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Javier Pérez de Albéniz

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Educación franquista

“Los padres obligando a sus hijos a hacer huelga… ¡Por dios! ¡Dónde se ha visto eso! Eso no es ser padre, eso es una aberración”, afirma

“Los padres obligando a sus hijos a hacer huelga… ¡Por dios! ¡Dónde se ha visto eso! Eso no es ser padre, eso es una aberración”, afirma en un programa de televisión el tertuliano Antonio Pérez Henares, sin despeinarse el bigote. Su colega Ramón Pérez Maura, adjunto al director de ABC, dice que lo intolerable “es que siga existiendo una clase educativa que se niega a esforzarse para labrarse un futuro”, y presume de que, cuando él estudiaba, estaba en clase con más de 40 compañeros y no le ha ido tan mal en la vida. Marhuenda, el director de La Razón que señaló en la portada de su periódico con caras y nombres a “los malos estudiantes” que “agitan la educación”, cree que porque repita una y otra vez las coletillas “seamos sinceros” o “seamos serios” sus palabras pasan a ser sinceras o serias.

Lo que sucede es que los alumnos, resumen unos y otros, no quieren esforzarse, no quieren estudiar y quieren pasar de curso sin aprobar. Y sus padres, cómplices de esta pandilla de vagos, apoyan su reivindicación de la pereza y la insubordinación en un alarde de irresponsabilidad sin precedentes. Además, insisten una y otra vez los analistas, no hay dinero: si lo que queremos es salir de esta crisis debemos recortar también en educación.

No a la educación franquista significa no al modelo educativo neoliberal. Es decir, no a la educación de orientación doctrinaria, con contenidos religiosos y patrióticos. No a esa “emergencia educativa” a la que se refiere el obispo de San Sebastián cuando habla del aumento del ateísmo juvenilNo dicen los tertulianos ultras que combatiendo el fraude fiscal se podría recaudar cada año una cuantía cuatro veces superior a la cifra recortada en Educación desde 2008. Y no lo dicen por una sencilla razón: ellos son el resultado del fracaso escolar. Concretamente del fracaso escolar franquista. De ahí la oportunidad de la pancarta que encabeza la manifestación de estudiantes en la madrileña Puerta del Sol. Una proclama que puede parecer radical, pero que refleja a la perfección la mediocridad de un sistema educativo, intelectual, cultural y moral: “No a la educación franquista, Wert dimisión”.

No a la educación franquista significa no al modelo educativo neoliberal. Es decir, no a la educación de orientación doctrinaria, con contenidos religiosos y patrióticos. No a esa “emergencia educativa” a la que se refiere el obispo de San Sebastián cuando habla del aumento del ateísmo juvenil. No a la educación elitista (“Cuanto más caro es el colegio, más ladrones hay”, escribió Salinger), y sí a la escuela pública igualitaria y de calidad, inclusiva y no excluyente, que en lugar de elegir a los alumnos los integre y acoja. No a la segregación de los rezagados. No a la educación discriminatoria, esa que apoya a los colegios de enseñanza diferenciada, donde niños y niñas están separados. Esa educación que Pilar Primo de Rivera, fundadora de la Sección Femenina de la Falange Española, creía imprescindible porque “las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho”.

Los alumnos están de huelga, con el apoyo de sus padres, porque no quieren ser ni evangelizados ni  españolizados. Y porque el presupuesto educativo para 2013 ha caído un 15,33%: cada vez tienen menos profesores, menos becas, más tasas universitarias, más alumnos por clase, menos ayudas para los libros de texto, menos actividades y excursiones… es decir, cada vez tienen menos futuro.

“Los padres obligando a sus hijos a hacer huelga… ¡Por dios! ¡Dónde se ha visto eso! Eso no es ser padre, eso es una aberración”, afirma en un programa de televisión el tertuliano Antonio Pérez Henares, sin despeinarse el bigote. Su colega Ramón Pérez Maura, adjunto al director de ABC, dice que lo intolerable “es que siga existiendo una clase educativa que se niega a esforzarse para labrarse un futuro”, y presume de que, cuando él estudiaba, estaba en clase con más de 40 compañeros y no le ha ido tan mal en la vida. Marhuenda, el director de La Razón que señaló en la portada de su periódico con caras y nombres a “los malos estudiantes” que “agitan la educación”, cree que porque repita una y otra vez las coletillas “seamos sinceros” o “seamos serios” sus palabras pasan a ser sinceras o serias.