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Noche gloriosa para Rajoy y agridulce para Zapatero
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Antonio Casado

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Noche gloriosa para Rajoy y agridulce para Zapatero

“Hoy soy un hombre feliz”, decía Mariano Rajoy al filo de la medianoche, cuando el recuento ya aseguraba la recuperación de la Xunta de Galicia para

“Hoy soy un hombre feliz”, decía Mariano Rajoy al filo de la medianoche, cuando el recuento ya aseguraba la recuperación de la Xunta de Galicia para un marianista puro y duro como Nuñez Feijó, mientras que en el País Vasco el PP se integraba en la matemática que hará posible un Gobierno comprometido con la Constitución Española.

Noche gloriosa, pues, para Mariano Rajoy. Satisfacción por poder contribuir al desalojo del nacionalismo vasco y barrida en toda regla en Galicia. En su tierra, además, puso la cara. No solo no se la han roto, sino que, codo a codo con Feijóo -insisto, marianismo en rama-, ha dado una lección a los agitadores políticos y mediáticos que, en nombre de la llamada derecha sin complejos, estaban preparando los funerales políticos de Rajoy. Se lo tendrán que hacer mirar.

Noche agridulce, en cambio para Zapatero. La parte agria viene de Galicia, donde los socialistas han sufrido un severo revolcón. Fracaso sin paliativos para el presidente del Gobierno y el número dos del PSOE, José Blanco, que se implicaron al máximo en la campaña. Sin embargo, esa misma implicación, los resortes de poder después de cuatro años al frente del Gobierno gallego y la utilización de los escándalos del PP nacional en la campaña gallega, no le dieron ni para repetir los ajustadísimos resultados de las anteriores elecciones autonómicas (2005).

La parte dulce de la noche electoral de Zapatero es una aportación de los socialistas vascos. El subidón en el ranking electoral de Patxi López (al menos seis escaños y 40.000 votos más que en 2005) le convierte en el triunfador de estas elecciones. Pero no por ser primera fuerza (volvió a quedar muy lejos del PNV), sino por ser el gran beneficiado de la matemática del cruce entre nacionales y nacionalistas. En todo caso, se confirma como el referente para liderar el cambio (adiós al nacionalismo, por cuatro años como mínimo) porque la suma de los escaños constitucionalistas (PSE-PP-UpD) alcanza el umbral de la mayoría absoluta (38 escaños).

La interpretación de esos números en clave nacional no permite apreciar como un fracaso del PP la pérdida de dos escaños en su cuenta particular. Digo bien: cuenta particular, porque en la general son bienes gananciales. La cuenta general es la que tiene que ver con la defensa de la Constitución, la supervivencia del Estado y la consolidación de la Democracia en el único rincón de España donde todavía no está definitivamente instalada. En eso pensaba Mariano Rajoy anoche cuando, a la vista de los resultados, declaraba: “Dijimos antes de  las elecciones que queríamos el cambio en el País Vasco y después de las elecciones seguimos diciendo lo mismo”. Una forma bien directa de poner los 13 escaños del PP a disposición de todo lo que signifique “apostar por España, por el País Vasco, por la Constitución, por el Estatuto, por la derrota de ETA y por la libertad”.

El alcance de ese compromiso, frente a un nacionalismo que pone en cuestión el vigente orden jurídico y político español, no impide reconocer la legitimidad de las ideas nacionalistas, incluso las más radicales, en el marco de dicho orden constitucional. Siempre que la defensa de esas ideas no use métodos violentos. A esos efectos, es una buena noticia el subidón de los independentistas de Aralar. Como banderín de enganche para incorporar al sistema a los votos huérfanos de Batasuna. Y como prueba de que ninguna opción política es ilegalizada por sus ideas, sino por sus métodos.

“Hoy soy un hombre feliz”, decía Mariano Rajoy al filo de la medianoche, cuando el recuento ya aseguraba la recuperación de la Xunta de Galicia para un marianista puro y duro como Nuñez Feijó, mientras que en el País Vasco el PP se integraba en la matemática que hará posible un Gobierno comprometido con la Constitución Española.

Mariano Rajoy