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Telemadrid, en pie de guerra
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Javier Pérez de Albéniz

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Telemadrid, en pie de guerra

Hace años un viejo amigo, directivo de la actual plantilla de Telemadrid, me confesó durante un viaje que no comprendía mi negativa a admitir la versión

Hace años un viejo amigo, directivo de la actual plantilla de Telemadrid, me confesó durante un viaje que no comprendía mi negativa a admitir la versión del que entonces era mi periódico, El Mundo, sobre los atentados del 11-M. Argumentaba con preocupación que, tal y como estaba la situación en España, el periodismo debía interpretarse como una guerra, en la que tenías que tomar partido y llegar hasta el final con los tuyos. Yo le dije que no entendía así la profesión. Él me estaba hablando de hacer política, y el periodismo consistía en justamente lo contrario: denunciar la mala política.

Años después, mi amigo continúa en Telemadrid y yo no he dejado de dar tumbos de medio en medio. Puede que tuviese razón. Que el periodismo sea una guerra, pero por la supervivencia. Y aún más en Telemadrid, una cadena maltratada por políticos sin escrúpulos y periodistas serviles: mientras escribo estas líneas están despidiendo a 925 trabajadores. La pantalla está en negro debido a una huelga que dura días. Y ya sabemos que en 2012 las pérdidas ascenderán a 48,33 millones de euros.

El problema no es del concepto “televisión pública”, el problema es, como casi siempre, la gestión. La mala gestión. Esa que tiene lugar cuando se confunde lo público con lo privado, la información con la propaganda, el periodismo con la guerra

Cuando Esperanza Aguirre alcanzó la presidencia de la Comunidad de Madrid, en 2003, no escatimó en gastos para convertir la cadena autonómica en su altavoz particular: la prioridad era tener un medio audiovisual con el que engrandecer su imagen y transmitir determinados mensajes. Telemadrid tenía entonces cierto prestigio y un más que aceptable 17,1% de cuota de pantalla. En el momento en que Esperanza Aguirre abandonó la presidencia el pasado mes de septiembre, cientos de corridas de toros, westerns de serie B e informativos tendenciosos después, la audiencia de Telemadrid había descendido hasta un 4,8%, su mínimo histórico. Y la credibilidad se había esfumado. Durante esas dos legislaturas y media, Aguirre destinó más de 855 millones de euros en subvenciones para compensar las pérdidas de la cadena. Dejó la caja llena de telarañas: la deuda de Telemadrid asciende en estos momentos a 260 millones de euros.

Actualmente la cadena está agotada, tanto económica como moralmente. Es un juguete roto que hay que desmantelar. “Reestructurar”, dicen los directivos. Es la guerra ¿recuerda? La solución pasa por despedir al 80% de la plantilla, reducir la programación propia y externalizar programas. Si pudieran, solo emitirían informativos, es decir, propaganda. Mantendrían la cadena de televisión como un megáfono, un altavoz al servicio del poder. Y es que a Ignacio González no le gustaría ser menos que Aguirre… Por eso, amenaza con cerrar la cadena si no encuentra compradores, pero lo hace con la boca pequeña: acaba de inyectarle una subvención de 78,6 millones de euros.

Han utilizado Telemadrid sin pudor alguno, hasta convertirla en una máquina de perder prestigio, audiencia y dinero. Politizada hasta el esperpento, sin relevancia social, sin espectadores, la cadena pasa a ser un lujo innecesario. En estos momentos de brutal crisis económica, es mucho más razonable invertir en hospitales o universidades que en una tele acabada, ¿no es verdad? Lástima: los medios de comunicación públicos son muy útiles, siempre que mantengan su condición de servicio público. Es decir, siempre que estén gestionados de manera cabal, pensando en los intereses del ciudadano y no en los del político de turno. Hay muchas cadenas, seguramente demasiadas, pero muy pocas que ofrezcan entretenimiento de calidad, información local independiente, una programación basada en la cultura, la educación, los idiomas… Aquello que se espera de la verdadera televisión pública.

Una televisión pública no tiene por qué ganar dinero: la rentabilidad puede y debe ser social. Pero tampoco debe ser un agujero negro. El problema no es del concepto “televisión pública”, el problema es, como casi siempre, la gestión. La mala gestión. Esa que tiene lugar cuando se confunde lo público con lo privado, la información con la propaganda, el periodismo con la guerra.

 

Hace años un viejo amigo, directivo de la actual plantilla de Telemadrid, me confesó durante un viaje que no comprendía mi negativa a admitir la versión del que entonces era mi periódico, El Mundo, sobre los atentados del 11-M. Argumentaba con preocupación que, tal y como estaba la situación en España, el periodismo debía interpretarse como una guerra, en la que tenías que tomar partido y llegar hasta el final con los tuyos. Yo le dije que no entendía así la profesión. Él me estaba hablando de hacer política, y el periodismo consistía en justamente lo contrario: denunciar la mala política.