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Emilio Botín, adiós al último gran banquero
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Alberto Artero

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Emilio Botín, adiós al último gran banquero

Botín era un crack. Un banquero con todas las letras. De los pies a la cabeza. Capaz de poner a su entidad donde quería: como líder

Foto: El presidente del Banco Santander, Emilio Botín (gtres)
El presidente del Banco Santander, Emilio Botín (gtres)

Botín era un crack. Un banquero con todas las letras. De los pies a la cabeza. No paró hasta poner al Santander donde quería: como líder del sector en España, como una de las mayores instituciones financieras europeas por capitalización bursátil y como una marca de referencia a nivel mundial. Se le pueden censurar sus defectos, que son muchos, pero sería injusto negarle unas virtudes acreditadas por hechos objetivos. Ha muerto con él un modo de hacer banca sin paragón en el panorama nacional. Lo tuvo claro desde el primer momento. Mientras sus competidores se sentaban alrededor de un café a ver los ingresos venir, don Emilio cavilaba sobre cómo hacerlos crecer exponencialmente. Rompió la industria y marcó una estela que muchos se vieron obligados a seguir. Ya solo quedan advenedizos y directivos. Descanse en paz.

El recién fallecido hizo de la innovación su particular caballo de Troya con el que conquistar el proceloso mundo del negocio bancario, al ser el primero en comprender que, o se hacía competitivo, o le terminaría comiendo la competencia. El oligopolio financiero manado de la Transición era insostenible y los procesos de concentración se antojaban inevitables. Santander era carne de cañón. El primer requisito era hacerse fuerte. Mediante oportunos golpes de efecto por el lado del activo y del pasivo, con ofertas impensables hasta entonces en créditos y depósitos, comisiones aparte, revolucionó el entorno, amplió su base de clientes y dio los primeros pasos para configurarse como la referencia que llegaría a ser. Siempre un paso por delante, obligó a unas instituciones gobernadas hasta entonces por apellidos ilustres a profesionalizar la gestión ayudando de esta manera a convertir el sector patrio en uno de las más rentables y eficientes de Europa.

Una vez sentadas las bases de lo que sería su modus operandi en el futuro, con una red que actuaba como ciega artillería cuando de bombardear un producto se trataba, se empeñó en dotar al banco del necesario tamaño en España para aspirar a metas más altas (Valor Añadido, "Botín al sector financiero: “¿Y tú me lo preguntas? El FROB soy yo", 22-03-2010). Para ello no dudó en adquirir Banesto, primero, y BCH después, entidades ambas que presentaban en el momento de su compra serias dificultades estructurales y en el que el precio abonado entonces, especialmente en el caso de la primera, fue calificado por algunos analistas de ‘temerario’. Fue capaz de darles la vuelta y de sacar de ellas una rentabilidad inesperada para muchos, lo que le sirvió para fijar su primacía nacional y colocar al banco en la línea de salida para la expansión internacional, tercera etapa en su particular hoja de ruta hacia el liderazgo, en su ambicioso cuaderno rojo.

Lo hizo, como siempre, a lo grande, si bien los frutos de esta última estrategia son más dudosos. Aunque es verdad que ha permitido diversificar las fuentes de ingresos del banco y reducir la dependencia de la cuenta de resultados de un solo mercado, la mayoría de sus apuestas no cubren el coste de capital y da la impresión de que la gestión realizada sobre las filiales foráneas ha sido y es más oportunista que estructural, más financiera que operativa, con la única excepción quizás del Reino Unido, donde su intento por aplicar el modelo disruptivo que tan bien le había funcionado en España 20 años antes no ha terminado de funcionar. Comprar barato y vender caro con unos horizontes de permanencia limitados (Valor Añadido, "De mayor quiero ser Emilio Botín", 09-11-2007, y, "La Ciudad Financiera del Santander, una ruinosa inversión", 27-08-2012). Algo similar a lo hecho con las participadas industriales o los inmuebles y de lo que no escapan sucursales tan importantes como la brasileña, con su viaje de ida y vuelta a la bolsa local. Precisamente por eso, llegamos a afirmar en estas mismas líneas que el Santander se había convertido en el mayor private equity financiero del mundo (VA, "Pero McCoy, ¿qué es de verdad el Santander?", 27-02-2012).

No hay rosas sin espinas y es evidente que las ha habido, y muchas, durante sus años al frente del banco. Cada uno que aporte la que quiera. Que si ha gobernado la entidad como un cortijo, que si las cesiones de crédito, que si las obligaciones convertibles, que si Banif Inmobiliario, que si las veleidades internacionales de la mano de Ana Patricia, que si el dinero en Suiza, que si las declaraciones extemporáneas de corte político, que si la Ciudad Financiera (VA, "De los achaques del Tito Botín a la verdadera explicación de la venta de activos del Santander", 21-07-2008). La lista de agravios podría ser interminable. Sin embargo, obras son amores: la realidad, al final de sus días, es que Emilio Botín ha muerto con su sueño cumplido, dejar al Santander donde está ahora: como una de las entidades financieras de referencia a nivel mundial tras romper el mercado nacional, expandir gradualmente su balance y rotar oportunamente los activos. Toca a sus herederos gestionar una herencia no exenta de dificultades (VA, "Menudo susto de final de verano para el Santander", 04-09-2014). Triunfen en el empeño o no, ya nunca será lo mismo.

Su disrupción, valentía y hasta idiosincrasia se echarán de menos.

Botín era un crack. Un banquero con todas las letras. De los pies a la cabeza. No paró hasta poner al Santander donde quería: como líder del sector en España, como una de las mayores instituciones financieras europeas por capitalización bursátil y como una marca de referencia a nivel mundial. Se le pueden censurar sus defectos, que son muchos, pero sería injusto negarle unas virtudes acreditadas por hechos objetivos. Ha muerto con él un modo de hacer banca sin paragón en el panorama nacional. Lo tuvo claro desde el primer momento. Mientras sus competidores se sentaban alrededor de un café a ver los ingresos venir, don Emilio cavilaba sobre cómo hacerlos crecer exponencialmente. Rompió la industria y marcó una estela que muchos se vieron obligados a seguir. Ya solo quedan advenedizos y directivos. Descanse en paz.

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