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¿Hablamos poco o mucho las mujeres?
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Sylvia Jarabo

Promising Women

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¿Hablamos poco o mucho las mujeres?

Pues depende del entorno….pero en los entornos profesionales, las mujeres debemos de hacer un esfuerzo personal para que nuestra opinión se oiga.

Foto: Las mujeres hablan menos que los hombres
Las mujeres hablan menos que los hombres

Hace varias semanas tuve la ocasión de participar en un interesante training para consejeros, realizado por una firma de búsqueda de ejecutivos y una de las cuatro grandes consultoras internacionales, en el maravilloso Parador de La Granja. Se trata de un curso de dos días, eminentemente práctico, donde la base del aprendizaje es el desempeño de papeles asignados o “role-play”: los participantes actúan como consejeros, representando de forma alternada al consejo de administracion de una compañía familiar, así como varias de sus comisiones.

Los asistentes nos tomamos el curso muy en serio: además del papel que se ha de realizar como consejero, en cada sesión están los observadores, que después comentan las sesiones, mientras que los presidentes del consejo y de las comisiones son personas que cumplen este cargo en la realidad en diversas empresas nacionales e internacionales. El resultado es una situación bastante convincente, poblada de numerosas y vivas discusiones, en las que los participantes se afanan por intervenir y expresar opinión para contribuir.

Al cabo de los dos días, en una de las últimas sesiones me hallaba como observador. Quizá a lo largo del curso, pero decididamente esa tarde, había venido observando un comportamiento desigual entre los hombres y las mujeres y me decidí a objetivarlo.

Había venido observando un comportamiento desigual entre los hombres y las mujeres y me decidí a objetivarlo

Existe una pequeña aplicación disponible en internet, muy simple y directa, que permite cronometrar el tiempo que hablan los hombres versus las mujeres, llamada “arementalkingtoomuch” (literalmente: “¿Están hablando los hombres demasiado?”). Más allá de su nomenclatura, se trata de una sencilla herramienta asociada a GenderAvenger, una asociación norteamericana sin ánimo de lucro enfocada en igualdad de género. Pues bien, durante aquella sesión, que duraría unos 45 minutos, cronometré el tiempo que hablaban las mujeres y los hombres, excluyendo a los presentadores del caso.

Cuando terminó la sesión y se abrió la ronda de comentarios de los observadores, varias personas expresaron su opinión. Pero hubo una que destacó sobre todas: una de las mujeres que había participado en la comisión que acababa de terminar consiguió la palabra e hizo una intervención diferencial: llena de contenido, conocimiento experto y con información extremadamente útil para la sesión que acababa de tener lugar, de manera extendida.

Mi extrañeza fue que no entendí por qué ella no había hecho esa intervención durante la sesión, sino al final de la misma, cuando ya había terminado. En cualquier caso, su contribución me animó a hacer la mía. Había estado dudando en hacer mi comentario ya que entrañaba cierto riesgo, pero levanté la mano y el moderador me dio la palabra. “Quisiera hacer una reflexión de un cariz diferente”- dije -“y potencialmente conflictiva”.

Con este comentario algunas caras se giraron preocupadas y oí algún “buf” que otro, pero ya me había lanzado. “En esta sesión había 16 personas, con un 30% de mujeres y un 70% de hombres. He estado cronometrando el tiempo que hablaban unos y otros con una aplicación y el resultado ha sido el siguiente: los hombres han estado hablando el 87% de tiempo”. Mientras hablaba, me percaté de que tenía la atención de la sala. “Por tanto, querría animar a mis colegas mujeres consejeras a que expresaran más su opinión, puesto que tienen mucho que decir. Y el mejor ejemplo es la última intervención de esta consejera, en la que ha añadido muchísimo valor gracias a su punto de vista como consejera real en una empresa familiar, aunque haya sido fuera de tiempo.”

