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Un asesino en serie francamente decepcionante
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Javier Pérez de Albéniz

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Un asesino en serie francamente decepcionante

Las cadenas de televisión están que se las llevan los demonios. Se las prometían muy felices, y la decepción ha sido mayúscula. Ni maestro shaolín, ni

Las cadenas de televisión están que se las llevan los demonios. Se las prometían muy felices, y la decepción ha sido mayúscula. Ni maestro shaolín, ni campeón de España de kung-fu, ni gran guerrero, ni monje… ni tan siquiera asesino en serie. Juan Carlos Aguilar ha matado, pero no tanto. O al menos, no lo suficiente: sólo a dos mujeres. Los manuales de criminología dicen que para ser considerado asesino en serie, o asesino múltiple, se debe matar a tres o más personas en un lapso de treinta días o más, dejando un periodo denominado “de enfriamiento” entre cada crimen.

“Han desmontado el mito”, dijo con toda naturalidad una desencantada Susanna Griso cuando supo que, de golpe y porrazo, su asesino en serie había perdido caché y se había convertido en asesino mondo y lirondo. Y es que con un serial killer en condiciones, y nada más y nada menos que del mismo Bilbao, los fabricantes de información audiovisual habrían rellenado horas y horas de televisión sensacionalista, infecta, putrefacta… y tremendamente rentable.

Un Jack el Destripador de Bilbo era el sueño de unas cadenas de televisión siempre a la caza de información de calidad. De todas las cadenas, puesto que ya no hay prácticamente diferencias morales entre ellas. De hecho, en las horas inmediatamente posteriores a la noticia, las principales televisiones nacionales compartían vocabulario: depredador, bestia, narcisista, salvaje, enfermo, animal, monstruo, fetichista, verdugo… Incluso le llamaron lobo solitario, término que parecía reservado a determinados terroristas. Lástima. La ausencia de filtros periodísticos, ese kung-fu presentado como deporte esotérico, les hizo concebir esperanzas infundadas.

Desde que Nieves Herrero hizo, en directo y en Antena 3, la autopsia a las niñas de Alcàsser, las principales cadenas se mueren por unos cadáveres frescos y, si es posible, en descomposición. ¿Imaginan las horas de excelente prime time que se pueden construir con semejante relleno?“Tan sólo hay restos de un cadáver”, dijo el reportero de Telecinco, visiblemente amohinado, desde la puerta del gimnasio bilbaíno. “¿Era el asesino de prostitutas un farsante?”, se preguntaron en los programas informativos de Antena 3. “Como artista marcial era una persona seria, pero como autor de crímenes planificados es un fracasado”, escupió la radio. En Cuatro hablaron de “el asesino que dejó de ser múltiple”. En La Sexta, cadena en la que tiene su propia ficción sobre serial killers (The Following), consideraron que estábamos ante un “aprendiz de asesino en serie”, poco menos que un mindundi del crimen, un pelagatos del homicidio. Se negaron a quitarle la etiqueta, pero lo rebajaron de nivel encuadrándole en la subcategoría de los 'misioneros', también llamados 'apostólicos': aquellos asesinos en serie que piensan que acabar con personas indeseables, según su peculiar concepto de peligrosos sociales, justifica sus crímenes y los convierte en un favor a la sociedad.

El periodismo televisivo de asaduras comenzó en 1992, cuando Nieves Herrero hizo, en directo y en Antena 3, la autopsia a las niñas de Alcàsser. Desde entonces, las principales cadenas se mueren por unos cadáveres frescos, preferiblemente descuartizados y, si es posible, en descomposición. ¿Imaginan las horas de excelente prime time que se pueden construir con semejante relleno?

Estados Unidos inventó la televisión, y Estados Unidos sugiere los contenidos más jugosos. En este caso, los acontecimientos más sangrientos, los crímenes más morbosos, los miedos más elaborados: el asesino en serie, la cumbre del periodismo charcutero. Y es que no hay mejor reality show que el suceso nuestro de cada día. Donde esté un buen crimen, con un asesino carismático y un puñado de víctimas desmembradas, que se quiten Gran Hermano, Un príncipe para Corina y hasta Pesadilla en la cocina.

Las cadenas de televisión están que se las llevan los demonios. Se las prometían muy felices, y la decepción ha sido mayúscula. Ni maestro shaolín, ni campeón de España de kung-fu, ni gran guerrero, ni monje… ni tan siquiera asesino en serie. Juan Carlos Aguilar ha matado, pero no tanto. O al menos, no lo suficiente: sólo a dos mujeres. Los manuales de criminología dicen que para ser considerado asesino en serie, o asesino múltiple, se debe matar a tres o más personas en un lapso de treinta días o más, dejando un periodo denominado “de enfriamiento” entre cada crimen.