Es noticia
Razones para que el PP no gane las elecciones andaluzas
Loading

Loading

  1. Elecciones Municipales y Autonómicas
  2. Las Claves de la Jornada
José Antonio Zarzalejos

Las Claves de la Jornada

Por

Razones para que el PP no gane las elecciones andaluzas

El clientelismo político ha sido un concepto muy útil para definir un tipo de relación entre el poder y los ciudadanos en algunos sistemas políticos, especialmente

El clientelismo político ha sido un concepto muy útil para definir un tipo de relación entre el poder y los ciudadanos en algunos sistemas políticos, especialmente en el sur de Europa y, desde luego, en muchos países de Latinoamérica. En España, el clientelismo político es conocido desde la Restauración (1876-1923) y consistía entonces en un burdo procedimiento de fidelidad en virtud del cual el voto era una mercancía que se adquiría por el cacique de turno, fuese conservador o liberal, es decir, fuese peón de  Sagasta o de Cánovas.

Ahora la urdimbre clientelar se ha sofisticado y se produce en las siguientes condiciones: a) sociedades con estándares de progreso económico, social y cultural menores a los de su entorno; b) ejercicio del poder  -por democráticamente que se haya obtenido- durante largo tiempo por el mismo partido y con una clase dirigente endogámica; y c) establecimiento de una ciudadanía dependiente de los flujos de dinero público en forma de subsidios individuales y/o colectivos; subvenciones y beneficios varios preferentemente dirigido a los sectores que, de forma progresiva, se comportan como imanes electorales que perpetúan bolsas de votos cautivos.

Por desgracia, Andalucía es un ejemplo de sistema clientelar. El PSOE lleva en el Gobierno de la comunidad autónoma tres décadas; la jerarquía socialista es como una gerontocracia por completo endogámica que se renueva sólo por cooptación; los estándares que marcan el desarrollo de Andalucía (las llamadas cifras del fracaso andaluz) están por detrás de las del resto de comunidades autónomas y, por fin, los sistemas de subsidio y subvención son formas tradicionales de entender la gestión pública.

Francisco Javier Guerrero, el denominado “ex director de los ERE” que se ha beneficiado a sí mismo y a personas, colectivos y zonas territoriales determinadas, constituye la expresión de una patología extrema  del síndrome de los agentes del sistema clientelar socialista en Andalucía (la colosal estafa superaría los 900 millones de euros).

Todos los sistemas clientelares propician electorados falsamente conservadores, es decir, resistentes al cambio, renuentes a la higienización de la gestión pública. Contra ese hábito de treinta años en Andalucía, contra esa inercia de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, contra el clientelismo rampante, es contra lo que ha de luchar el Partido Popular. Y si no logra quebrar esa socialización de la resignación, no obtendrá mayoría absoluta y no gobernará. De tal manera que ventear la denuncia contra la corrupción no es suficiente: hay que contextualizarla en un sistema clientelar de corte regimental que históricamente ha tenido más potencia que la necesidad del cambio político.

Estas razones -clientelismo y conservadurismo romo- son las que explicarían que los populares no obtuviesen mayoría suficiente en la comunidad andaluza. Y no porque el PSOE-A resulte una opción atractiva, realmente alternativa, a la del PP. El adversario de Arenas es el hermético sistema de complicidades clientelares. O lo quiebra, o no gana.

El clientelismo político ha sido un concepto muy útil para definir un tipo de relación entre el poder y los ciudadanos en algunos sistemas políticos, especialmente en el sur de Europa y, desde luego, en muchos países de Latinoamérica. En España, el clientelismo político es conocido desde la Restauración (1876-1923) y consistía entonces en un burdo procedimiento de fidelidad en virtud del cual el voto era una mercancía que se adquiría por el cacique de turno, fuese conservador o liberal, es decir, fuese peón de  Sagasta o de Cánovas.