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Perplejidad de nacionalistas vascos y catalanes ante arreón del PP
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José Antonio Zarzalejos

Las Claves de la Jornada

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Perplejidad de nacionalistas vascos y catalanes ante arreón del PP

No hay partido. Alea jacta est. La suerte está echada. Todo eso es cierto pero no del todo. En Cataluña y en el País Vasco se

No hay partido. Alea jacta est. La suerte está echada. Todo eso es cierto pero no del todo. En Cataluña y en el País Vasco se dilucida una cuestión de esencial importancia: el final de la insuficiencia electoral del Partido Popular que, por una parte, le restaba homogeneidad territorial en su implantación nacional y, por otra, ofrecía una imagen de ambas comunidades como herméticamente nacionalistas. Si, como es posible a tenor de las encuestas, el PP obtiene la segunda plaza en Cataluña y el País Vasco –en la primera comunidad aunque sea en votos y no en escaños— estaríamos ante una victoria del PP, además de cuantitativa, también cualitativa.

Despejada prácticamente la incógnita de la victoria popular, los nacionalistas vascos y catalanes –y más aún los segundos que los primeros— observan perplejos cómo los conservadores les pisan los talones. El PP representa una idea nacional de España más asentada y constante que la de los socialistas que se han permitido algunas volteretas en este delicado asunto. Como lo demuestran desde la relativización del concepto de la nación española (“Es discutida y discutible” dijo Rodríguez Zapatero”), hasta la aprobación del Estatuto catalán que tuvo que reescribir el Tribunal Constitucional. Por otra parte, los nacionalistas vascos y catalanes, como consecuencia de su vecindad durante el franquismo, siempre ha tenido una recíproca proclividad al pacto. El PNV ha gobernado Euskadi con el PSE y CiU prestó a Felipe González y a Rodríguez Zapatero estratégicas colaboraciones.

En Cataluña el pacto del Tinell y el acta notarial de Mas –ambos compromisos para no pactar ni colaborar con el PP— contrastarán enormemente con los buenos resultados que los conservadores parece obtendrán en aquella comunidad. La irritación de Duran Lleida, que ha hecho una campaña crispada, llamando a evitar la mayoría absoluta del PP y apelando a la “dignidad nacional” de Cataluña para granjearse el voto para CiU, es todo un síntoma de grave preocupación sobre el ascenso de los populares.

En el País Vasco un PP con cuatro o cinco escaños provoca en el PNV hondo desconcierto. Por primera vez desde 1978, los conservadores superarían en unas generales a los nacionalistas que podrían quedarse sin representación en Álava –territorio donde el PP domina Ayuntamiento de Vitoria y Diputación Foral—y en el tercer puesto del ranking de partido, empatando con Amaiur, cuña de la misma madera.

La noche electoral mirará especialmente a Andalucía por el vuelco previsible; a Cataluña por ver si el PP alcanza a CiU y al País Vasco para comprobar si los populares superan a los nacionalistas. Sobre los resultados en esas comunidades habrá que proyectar el foco de la atención y el análisis en la noche del 20-N.

No hay partido. Alea jacta est. La suerte está echada. Todo eso es cierto pero no del todo. En Cataluña y en el País Vasco se dilucida una cuestión de esencial importancia: el final de la insuficiencia electoral del Partido Popular que, por una parte, le restaba homogeneidad territorial en su implantación nacional y, por otra, ofrecía una imagen de ambas comunidades como herméticamente nacionalistas. Si, como es posible a tenor de las encuestas, el PP obtiene la segunda plaza en Cataluña y el País Vasco –en la primera comunidad aunque sea en votos y no en escaños— estaríamos ante una victoria del PP, además de cuantitativa, también cualitativa.