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La hoguera de las vanidades de las elecciones andaluzas
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Isidoro Tapia

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La hoguera de las vanidades de las elecciones andaluzas

En Andalucía, estos días la hoguera de las vanidades de la política muestra su cara más sañuda

Foto: Hoguera de San Juan. (EFE)
Hoguera de San Juan. (EFE)

Uno de los síntomas más grisáceos de nuestro actual ecosistema político es la falta de 'segundos espadas'. Adolfo Suárez se rodeó de 'patas negras' como Marcelino Oreja, Fernando Abril o el propio Calvo-Sotelo. Con Felipe González entraron en el Consejo de Ministros un grupo de treintañeros que con el paso de los años se convirtieron en gigantes políticos, como Carlos Solchaga, Javier Solana o Joaquín Almunia. Con José María Aznar también creció la talla de sus colaboradores: Mariano Rajoy, Josep Piqué o hasta Rodrigo Rato (hoy caído en desgracia) fueron aquilatando sus habilidades políticas con el paso de los años.

Los líderes de antaño no ponían trabas a que sus colaboradores ganasen talla y presencia; al contrario, se comportaban como si la estatura política de sus ministros fuese la suya propia. La política entonces parecía una carrera de remo: la velocidad del Gobierno la determinaba el más lento de sus ministros. Gobernar, al fin y al cabo, es el arte de formar equipos. Ningún dirigente puede aspirar seriamente a gobernar con eficacia un país si no es a través de la delegación de responsabilidades. Los gobiernos son mastodontes administrativos compuestos por centenares o miles de personas, cada una de las cuales debe tomar decisiones con autonomía para que el resultado, un Gobierno verdaderamente engrasado, redunde en beneficio de los ciudadanos.

De la política-remo hemos pasado a la política-maratón: se sacrifican liebres para que el líder llegue más lejos en su carrera en solitario

En los últimos años, en cambio, lo que caracteriza a nuestros líderes políticos es exactamente la actitud contraria. De la política-remo hemos pasado a la política-maratón: se sacrifican liebres para que el líder llegue más lejos en su carrera en solitario. Pedro Sánchez no solo ganó las primarias a Susana Díaz, sino que cortó en seco su influencia política lejos de Andalucía. Pablo Casado ha demostrado los mismos vicios: en lugar de encontrar acomodo a Soraya Sáenz de Santamaría, le enseñó la puerta de salida al ostracismo, hasta empujarla a su retiro en el Consejo de Estado. Con María Dolores de Cospedal, otra de sus rivales en las primarias, tuvo la misma falta de reflejos.

No hace falta abundar en la lista de decesos que ha dejado Pablo Iglesias en su camino. Una de las grandes rémoras de Podemos es que con el paso del tiempo ha perdido capital político en lugar de ganarlo (los jirones de Íñigo Errejón o Carolina Bescansa se amontonan por las esquinas). En realidad, solo existe una excepción en este desolador páramo: Inés Arrimadas ha ganado estatura política sin que su sombra haya inquietado a Albert Rivera, que, más bien al contrario, la ha convertido en un activo político para Ciudadanos en toda España, como demuestra su participación en la campaña electoral andaluza.

Foto: Los cuatro candidatos a la presidencia de la Junta. (EFE) Opinión
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En Andalucía, estos días la hoguera de las vanidades de la política muestra su cara más sañuda. En cualquier otro momento de nuestra historia, un presidente del Gobierno en ejercicio tendría tantas peticiones para asistir a actos electorales que le costaría salir de Andalucía durante las dos semanas de campaña. A Felipe González o Rodríguez Zapatero se los rifaban en las campañas andaluzas. Pedro Sánchez, en cambio, ha limitado su participación a un solo acto: el mínimo indispensable para que su ausencia no se convirtiese en 'trending topic'. Sánchez ni siquiera participará en el mitin central de la campaña socialista, previsto para este sábado en Marbella (Málaga).

Hay quien dice que el problema es que Susana Díaz y Pedro Sánchez se detestan en lo personal, después de su enfrentamiento en las primarias. Pero no se trata tan solo de eso. Dudo que Solchaga y Guerra, o Solana y Benegas, se tuviesen mucha simpatía mutua o quedasen a menudo a tomar vermús. Pero todos ellos sabían trazar una línea roja en el suelo de la rivalidad política que no cruzaron nunca. En el ejercicio de la política, la destrucción del adversario acaba muchas veces convirtiéndose en la destrucción propia.

