se cae del guindo y decide tomar cartas en el asunto al más puro estilo ‘ponte en evidencia a ver si te acabas de cargar el chiringuito’. Porque, vale, hay una responsabilidad a nivel comunitario de no evitar los excesos que condujeron a desequilibrios que ahora se antojan insalvables en algunos de sus miembros más dolientes. Habría sido mejor prevenir con contención que curar con austeridad. Cómo esperar esto de la burocracia política de Bruselas y Estrasburgo. Imposible. No pidamos peras al olmo.

Pero… ¿ser complacientes frente al delito?, ¿mirar a otro lado ante el fraude?, ¿obviar que la casa chipriota estaba construida sobre pilares de dinero negro? Reconociendo tarde y mal que Chipre ha de solventar este problema, la Unión se desnuda ante sus miserias, se retrata en su precariedad, en su complacencia. Y así, más allá de que finalmente el dinero solicitado por el Gobierno chipriota le sea finalmente entregado o no, queda el convencimiento colectivo de que hacer una cesta común con unos mimbres tan deshilachados es misión imposible, que la integración requiere primero de una refundación del proyecto regional. Salvo, claro está, que como casi siempre se imponga el voluntarismo al realismo, la conveniencia a la exigencia, en ese bucle de procrastinación ad eternum de todos los problemas.

Se admiten apuestas.

Vivimos en un mundo sobresaturado de información, algo que, sin embargo, poco ha ayudado a la toma de mejores decisiones. Lo mucho por lo mucho, lo poco por lo poco. Se suceden los acontecimientos a un ritmo que resulta imposible reflexionar sobre ellos, sobre su alcance y sus implicaciones. Nos hemos impermeabilizado ante la vorágine de noticias, que consumimos con una asepsia que, objetivamente, da miedo en muchos casos. La indiferencia del borrego susceptible de ser llevado donde no quiere. Reflexionen sobre esto.