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Hacia los cuatro millones de parados, pero aún sin ruido de cacerolas
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Antonio Casado

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Hacia los cuatro millones de parados, pero aún sin ruido de cacerolas

Casi 200.000 parados más en enero. Y vamos hacia los cuatro millones, según la propia secretaria de Estado de Empleo, Maravillas Rojo, mientras el presidente del

Casi 200.000 parados más en enero. Y vamos hacia los cuatro millones, según la propia secretaria de Estado de Empleo, Maravillas Rojo, mientras el presidente del Gobierno, además de volver a pedirnos confianza (“Saldremos de ésta”, zapaterismo en estado puro), aseguraba que en marzo empezaremos a notar el frenazo en la caída del empleo gracias a las 31.000 obras municipales financiadas por el Gobierno.

La pérdida de puestos de trabajo -hoy más que ayer, pero menos que mañana-, como precursor del ruido de cacerolas, que es la representación del malestar social. Y a escala individual, un golpe helado en la línea de flotación del ser humano: su autoestima. Es, además, un factor de riesgo en la unidad familiar. A finales de enero el número de familias con todos sus miembros expulsados del mercado laboral ascendía a 827.000.

Sin embargo el malestar social no acaba de hacerse patente en España. La escenificación del malestar social es lo que llamo ruido de cacerolas. O sea, la representación del cabreo de la gente en la calle y en los telediarios a la hora del almuerzo. Eso ocurrió ya en Finlandia, donde acabó cayendo el Gobierno; en Francia, donde siete sindicatos convocaron una huelga generalizada, o en el Reino Unido, donde la protesta se ha canalizado hacia la contratación de trabajadores extranjeros mientras los británicos siguen engrosando la bolsa de parados.

En nuestro país no vivimos ajenos al drama social de la crisis. Pero tampoco hemos alcanzado el umbral de aguante, que probablemente sea cuantitativo ¿A partir de qué cantidad se puede hablar de una cifra de parados socialmente insoportable? En mi opinión, el subsidio, la cobertura familiar y la economía sumergida están contribuyendo a suavizar el drama. O aplazarlo. Y, por decirlo todo, no existe por ahora la fuerza política, social o sindical que sepa, pueda y quiera canalizar el hasta aquí hemos llegado mediante la movilización social.

Fíjense ustedes en la vecina Francia. Con los papeles cambiados respecto a España (derecha en el poder, izquierda en la oposición), los sindicatos han sacado a la gente a la calle porque el Gobierno Sarkozy ayuda más a los banqueros que a los trabajadores. Exactamente lo mismo se podría decir del Gobierno Zapatero (compra de activos, avales, inyecciones de liquidez etc). Sin embargo, aquí solo se movilizan los anticastristas o los defensores de la familia cristiana. Y los únicos que hacen huelga son jueces, pilotos y  guardias civiles.

Aparte de los lugares comunes del ruidoso antizapaterismo que se desahoga en los foros de Internet, ningún partido político, ningún sindicato, ninguna organización social parece haber llegado a la conclusión de que las cosas están lo bastante maduras como para abanderar una revuelta ciudadana que, en teoría, debería ser una consecuencia lógica de las alarmantes cifras de paro que hemos alcanzado y que, según todas las previsiones, vamos camino de superar a lo largo de los próximos meses.

Hasta ahora, la más dura escenificación del malestar social que hemos visto es la protagonizada por un empresario de Arganda, José Maria Solis, dispuesto a quemarse a lo bonzo si el Ayuntamiento de Loeches no le pagaba lo que le debía. Eso sí que es ruido de cacerolas y no el aprovechamiento de un programa de televisión para pedirle trabajo a Zapatero.

Casi 200.000 parados más en enero. Y vamos hacia los cuatro millones, según la propia secretaria de Estado de Empleo, Maravillas Rojo, mientras el presidente del Gobierno, además de volver a pedirnos confianza (“Saldremos de ésta”, zapaterismo en estado puro), aseguraba que en marzo empezaremos a notar el frenazo en la caída del empleo gracias a las 31.000 obras municipales financiadas por el Gobierno.