Dudo que Solchaga y Guerra se tuviesen mucha simpatía. Pero sabían trazar una línea roja en el suelo de la rivalidad política que no cruzaron nunca

Algo parecido ocurre con Adelante Andalucía, la marca con la que concurre Podemos a las elecciones. Transcurrida la mitad de la campaña, Pablo Iglesias no ha hecho todavía acto de presencia en Andalucía (está prevista su participación en un mitin este sábado), como tampoco lo ha hecho ninguno de los principales dirigentes federales de Podemos, enfrentados a la dirección andaluza desde hace tiempo.

Hace unos meses, Teresa Rodríguez, después de ganar las primarias al candidato apadrinado por la dirección nacional de Podemos, acusó a Pablo Echenique de fabricar un “documento falso” para atacarla a ella y a Kichi, el alcalde de Cádiz: este, a su vez, había publicado una carta abierta a Juan Carlos Monedero, en la que le decía que “a la gente de Cádiz y de Andalucía nos molesta como una ardentía que imiten nuestro acento, que toqueteen nuestro arte con descuido, con malaje” (Monedero había cerrado la campaña a las europeas en 2014 en un mitin en Sevilla arrancándose por palmas y cantando a Carlos Cano). Debo decir que a mí, que también soy de Cádiz, el vídeo de Monedero me provoca alguna sonrisa y un poco de rubor ajeno; puestos a medir su impacto sobre la 'dignidad', creo que hace más daño a la suya (la de Monedero) que a la mía.

Pareciera que los dirigentes de Podemos no suman, sino que restan, y por eso se prescinde de ellos

Pero el caso es que entre el 'malaje' de unos y la flor en la piel de los otros, Adelante Andalucía está llevando su campaña electoral en clave casi exclusivamente regional. Pareciera que los dirigentes nacionales de Podemos no suman, sino que restan, y por eso se prescinde de ellos.

A primera vista, podría parecer que Pablo Casado está siguiendo la estrategia contraria. Con 45 actos programados durante la campaña andaluza, es difícil negar que Casado se está volcando en su primera campaña electoral desde que fue elegido presidente del PP, el pasado mes de julio. Lo que hay que aclarar es que Casado se está volcando en su propia campaña electoral, pero no en la de Juanma Moreno (el candidato popular a la Junta de Andalucía, que apoyó sin ambages a Sáenz de Santamaría en las primarias populares, como antes Soraya lo había aupado a la presidencia de los populares andaluces en detrimento del candidato apoyado por Cospedal).

Casado se está volcando en su propia campaña electoral, pero no en la de Juanma Moreno, que apoyó a Sáenz de Santamaría en las primarias

Pablo Casado recorre estos días la geografía andaluza en su propia caravana electoral, programa sus propios actos y sigue su agenda. Hasta el punto de que en los cortes en radio y televisión quien habla en nombre del PP es Casado, no Moreno. Tal vez los dirigentes de Podemos Andalucía podrían justificar la ausencia de Iglesias en la campaña por su mala valoración en Andalucía (según el CIS preelectoral, recibe una puntuación de 2,7 frente al 3,4 de Teresa Rodríguez, aunque el conocimiento de esta última es mucho menor). Pero la hiperactividad de Casado, en cambio, ni siquiera puede justificarse con este mismo argumento: su valoración entre los andaluces es prácticamente la misma que la de Juanma Moreno (3,2 frente a 3,1).

Se está hablando en esta campaña de las debilidades del candidato de Ciudadanos en Andalucía. Ignacio Varela (con quien alguna vez tenía que discrepar) decía el otro día que la formación naranja “no tiene caballo” en esta carrera. Pero lo cierto es que si algo está demostrando Juan Marín es una rara virtud en la política estos días: que no se le caen los anillos para formar equipos. Que es capaz de integrar en su campaña a Rivera, Villegas o Arrimadas con la naturalidad propia de quien solo sabe sumar. De momento, es el único candidato en estas elecciones que no se está achicharrando en la hoguera de las vanidades.

Uno de los síntomas más grisáceos de nuestro actual ecosistema político es la falta de 'segundos espadas'. Adolfo Suárez se rodeó de 'patas negras' como Marcelino Oreja, Fernando Abril o el propio Calvo-Sotelo. Con Felipe González entraron en el Consejo de Ministros un grupo de treintañeros que con el paso de los años se convirtieron en gigantes políticos, como Carlos Solchaga, Javier Solana o Joaquín Almunia. Con José María Aznar también creció la talla de sus colaboradores: Mariano Rajoy, Josep Piqué o hasta Rodrigo Rato (hoy caído en desgracia) fueron aquilatando sus habilidades políticas con el paso de los años.

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