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Turistas y soldados: peones blancos de la España globalizada
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Antonio Casado

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Turistas y soldados: peones blancos de la España globalizada

Hace apenas una semana fueron soldados, en Líbano. Ayer fueron turistas, en Yemen, la cuna familiar de Ben Laden, líder de Al Qaeda. El coche bomba

Hace apenas una semana fueron soldados, en Líbano. Ayer fueron turistas, en Yemen, la cuna familiar de Ben Laden, líder de Al Qaeda. El coche bomba como recado, con mando a distancia o con suicida camino del paraíso. Trece españoles que se cruzaron en el camino de quienes, envueltos en la bandera del "yihadismo", asesinan en nombre de Dios. Tan aberrante como hacer turismo con escolta militar, tal y como aconseja el Ministerio de Asuntos Exteriores a los españoles que desean viajar a la tierra de la reina de Saba.

Aberrante, pero rabiosamente actual. Ya estamos globalizados hasta las cejas. Cada día nos lo recuerdan nuestros propios telediarios cuando casi todas las noticias cuelgan de una de estas dos grandes perchas de la globalización: las corrientes migratorias y los atentados terroristas de estirpe islámica. Los cayucos y las amenazas de bomba en los aeropuertos británicos ya son tan españoles como el rastro casero del 11-M. Tan cercanos, tan familiares a la hora del almuerzo. Actualidad nacional pura.

Echen un vistazo a la jornada informativa de ayer. Por un lado, el ministro Moratinos y los siete turistas españoles muertos en Yemen por atentado terrorista. Por otro, el ministro Alonso y los seis soldados españoles muertos en Líbano por atentado terrorista del mismo signo. Y mientras discutimos sobre si había más ansia de paz entre los turistas o los soldados, peones blancos de habla española impulsados por los vientos globalizadotes, también se suman a la cadena informativa, por derecho propio, el último cayuco en llegar a Canarias y la última sesión por el juicio del 11-M antes de quedar visto para sentencia.

Hay un hilo conductor. Todo tiene un sentido y no es como para celebrarlo. Signo de los tiempos y voluntad de los poderosos. De un tiempo a esta parte, también de los nuevos parias de la tierra. Con una salvedad: mientras aquellos tienen el mundo a la libre disposición de sus capitales y sus jets privados, estos tienen limitadísima su capacidad de movimientos y la de sus pateras. Pero nadie puede quitar a los parias su voluntad de globalizarse. Al alza, claro.

El resultado de la secuencia se hace visible en el formato más moderno del antiguo fenómeno migratorio. Pero esa misma plantilla globalizadora sirve para caracterizar la amenaza del "terrorismo internacional" -nuestros servicios policiales tratan de evitar la expresión de "terrorismo islámico"-, que ya ha tenido sangrientas concreciones en el corazón de Occidente (Nueva York, Londres, Madrid.) y se ha convertido en la primera amenaza exterior del llamado mundo civilizado.

Un terrorismo transfronterizo que ha sido especialmente cruel con España, desde que esta nueva forma de amenaza exterior reemplazó a aquella otra, la que desapareció junto a la llamada "guerra fría". Aquello era el equilibrio frente al terror latente, pero ahora el terror está presente y el precio que estamos pagando los españoles empieza a ser insoportable.

Hace apenas una semana fueron soldados, en Líbano. Ayer fueron turistas, en Yemen, la cuna familiar de Ben Laden, líder de Al Qaeda. El coche bomba como recado, con mando a distancia o con suicida camino del paraíso. Trece españoles que se cruzaron en el camino de quienes, envueltos en la bandera del "yihadismo", asesinan en nombre de Dios. Tan aberrante como hacer turismo con escolta militar, tal y como aconseja el Ministerio de Asuntos Exteriores a los españoles que desean viajar a la tierra de la reina de Saba.

Líbano