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Cristales rotos: del Borbón muerto de Tardá al nacionalista colgado de Fraga
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Antonio Casado

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Cristales rotos: del Borbón muerto de Tardá al nacionalista colgado de Fraga

Desde el clásico “La calle es mía”, el entonces Fraga Iribarne, luego Manuel Fraga y ahora simplemente don Manuel, no nos había vuelto a regalar una

Desde el clásico “La calle es mía”, el entonces Fraga Iribarne, luego Manuel Fraga y ahora simplemente don Manuel, no nos había vuelto a regalar una frase para la historia. Ya la tenemos aquí. Con licencia para el redondeo: “Los nacionalismos, mejor colgados”. Sin licencia, nos queda la respuesta a la pregunta de cómo hemos de ponderar el papel de los nacionalismos: “Habría que ponderar colgándolos de algún sitio”.

¿Y eso, don Manuel?: “El nacionalismo es lo contrario a la defensa de España”. Remate doctrinal del viejo profesor de Teoría del Estado y, hoy por hoy, eslabón de la derecha nacional de ayer y la de hoy. No perdido, afortunadamente, en los 86 años que contemplan al ex ministro de Franco y hoy presidente honorario del PP por su papel fundacional.

Hasta aquí la descripción -por supuesto, intencionada, pero objetiva- del último bote de humo de la política nacional, cada vez más barata y más palabrera. La cosecha del otoño ha sido generosa: el “coñazo” de Rajoy, los “hijos de puta” de Bono y los “tontos de los cojones” del alcalde de Getafe. Ahora estábamos entretenidos con el “Borbón” de Tardá y el rasgado de vestiduras del partido de Fraga contra los excesos verbales del diputado de ERC. Pero el ya afónico rugido del león de Villalba vuelto a romper cristales.

No hay indicios de que el PP quiera aplicarse el cuento de la responsabilidad exigible a los dirigentes deslenguados, aunque estos días no ha parado de reclamarla, incluso por la vía penal, en el referido caso Tardá. Tampoco hemos escuchado a Esperanza Aguirre explicar las diferencias expresivas entre colgarla a ella de una catenaria (otra pedrada verbal, la de la ministra Magdalena Álvarez contra la presidenta madrileña) o buscar un lugar donde colgar a los nacionalistas.

El papel de vírgenes ofendidas se lo quedan ahora los nacionalistas vascos y catalanes. Ya le han dicho de todo a Fraga y a su partido. Esperemos que no lleguen a tanto como pedir la actuación del fiscal, reeditar el Pacto del Tinell o dejar vacíos sus escaños en la Cámara Alta si Fraga no dimite como senador. Y celebremos que este bullicioso trasvase de vigas y pajas entre ojos propios y ajenos toque a su fin y deje sitio a debates de mayor cuantía.

En el terreno puramente valorativo, por si no ha quedado claro en los párrafos anteriores, a uno solo le queda levantar acta de que don Manuel Fraga no desea colgar a nadie de ningún sitio, del mismo modo que Joan Tardá (ERC) no quiere la muerte para ningún Borbón (vivo, se entiende, de los muertos ni hablamos). Y más allá de la simpatía o antipatía que merezcan sus respectivas profesiones de fe política, sus partidos y ellos mismos han demostrado respeto a las reglas de la democracia. Si no, no estarían donde están.

Lo demás pueden ser imprudencias, excesos verbales, meteduras de pata, salidas de tono, mal gusto, comportamientos ocasionales poco ejemplares… Lo que ustedes quieran en el terreno de lo estético. De lo ético, incluso. Pero nada que merezca pasar por los tribunales. Ni siquiera por el debate político. Si acaso por la miscelánea. Ese fuego fatuo que no debería durar ni medio minuto en la agenda. Apenas lo que dura el ruido de los cristales rotos.

Desde el clásico “La calle es mía”, el entonces Fraga Iribarne, luego Manuel Fraga y ahora simplemente don Manuel, no nos había vuelto a regalar una frase para la historia. Ya la tenemos aquí. Con licencia para el redondeo: “Los nacionalismos, mejor colgados”. Sin licencia, nos queda la respuesta a la pregunta de cómo hemos de ponderar el papel de los nacionalismos: “Habría que ponderar colgándolos de algún sitio”.

Manuel Fraga