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El 31 de julio y el fin del mundo
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Sylvia Jarabo

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El 31 de julio y el fin del mundo

¿Llegarás a las vacaciones? El mes de julio tiene la molesta y recurrente propiedad de elasticidad infinita

Foto: Vacaciones. (Pixabay)
Vacaciones. (Pixabay)

Cada vez que se acercan las vacaciones de verano aparece esa especie de emoción contenida ante la próxima perspectiva de ese periodo mágico y único, pues las vacaciones son el sueño dorado de una vida que no existe. Y de una vida que, además, parece que tarda una eternidad en llegar, pues cada julio es más largo que el anterior. Cuando trabajaba en consultoría, una de las profesiones en las que realmente se curra como una loca, recuerdo en particular una reunión el mismo 31 de julio, a las 8 de la tarde, donde tras acordar la continuación de un proyecto tras las vacaciones, mi cliente, un directivo de una gran empresa industrial, exclamó: “¡Vacaciones! Oigo esa palabra y me entran ganas de llorar”.

Julio es un mes extenuante, quizá el más agotador de todo el año. Además, es el más largo: miras la agenda cada día, y aparte de verla explotar con todo lo que te has metido y te han metido a calzador, parece que no termina nunca. Si es 1 de julio, eso de las vacaciones ni te lo planteas; pero si es el 20, las ves igual de lejanísimas. 21, 22, 23… nada, la cosa sigue igual, moriremos currando antes de llegar a fin de mes. Únicamente cuando aparece el 3 delante en el calendario, no te queda más remedio que rendirte a la evidencia. Y llegas a las vacaciones derrengado, agotado por todo un año de trabajo abrumador. Pero no solo eso, pues cuando llevas encima el maratón de los 10 meses anteriores, aparece ese 'sprint' fatídico en el mes de julio en el que vas ya arrastrándote para la supervivencia. Todo se tiene que acabar en julio: todas las reuniones se tienen que encajar, a ese proyecto hay que darle carpetazo, esas evaluaciones de medio año tienen que quedar hechas, las propuestas tienen que salir, las presentaciones tienen que hacerse, hay que firmar esos acuerdos y que ni se te ocurra pensar que lo puedes dejar para septiembre. Porque como todo el mundo sabe, el mundo se acaba del 31 de julio. ¿O no?

Foto: Ola de calor en Andalucía. (EFE)

Que el fin de mundo llegue periódicamente cada 31 de julio no es sino fruto de nuestra muy arraigada (y bendita) costumbre española de que, si julio es el mes eterno, agosto es el mes inexistente, casi por completo. Mi agenda está blanca como una paloma durante agosto, apenas manchada con dos o tres reunioncitas y entregas que no estropean su aspecto de llanura del desierto que representa. Muchas compañías y empresas de diversos sectores no tienen reparo en cerrar sus servicios durante este mes, parcialmente o por completo. De hecho, en agosto se paraliza entre el 50 y el 60% de la actividad en España. Y somos uno de los países que más vacaciones tiene en el mundo. Dependiendo de las fuentes, nos encontramos entre los diez primeros países en el 'ranking' de días festivos a escala mundial. En otros países por ejemplo europeos, la gente se toma periodos de dos o tres semanas a lo largo del año, tranquilamente en cualquier momento. En cambio, para nosotros, a ver quién es el guapo que tiene el desparpajo de largarse del trabajo quince diazos en, por ejemplo, febrero…

El origen de las vacaciones es un concepto romano, instaurado en la época de los emperadores siglos antes de Cristo, que comenzó dando un día de 'libertad' a los esclavos. Como se ve, el concepto no ha variado mucho, pero sí afortunadamente la cantidad y el peculio. En nuestro país, fueron los gobiernos políticos de la República los que instauraron 15 días de vacaciones ya en 1918 para los funcionarios públicos, sentando así las bases de las vacaciones actuales, que habrían de pelear las organizaciones sindicales para aumentar hasta los 30 días de hoy. 30 días como 30 soles. Hay lugares increíbles como China o México en los que aparentemente solo tienen 5 o 6 días de vacaciones al año…

Y volviendo a nuestro entorno: todo llega… por fin, por fin es 31, por fin han llegado las 7 o las 8 de la tarde y por fin te puedes largar de esta dichosa oficina… salir con tu ordenador y tu cartera, despedirte de todos con una sonrisa de oreja a oreja, cerciorarte de que te llevas todo lo necesario, contar 30 veces lo que vas a hacer en tus vacaciones adoradas, llegar a casa, soltar todo en el suelo y suspirar ¡por fin! ¡No me puedo creer que estoy de vacaciones! Y te entran ganas de ponerte a reír desaforadamente, con una alegría casi maniática…

Ese momento ha llegado para mí. Por una vez, no tengo que esperar al 31 de julio. Si tú sí tienes que hacerlo, ya sabes, te queda una eternidad…Espero que sobrevivas. Si lo consigues, nos vemos a la vuelta, en septiembre, con un nuevo comienzo del año escolar.

Cada vez que se acercan las vacaciones de verano aparece esa especie de emoción contenida ante la próxima perspectiva de ese periodo mágico y único, pues las vacaciones son el sueño dorado de una vida que no existe. Y de una vida que, además, parece que tarda una eternidad en llegar, pues cada julio es más largo que el anterior. Cuando trabajaba en consultoría, una de las profesiones en las que realmente se curra como una loca, recuerdo en particular una reunión el mismo 31 de julio, a las 8 de la tarde, donde tras acordar la continuación de un proyecto tras las vacaciones, mi cliente, un directivo de una gran empresa industrial, exclamó: “¡Vacaciones! Oigo esa palabra y me entran ganas de llorar”.

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