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El Rey: éxito en Cádiz, zozobra en Barcelona
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José Antonio Zarzalejos

Las Claves de la Jornada

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El Rey: éxito en Cádiz, zozobra en Barcelona

“Para los catalanes la realeza era algo insuperable. No tenía el reflejo mágico de la francesa, pero poco le faltaba. La adoración al monarca, como representante

“Para los catalanes la realeza era algo insuperable. No tenía el reflejo mágico de la francesa, pero poco le faltaba. La adoración al monarca, como representante de la unidad del país, arrancaba del viejo feudalismo montañés y del nuevo patriciado urbano. Ambas clases sociales justificaban sus privilegios en la realeza. Monarquía, nobleza y burguesía habían crecido juntas y la gloria de aquella era la de los otros estamentos, tanto en la Península como en el Mediterráneo”. (Noticia de Cataluña. Jaume Vicens Vives. Página 185 de la edición de Destino de 2012)

En estos artículos previos al 25-N me propongo citar en todos ellos un fragmento de Noticia de Cataluña de Jaume Vicens Vives, ensayo histórico sobre esa comunidad escrito en 1954 y que no ha sido superado en cuanto al atrapamiento por el autor del espíritu de los catalanes y el devenir de la relación del Principado con el resto de España. Si se consiguiese que este ensayo fuese un auténtico best-seller es seguro que entenderíamos mejor la cuestión catalana, incluidos los residentes allí, que apuestan por la independencia o el “nuevo Estado”. La cita que he elegido viene como anillo al dedo para preguntarse por el papel, el rol o la función del Rey en este laberíntico problema planteado por el secesionismo catalán. La intervención del Rey no sólo la va a necesitar el conjunto de los españoles, sino especialmente la sociedad catalana y el mismísimo Gobierno. Tanto en el orden interno como en el internacional, en el que la reputación de Don Juan Carlos ha padecido seriamente, pero en el que aún mantiene una aureola de gran personaje histórico para España

Hemos visto a un monarca en Cádiz –“tullido” según su propia expresión- que ha logrado reunir en la XXII Cumbre Iberoamericana a los principales jefes de Estado de América Latina (México, Colombia, Brasil, Chile, entre otros) y Portugal. Don Juan Carlos ha desplegado un enorme esfuerzo diplomático para que el bicentenario de la Constitución de Cádiz –pensada por los constituyentes para la España de los dos hemisferios- se rubricase con una presencia contundente de representantes de la comunidad iberoamericana. Lo ha conseguido. El de este encuentro internacional ha sido un éxito indudable de Don Juan Carlos.

En el Rey de España hay una tenacidad que sólo se explica desde la convicción íntima de su papel institucional y de su consciencia de que es depositario de un patrimonio histórico: el de la dinastía. Una tenacidad también que –pese a los errores perpetrados por nuestro jefe del Estado- viene exigida por la Constitución que le encomienda “la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica”. Lo ha hecho en esta ocasión con brillantez y un evidente sacrificio personal porque su salud flaquea y sus fuerzas están ya limitadas.

Pero al Rey le causa zozobra muy particularmente lo que pueda ocurrir en Cataluña el 25-N y después. Como “símbolo” de la “unidad y permanencia del Estado”, Don Juan Carlos tiene el derecho y la obligación de intervenir –en la moderación y el arbitraje institucional- en la cuestión catalana. Tendrá que hacerlo con discreción y buen tino, bien lejanos, por cierto a su post en la web de su Casa cuando su escribidor optó por el coloquialismo (“quimera”, “galgos y podencos”) desterrando arbitrariamente el lenguaje propio de la alta política, confundiendo vulgaridad con accesibilidad. La intervención del Rey no sólo la va a necesitar el conjunto de los españoles, sino especialmente la sociedad catalana y el mismísimo Gobierno. Tanto en el orden interno como en el internacional, en el que la reputación de Don Juan Carlos ha padecido seriamente, pero en el que aún mantiene una aureola de gran personaje histórico para España.

El Rey no está para echar broncas ni a políticos, ni a periodistas ni a editores. Está para escuchar y componer; para facilitar acuerdos que preserven la integridad y permanencia del Estado, para engrasar los mecanismos constitucionales si fuere preciso algún ajuste, modificación o reforma y para amparar y conciliar las aspiraciones de unos y de otros. Todo ello sobre la base inamovible de que es un rey en un régimen parlamentario que carece de capacidad de decisión, pero sí la tiene de persuasión. Es su gran reto. Pero reto era también resucitar las cumbres iberoamericanas y lo ha logrado. Le queda el reto catalán, cuya buena resolución está vinculada a la funcionalidad de la Corona en su persona y en la de su hijo, el Príncipe de Asturias. España necesita un hombre pontifical –recuerden, de esos que Laín reclamaba para España- que debe ser el Rey. Encuestas en catarata como las de ayer, al margen. 

Rey Don Juan Carlos Cádiz