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Morir en Líbano, discutir en España: la reyerta política ahoga la compasión
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Antonio Casado

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Morir en Líbano, discutir en España: la reyerta política ahoga la compasión

Dos palabras para la condolencia y doscientas para la reyerta política con seis soldados españoles de cuerpo presente. El líder del PP, Mariano Rajoy, cayó en

Dos palabras para la condolencia y doscientas para la reyerta política con seis soldados españoles de cuerpo presente. El líder del PP, Mariano Rajoy, cayó en la apremiante tentación de arremeter contra el Gobierno cuando apenas se había completado la identificación de los cadáveres. José Blanco, número dos del PSOE, por su parte, tampoco quiso eludir la provocación y acabó entrando en esa dinámica absurda y autodestructiva que consiste en discutir si nuestras tropas están en Líbano en son de paz o en son de guerra, sin dejar de mirar por el retrovisor la foto de las Azores.

Con la misma celeridad, ayer por la mañana entraba en el registro general del Congreso, con el número 191131, una solicitud del ministro de Defensa, José Antonio Alonso, para explicar con urgencia, ante la comisión correspondiente, los pormenores del atentado terrorista contra un convoy de la ONU que causó la muerte a nuestros soldados.

Esa saludable iniciativa del ministro también sirve para mantener viva la confrontación partidista sin guardar el luto y sin esperar a los funerales, previstos para hoy. Rajoy quiere que sea el presidente del Gobierno quien dé la cara. Está en su derecho, ¿pero no podía haber esperado siquiera al sepelio para meter prisa a Zapatero y burlarse de su “pacifismo”?

El líder del PP quiere que Zapatero se explique sobre la verdadera naturaleza de las misiones de nuestros soldados en el extranjero, aunque ya tiene decidido que son de guerra porque “el Ejército no es una ONG”. El argumento es retórico, dicho sea en beneficio de Rajoy, que no es un ignorante ni un indocumentado.

La retórica es impropia de un registrador de la propiedad pero inseparable de un político. Forma parte de su naturaleza, como la impostura en un actor de teatro. Por eso nos permite conceder a Rajoy el beneficio de la duda. Si nos dejamos orientar por la razón, el argumento (“El Ejército no es una ONG”) nos llevaría a deducir que sólo el oficio de la guerra justifica aquí y ahora la preparación de un soldado, cuya única función sería matar o morir. Como me niego a endosar a Rajoy semejante interpretación, prefiero creer que estamos ante un pretexto sobrevenido para forzar la tensión entre el partido que gobierna y el que aspira a gobernar.

Sin embargo, eso debería tener sus límites. Sobre todo en asuntos de Estado. Forzar la tensión entre los dos partidos centrales hasta desbordar esos límites tiene un coste institucional y unos efectos perversos. En este caso, los derivados de sembrar la desconfianza en los mecanismos democráticos por los que se decide el envío de tropas españolas a zonas conflictivas, en cumplimiento de la legalidad internacional.

Por lo general, esas decisiones se toman con el apoyo de todos los partidos políticos, a la luz de nuestros compromisos como miembros de la ONU. El PP también apoyó, por supuesto, la autorización del Congreso para el envío de 1.100 soldados al Líbano ¿Piensa retirarla si Zapatero no se arranca su careta pacifista y la pisotea con saña en la plaza pública?

Dos palabras para la condolencia y doscientas para la reyerta política con seis soldados españoles de cuerpo presente. El líder del PP, Mariano Rajoy, cayó en la apremiante tentación de arremeter contra el Gobierno cuando apenas se había completado la identificación de los cadáveres. José Blanco, número dos del PSOE, por su parte, tampoco quiso eludir la provocación y acabó entrando en esa dinámica absurda y autodestructiva que consiste en discutir si nuestras tropas están en Líbano en son de paz o en son de guerra, sin dejar de mirar por el retrovisor la foto de las Azores.

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