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El empleo se fue... ¿para nunca volver?
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Alberto Artero

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El empleo se fue... ¿para nunca volver?

Hoy les planteo las líneas generales de una reflexión que tiene mucho pero que mucho calado. Hace referencia a la victoria del capital sobre el trabajo,

Hoy les planteo las líneas generales de una reflexión que tiene mucho, pero que mucho, calado. Hace referencia a la victoria del capital sobre el trabajo, de la economía financiera sobre la real. Se trata de una pugna más visible de lo que parece. Se ve en cómo la mayor expansión monetaria de la historia apenas está sirviendo para que las sociedades mercantiles mejoren artificialmente sus resultados –recompras de acciones y operaciones de financiación y gestión de tesorería– y los trabajadores se encuentren, por el contrario, con limitadas posibilidades de encontrar un empleo y mejorar su renta disponible. El capitalismo ha renunciado a uno de sus pilares fundamentales, la inversión, mientras que las ganancias de productividad se deben a la sustitución acelerada de mano de obra por tecnología. Un proceso, este último, inevitable. Pero, en una sociedad de consumo como la que hemos construido, al final de este peligroso camino, ¿quién consumirá? Y si nadie consume, ¿a quién venderán las empresas? Y si las empresas no venden, ¿desaparecerán o se integrarán definitivamente en la economía financiera? (buena parte de esas preguntas se las hace Frances Coppola en este post de Credit Writedowns, parte de cuyo contenido no necesariamente comparto, especialmente por lo que al subsidio se refiere: "The wastefulness of automation", 11-07-2013)

Se trata, desde luego, de un debate apasionante que, como nos recuerdan desde el suplemento de fondos de inversión de Financial Times de esta misma semana (FT, "Capital gobbles labour´s share, but victory is empty", 14-10-2013), se ha planteado prácticamente cada vez que un nuevo paradigma tecnológico ha irrumpido en la sociedad para cambiar su faz y hacer irreconocible su pasado inmediato. En su pieza del FT, Steve Johnson hace referencia histórica al inicio de la producción fabril en cadena. Con Internet, la movilidad y sus posibilidades ha sucedido otro tanto de lo mismo. Sin embargo, la realidad prueba la existencia de una tendencia inevitable de paulatina minoración del peso de los salarios en la riqueza de muchos estados del primer y segundo mundo. Este deterioro sólo puede ser sustituido por rentas de capital –más propensas al ahorro, por cierto– en un espectro reducido de la población, precisamente elque se sitúa en el lado amable de la polarización social. En cualquier caso, el proceso, para los analistas de Fidelity, tiene carácter estructural y no coyuntural, esto es: ha venido no sólo para quedarse, sino que se agudizará en el futuro inmediato. En estas naciones el empleo se fue… ¿para nunca volver?

Hay un punto de verdad en el hecho de que, en la medida en que las transacciones internacionales son cada vez más generalizadas, las mejoras de competitividad por vía salarial de algunos paísesayudan a sus empresas y, teóricamente, permiten generar crecimiento local y, por ende, nuevas posibilidades de ocupación. Sin embargo, el fenómeno de deflación interna se traslada a las nuevas contrataciones, por una parte, generalizando la precariedad, mientras que, por otra, la demanda interna se mantiene contenida por unos ingresos asimétricos respecto al coste de la vida. Un fenómeno tanto o más significativo cuanto mayor sea la incertidumbre económica o tributaria de los ciudadanos de un estado o más gravoso sea el peso de la deuda sobre su pasivo familiar, realidad generalizada en buena parte de las potencias occidentales. No sólo eso, de acuerdo con los análisis citados en el artículo del FT, estamos a nivel mundial en un juego no de suma cero, sino negativo: por cada 1% que cae el nivel de participación salarial en el PIB mundial, este se contrae un 0,36%.

De hecho, y con esto casi acabo, nos encontramos con la paradoja de que, junto a los que chupan de los excesos de un sistema excesivo, se encuentran los que no les queda más remedio que vivir del sistema. Incluso en el ámbito liberal es razonable otorgar un papel al Estado consistente en la defensa de las condiciones básicas de subsistencia y en el establecimiento de un marco normativo estable y no intrusivo. En la medida en que el empleo pasa a convertirse en algo excepcional, no sólo multiplica el poder público su tarea asistencial, sino que cada vez obtiene menos recursos de esos mismos desempleados para financiarse, uniéndose incluso una Administración dimensionada y pro-mercado al círculo vicioso del sector privado que acabamos de comentar salvo, claro está, que quiera entrar en el peligroso ámbito de la imposición indiscriminada a quienes aún disfrutan de trabajo y riqueza (que, no nos equivoquemos, es el punto en el que estamos). Aun en el mundo ideal, el papel marginal que se le atribuye no lo podría cumplir.

El capitalismo social, además, nunca puede partir de una imposición estatal, sino de una toma de conciencia privada de la trascendencia de sus acciones y de la comprensión de que la definición clásica de inversión, sacrificio hoy a cambio de mayor retorno mañana, no sólo tiene una arista financiera –esa que el cortoplacismo vigente y la necesidad de resultados inmediatos ha matado–, sino otra económica y social, centrada en el beneficio de la colectividad como cliente futuro y en el sostenimiento del entorno como escenario en el que va a desarrollar en el mañana su actividad. Y eso exige, entre otras cosas, reconducir la perversión dual del modelo actual, en el que la destrucción creativa de Schumpeter apenas existe, lo que facilita la supervivencia de zombis incapaces de construir, y en el que los estímulosfinancieros se muestran, pero inconexos con la actividad real, más aún en la medida en que la población envejece, las necesidades del Estado del ‘bienestar’ aumentan y la capacidad de creación e innovación languidece. Renunciar a lo bueno del capitalismo y fomentar sus aristas más ajenas a lo que lo justificó en origen, mala fórmula para su supervivencia parece.

Abierto a sus comentarios.

Hoy les planteo las líneas generales de una reflexión que tiene mucho, pero que mucho, calado. Hace referencia a la victoria del capital sobre el trabajo, de la economía financiera sobre la real. Se trata de una pugna más visible de lo que parece. Se ve en cómo la mayor expansión monetaria de la historia apenas está sirviendo para que las sociedades mercantiles mejoren artificialmente sus resultados –recompras de acciones y operaciones de financiación y gestión de tesorería– y los trabajadores se encuentren, por el contrario, con limitadas posibilidades de encontrar un empleo y mejorar su renta disponible. El capitalismo ha renunciado a uno de sus pilares fundamentales, la inversión, mientras que las ganancias de productividad se deben a la sustitución acelerada de mano de obra por tecnología. Un proceso, este último, inevitable. Pero, en una sociedad de consumo como la que hemos construido, al final de este peligroso camino, ¿quién consumirá? Y si nadie consume, ¿a quién venderán las empresas? Y si las empresas no venden, ¿desaparecerán o se integrarán definitivamente en la economía financiera? (buena parte de esas preguntas se las hace Frances Coppola en este post de Credit Writedowns, parte de cuyo contenido no necesariamente comparto, especialmente por lo que al subsidio se refiere: "The wastefulness of automation", 11-07-2013)

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