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Aguirre, Cabrera, Barceló, Castro: botes de humo en la agenda mediática
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Antonio Casado

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Aguirre, Cabrera, Barceló, Castro: botes de humo en la agenda mediática

El Gobierno bracea para no hundirse en el pozo negro de la crisis. Si de verdad quiere desviar la atención -a nadie le gusta dar su

El Gobierno bracea para no hundirse en el pozo negro de la crisis. Si de verdad quiere desviar la atención -a nadie le gusta dar su peor cara-, alguien le está haciendo el trabajo. Los botes de humo le vienen de perlas a Zapatero. Tanto mejor si los echan otros. En la humareda desaparecen la tragedia del terrorismo vasco, el drama del paro y los indicadores de la crisis -hoy peor que ayer pero mejor que mañana-, mientras miramos los fuegos artificiales. A saber: la tambaleante cúpula de Barceló, el machismo como criatura franquista (Cabrera dixit) y los excesos verbales del alcalde de Getafe.

 

Todo en las últimas cuarenta y ocho horas. Como si otros quisieran mimetizar la técnica utilizada por José Blanco en el “storytelling” de Esperanza Aguirre y su accidentado viaje a Bombay. En ese caso, la brillantez expositiva de una lideresa en calcetines facilitó la maniobra de distracción. Al número dos del PSOE le bastó un sencillo y prefabricado juego de palabras: “Sálvese quien pueda”. Un clásico al fin al cabo. Suficiente, como medio de retirar de la agenda mediática los asuntos realmente tóxicos para la imagen del Gobierno.

Lo imprevisto, lo curioso, es que a Zapatero y su gente le hagan el juego sus adversarios. Véase la escandalera montada en torno a las tesis de la ministra de Educación, Mercedes Cabrera, sobre la relación entre machismo y falta de democracia. La trampa consiste en endosarle indebidamente la afirmación de que el machismo es una criatura exclusiva del franquismo. Hombre, no. Exclusiva, no. Tampoco la injusticia, la intolerancia o el abuso de poder son criaturas exclusivas del franquismo, pero en el franquismo se despacharon a manos llenas.

Más juego nos está dando todavía -en Moncloa, encantados- el calentón del alcalde de Getafe, Pedro Castro, con su intolerable hachazo verbal a los votantes del PP: “tontos de los cojones”. Intolerable y ordinario, desde luego, pero ahí se acaba el recorrido del lance. No se puede construir una tesis sobre las ideas del presidente de la Federación de Municipios y Provincias en base a un calentón de boca. Castro es un demócrata que seguramente no piensa lo que ha dicho, como nadie con dos dedos de frente puede creer que Mariano Rajoy nos considera “tontos del culo” a los periodistas porque un día, siendo vicepresidente del Gobierno, le dedicó semejante calificativo (un micrófono traidor, vaya por Dios) a un informador ¿Y Bono pensará realmente que Tony Blair es un “gilipollas”, como dijo en cierta ocasión?

Luego viene lo de la cúpula de Barceló, en segunda entrega. Tampoco está mal como bote de humo. Me sumo a la maniobra de distracción con una tercera tesis sobre el futuro de la obra. La primera era nuestra imperecedera huella cultural. La segunda, derogatoria de la primera, consistía en negar a una determinada corriente artística la posibilidad de convertirse en un clásico. La tercera es reducir la cúpula de Barceló a una obra de usar y tirar. Para verificarse necesitamos el desplome de las estalactitas sobre la sillería de la sala XX. Y no parece tan grave la situación en la sede de la ONU en Ginebra.

Lo dicho. En el Gobierno, encantados con esta banda sonora de la actualidad, que deja en segundo plano una música bastante más desafinada. Por otros motivos, claro.

El Gobierno bracea para no hundirse en el pozo negro de la crisis. Si de verdad quiere desviar la atención -a nadie le gusta dar su peor cara-, alguien le está haciendo el trabajo. Los botes de humo le vienen de perlas a Zapatero. Tanto mejor si los echan otros. En la humareda desaparecen la tragedia del terrorismo vasco, el drama del paro y los indicadores de la crisis -hoy peor que ayer pero mejor que mañana-, mientras miramos los fuegos artificiales. A saber: la tambaleante cúpula de Barceló, el machismo como criatura franquista (Cabrera dixit) y los excesos verbales del alcalde de Getafe.

Pedro Castro