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Los sesgos de género: todos los tenemos y todos los podemos sufrir
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Sylvia Jarabo

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Los sesgos de género: todos los tenemos y todos los podemos sufrir

Es imprescindible conocer y aceptar que los sesgos de género operan en nuestro día a día laboral, y que afectando sobre todo a las mujeres, los hombres tampoco están libres de su impacto

Foto: Imagen de Tim Mossholder en Unsplash.
Imagen de Tim Mossholder en Unsplash.

Recientemente, participé como observadora en una sesión de evaluación del potencial de un conjunto de profesionales de una multinacional. Mi cometido era constatar, en su caso, la posible existencia de sesgos de género que pudieran operar desfavorablemente para las mujeres en este proceso. Hay que decir que sí se identificaron algunos, pero el punto que me interesa señalar ahora es otro. En el debate que se abrió a continuación, un par de los hombres presentes les pidió a las (pocas) mujeres que había en ese comité que expresaran su opinión sobre si había habido sesgos durante la sesión.

Quiero resaltar que esta petición no hubiera dado el fruto esperado. Tal como describí en un artículo anterior, los sesgos de género, que se derivan de los estereotipos que tenemos todos acerca de cada sexo, operan en nuestra cabeza por igual, seamos hombres o mujeres. Es decir, aun siendo conscientes de ellos, es francamente difícil, cuando no imposible, que no operen en nuestros juicios, decisiones y forma de analizar e interpretar la información. Otra cosa es que 'a posteriori' examinemos nuestra conducta con juicio crítico y con datos, y seamos capaces de determinar si en ella ha operado un sesgo de género o no.

Los sesgos es algo que no podemos evitar. Sin embargo, cuando nos los señalan o se nos hace evidente que están operando, nos revolvemos, los negamos, mostramos desacuerdo y hasta enfado. El punto es que son involuntarios y realmente inconscientes, y no significa que estemos haciendo algo mal ni que (en el entorno de empresa) nuestro rendimiento no sea el adecuado. Son simplemente un atajo cognitivo que utiliza nuestro cerebro, derivado de nuestra educación, experiencia y socialización durante toda una vida. Este punto es importante para poder trabajar sobre ellos, pues es imposible trabajar sobre algo cuya existencia se niega o se conceptúa como subjetividades sin fundamento.

Los estereotipos que tenemos todos acerca de cada sexo operan en nuestra cabeza por igual, seamos hombres o mujeres

Es interesante saber que existen dos tipos de estereotipos. El descriptivo, o cómo pensamos que son los hombres y las mujeres. Este es el que nos lleva a pensar que las mujeres tienen peor encaje con los atributos que se piensa que conducen al éxito profesional, que se consideran propios del estereotipo masculino. Y el prescriptivo, o cómo pensamos que deberían de ser los hombres y las mujeres, y este es el que nos lleva a rechazar a mujeres que no cumplen con el estereotipo femenino, porque son asertivas, tienen presencia, son dominantes, toman la palabra o el cargo y, en fin, muestran liderazgo, actitud que se juzga socialmente como negativa en este caso.

Que las féminas tengamos igualmente sesgos de género conduce a dos comportamientos relevantes que, si eres mujer, probablemente hayas podido conocer o experimentar en tu carrera profesional. Uno, que las mujeres, cuando se autoevalúan en los sistemas de evaluación de la empresa tipo 360, se aplican a sí mismas su concepto de estereotipo descriptivo y su veredicto también es negativo. Así, las autoevaluaciones de las mujeres son sistemáticamente más bajas que las de los hombres, como vemos por ejemplo en un estudio de la Universidad de Cornell, EEUU (Dunning y Ehrylinger, 2003), que encontró que los hombres sobreestiman sus capacidades y rendimiento, mientras que las mujeres infravaloran ambos. Y es por este motivo que muchas empresas suprimen ya las autoevaluaciones o no se muestran en los informes finales.

Son involuntarios y realmente inconscientes y no significa que estemos haciendo algo mal ni que nuestro rendimiento no sea el adecuado

Dos, dado que las mujeres juzgan con el mismo baremo (los mismos sesgos) que los hombres a las mujeres que no conforman el estereotipo prescriptivo, la resultante es una crítica de tales mujeres por sus colegas femeninas. De aquí ese dicho que hemos oído todos a varias mujeres: “A mí las que me han hecho las mayores faenas en mi vida profesional han sido otras mujeres”. Me atrevo a decir que, en este caso, el sesgo de género está operando al juzgar con mayor dureza un comportamiento que no cuadra en el estereotipo femenino prescriptivo; que esas faenas te las han hecho por igual hombres y mujeres, pero que te acuerdas más de las provenientes de mujeres, probablemente porque había bastantes menos y porque te duelen más al suponer un agravio 'grupal'. No obstante, tal como dice Madeleine Albright, exsecretaria de Estado de EEUU, “hay un lugar especial en el Infierno para las mujeres que no ayudan a las otras mujeres”.

Pero vayamos a los hombres. Está demostrado igualmente que aquellos que no se ajustan a los estereotipos de género masculino en el entorno de trabajo tampoco obtienen una valoración favorable. Por ejemplo, cuando los hombres muestran comportamientos comunales, típicamente reservados a las mujeres, reciben desaprobación. Así, si solicitan una excedencia por cuidado familiar, los hombres sufren más que las mujeres una mayor negatividad en la percepción de su ética de trabajo (Wayne & Cordeiro, 2003), en recomendaciones de premios (Allen & Russell, 1999) y en posibles penalizaciones (Rudman & Mescher, prensa). Asimismo, se ha encontrado que los hombres son penalizados por perseguir carreras que se conceptúan como estereotípicamente femeninas, tal como se halló en un estudio acerca de cómo se evaluaba a los hombres con éxito en trabajos de este tipo, pues se consideraron debiluchos, pasivos y no respetados (Heilman & Wallen, 2010). También hay evidencia de que en trabajos considerados estereotípicamente femeninos, los hombres tienen menor ventaja comparativa que en aquellos considerados neutros (Budig, 2002).

Las autoevaluaciones de las mujeres son por sistema más bajas que las de los hombres

Termino. Quería enfatizar en este artículo que los sesgos de género los tenemos todos por igual, hombres y mujeres. Que son prácticamente inevitables y no debemos por tanto recriminarlos ni negarlos, sino reconocerlos, aceptarlos y ponerse a trabajar para neutralizarlos. Y que los sufren tanto los hombres como las mujeres, si bien ellas con mucha más dureza y de manera más prevalente en el mundo corporativo. Pero este hecho debería incitarnos a todos, hombres y mujeres, a actuar al respecto.

Y ya está bien de teoría, es hora de pasar a la práctica y en el próximo artículo trataremos de qué podemos hacer para actuar sobre los sesgos de género, que es mucho.

Recientemente, participé como observadora en una sesión de evaluación del potencial de un conjunto de profesionales de una multinacional. Mi cometido era constatar, en su caso, la posible existencia de sesgos de género que pudieran operar desfavorablemente para las mujeres en este proceso. Hay que decir que sí se identificaron algunos, pero el punto que me interesa señalar ahora es otro. En el debate que se abrió a continuación, un par de los hombres presentes les pidió a las (pocas) mujeres que había en ese comité que expresaran su opinión sobre si había habido sesgos durante la sesión.