Zapatero hace campaña para que España esté en la refundacion del capitalismo

Debe ser uno de los efectos de la crisis económica sobre nuestra salud mental. De otro modo no se entiende la controversia, artificial donde las haya, sobre la presencia o ausencia de Zapatero en una cumbre de países aún no convocada y de la que apenas acabamos de saber que se celebrará el 15 de noviembre en Washington con un anfitrión políticamente amortizado pero "dispuesto a escuchar a España", según un portavoz de la Casa Blanca. Pero no hay tregua para los sectores políticos y mediáticos a la caza de Zapatero

La crítica al Gobierno o la figura personal de su presidente es justa y necesaria cuando se razona, no cuando se escupe. Si sale de las tripas es normal que derive en soflama. Está muy bien para un mitin, no para un artículo de Prensa o un debate serio. Quienes se dedican a descalificar la política exterior española apenas se despegan de dos o tres simplezas, como el sube-baja de Zapatero en un desfile militar o el imaginario alineamiento de España en el eje bananero Chavez-Castro y cía. Solo les falta endosar lo de Platini -el cierre del Calderón- a la flojera diplomática de Zapatero.

Estos genios fronterizos de la política y los medios ya han encontrado un nuevo motivo para rescatar la vieja cantinela de nuestra falta de peso en la escena internacional. Sin esperar acontecimientos. Sin saber todavía si saldrá con barbas como San Antón, o sin ellas, como la Purísima Concepción. Se limitan a perseguir la liebre que soltó el martes por la mañana Nicolás Sarkozy en el Parlamento Europeo, al proponer una cumbre conjunta del G-8 y el G-5, ampliada por Bush al G-20.  

No es el juego de los barcos. Se alude por un lado a las ocho primeras potencias económicas del mundo (G-8) y por otro a los cinco países emergentes que van camino de serlo (G-5). Nos concierne el primero de los grupos, fundado en 1976 (con siete miembros, a los que se unió la Rusia capitalista alumbrada tras la caída del muro de Berlin), que tiene reservado el derecho de admisión y al que España nunca perteneció. Y no por falta de ganas. Legítimas y absolutamente justificadas por nuestra posición entre las primeras potencias económicas (¿octava, novena, décima?, depende de los criterios de medición, como explicaba ayer Carlos Sánchez) o su influencia en el orden financiero internacional (tercera potencia inversora en el extranjero, detrás de Estados Unidos y Francia).

Lo intentó Aznar y lo está intentando Zapatero ¿Acaso el intento fallido de Aznar se debió al escaso peso de España en el concierto internacional? ¿Alguien relacionó entonces el portazo del G-8 con una supuesta flojera diplomática del presidente del Gobierno? Ojalá lo hubiera conseguido Aznar y ojalá lo consiga Zapatero porque es bueno para España, para nuestra imagen, para nuestro futuro. Sobre todo en estos momentos de aires fundacionales. De hecho, la idea de Sarkozy, al proponer la cumbre, es darle un carácter constituyente, a fin de alumbrar un nuevo orden internacional que reemplace a las ya obsoletas instituciones nacidas en Bretton Woods. O sea, la refundación del sistema financiero. El Capitalismo ha muerto, viva el Capitalismo.

España no se lo quiere perder. Por eso Zapatero hace campaña. De momento, cuenta con el apoyo de Durao Barroso (UE), Sarkozy (Francia) y Brown (Reino Unido), pero ha decidido viajar a Pekín (cumbre UE-Asia) para seguir trabajándose la presencia de España en el proceso. Hace muy bien y debemos desearle suerte. No por él ("No se lo merece", dice Pons), sino por España. Y no queda muy patriótico clavarle agujas al muñeco para que a Zapatero le den con la puerta en las narices los del G-20 como ya hicieron los del G-8, para desgracia de todos nosotros, cuando Aznar quiso hacer ingresar a España en el club de los países más ricos de la Tierra.