En los entornos profesionales, las mujeres debemos de esforzarnos por que nuestra opinión se oiga. Este esfuerzo es personal


“¡Es que no me han dejado hablar!”- protestó la consejera en aquel momento - “¡Llevo intentando hablar toda la sesión y no lo he conseguido!”- exclamó ella, algo enfadada. “Pues entonces hay que pelear, insistir, para poder tomar la palabra”- repuse yo a esto -“y además los moderadores deberían de intentar dar la palabra de forma equilibrada a las mujeres y a los hombres”.

Tras esto se levantó la sesión. Me sorprendió la acogida a este comentario. Algunos hombres se giraron y me hicieron la señal del pulgar arriba con la mano. Otros se acercaron y me felicitaron por esa intervención. Muchas mujeres vinieron a hablar conmigo en seguida y me preguntaron sobre esa herramienta, ¿Cómo lo había hecho?, ¿Y lo había cronometrado de verdad? ¿Dónde la encontramos? Y que la querían usar. Y qué comentario más bueno. A mí también me pasa, a veces dejo que hablen ellos.

Y tienes razón, pero llevaba toda la sesión intentando hablar y no me daban la palabra. “¡Es que se dan la palabra entre ellos!”, comentó otra participante, disgustada. Y hablamos un poco más sobre esto: que es cierto que nosotras dejamos pasar la ocasión a veces; que es difícil lograr intervenir en un panel numeroso, especialmente compuesto en su mayoría por hombres; que no interrumpimos, y que por ser educadas y no “pelear” por la palabra, al final no logramos intervenir y expresar nuestra opinión.

Quiero terminar compartiendo la inspiración y esperanza que me produjo la acogida de esta intervención en ese seminario


Aun siendo cierto que el que más aporta no es necesariamente quien más habla, a raíz de esta pequeña anécdota querría compartir algunas reflexiones:

  • En los entornos profesionales, las mujeres debemos de esforzarnos por que nuestra opinión se oiga. Este esfuerzo es personal: debemos de remontar nuestros obstáculos internos que pudiera haber para ello, ya sea la timidez, la dejadez, la cesión del protagonismo, el encogimiento o incluso el temor.
  • Además, si es necesario, tendríamos que “luchar” por que nuestra voz se oiga, buscando los mecanismos a nuestro alcance para que ello suceda. Una directora general me contaba que en unas reuniones de un consejo asesor, rodeada de “machos alfa” que se quitan la palabra unos a otros, su mecanismo para poder hablar es advertir al moderador, al lado del que se sienta y con quien mantiene buena relación, de su deseo de hacerlo.
  • Los moderadores de los debates, reuniones, charlas o consejos, deberían de hacer un esfuerzo consciente para otorgar la palabra de manera equilibrada a ambos sexos, incluso aunque las mujeres no la pidan, invitándolas a hablar, de forma que se pueda escuchar su opinión y aportación en proporción a los números de su presencia; pues de lo contrario, ¿para qué están?

En este sentido, me gustaría exponer este artículo (en inglés) como reflexión final de este post, donde la autora, Vitoria Welborn, Senior Program Officer en el National Democratic Institute de Estados Unidos, nos propone y nos urge a tomar tres compromisos para lograr discusiones inclusivas en el mundo laboral.

Quiero terminar compartiendo la inspiración y esperanza que me produjo la acogida de esta intervención en ese seminario. En un contexto de negocios, entre hombres y mujeres con una ya dilatada experiencia profesional, la reacción muy favorable de muchos de los asistentes me confirma que existe una sensibilidad y buena disposición hacia la ecuanimidad de género y el avance de la mujer en el entorno profesional en todos los ámbitos.

Hace varias semanas tuve la ocasión de participar en un interesante training para consejeros, realizado por una firma de búsqueda de ejecutivos y una de las cuatro grandes consultoras internacionales, en el maravilloso Parador de La Granja. Se trata de un curso de dos días, eminentemente práctico, donde la base del aprendizaje es el desempeño de papeles asignados o “role-play”: los participantes actúan como consejeros, representando de forma alternada al consejo de administracion de una compañía familiar, así como varias de sus comisiones.

Igualdad de género Empresa familiar