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Drama bíblico en Andalucía: el PSOE mata al PSOE
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José Antonio Zarzalejos

Las Claves de la Jornada

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Drama bíblico en Andalucía: el PSOE mata al PSOE

A punto estuvo Abraham de degollar a su hijo Isaac. Dios no lo consintió porque la Biblia -madre de todos los saberes- es el texto universal

A punto estuvo Abraham de degollar a su hijo Isaac. Dios no lo consintió porque la Biblia -madre de todos los saberes- es el texto universal que guarda más coherencia moral de cuantos regentan las creencias religiosas. Pero el episodio es uno de los más dramáticos del Antiguo Testamento, resulta angustioso y, en cierto modo, contradictorio. Sin embargo, es una metáfora de la realidad: los hombres son autodestructivos y, como Saturno, devoran a sus hijos.

Y para ejemplo, lo que ocurre entre socialistas en la vasta Andalucía. Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, todos los presidentes de la Junta que fueron antes que José Antonio Griñán, salvo Rafael Escuredo, han tomado la decisión verbalmente implícita pero públicamente explícita, de dejar que su partido (el socialista) naufrague el próximo domingo, día 25. Prefieren que el PP se haga con la hegemonía política más absoluta que rescatar al PSOE de la catástrofe. Hasta ese punto han llegado los odios, resentimientos y hostilidades entre las distintas facciones de un socialismo dispuesto a saciar su sed de venganza aun a costa de que la centenaria organización descienda a los infiernos de su peor crisis histórica. Ni uno sólo de los popes andaluces del PSOE ha comparecido este aciago pasado fin de semana en mitin alguno.

Naturalmente, la gran escapada -traidora, cobarde y un punto miserable- de los dirigentes del PSOE no será la causa de la derrota de sus listas en las elecciones autonómicas del domingo. Pero, ¿cabe duda de que la insolidaridad y fractura interna en el PSOE son factores de ese resultado final que es la debacle de la organización? Todos sabíamos que Rodríguez Zapatero ha sido letal para el socialismo. Y quienes mejor lo sabían eran los propios socialistas que, no obstante, callaron, aceptaron, secundaron y colaboraron con el hombre que ha infligido a la izquierda española el más grave daño de las últimas décadas y al que ahora desprecian. Vengarse a destiempo con esa desaparición de las tarimas de los mítines es lanzada a moro muerto. Y peor aún: es asumir la ruptura histórica del partido y condenarlo a la irrelevancia.

Porque de cumplirse las casi unánimes encuestas publicadas ayer y que adelantan la mayoría absoluta del PP en Andalucía y la posibilidad de que los conservadores gobiernen con FAC en Asturias, no sólo el socialismo español habría sido expulsado por los electores de cualquier poder institucional de mínima relevancia, sino que además –como este cronista adelantó en su artículo del pasado día 7 (“Rubalcaba no aguanta porque el PSOE se cae”)—se vendría abajo la nueva ejecutiva socialista designada en su pírrico 38º Congreso celebrado en febrero en Sevilla, y el secretario general pasaría de la precariedad a la defunción: Rubalcaba entraría en rigor mortis político. The end para el cántabro. Y rebelión interna para formar una gestora, encontrar un Moisés e iniciar la larga travesía hacia la tierra prometida del poder perdido.

Los socialistas españoles merecen lo que les ocurre. Tanto porque sostuvieron irresponsablemente durante siete años y medio al más banal de los políticos españoles, al hombre que destruyó el patrimonio de valores de la Transición, como porque, en Andalucía especialmente pero también en general, han ejercido el poder desde el sectarismo y la prepotencia. Y lo más grave: cuando han tenido la oportunidad de cambiar la dirección de su propio devenir han regresado a los años noventa con un Pérez Rubalcaba que, si ya era la viva imagen del fracaso el 20-N, ahora lo es también de un drama bíblico e irreparable que se ahoga en la corrupción hispalense, tan hedionda que ni el sistema clientelar más perfecto del sur de Europa -el andaluz- parece capaz soportar. Visto lo cual, los socialistas matan al PSOE, sin que un Deus ex machina lo haya impedido. Ahora, a ver quién lo resucita.